lunes, 10 de junio de 2019

La Gira del Desamor

Por Martín Estévez

En el 2007 yo era un potus. Tenía 23 años y perseguía un rígido plan en el que sería siempre prolijo, amaría siempre a la misma mujer y me convertiría poco a poco en el as del periodismo deportivo. Recién cuando Rosana me dejó, me di cuenta de que mi vida era una poronga. 

Lo primero que recuerdo después de la catástrofe es que me escapé a Neuquén con Tati, pero su recuerdo estaba en cada lago Huechulafquen. Después dejé de comer vacas y gallinas. ¿Cómo pensar en carne cuando te sangran las tripas? Todo fue apenas la previa de la verdadera fumata: la Gira del Desamor

Como no sabía qué hacer, decidí que durante seis meses, entre el 1° de julio y el 31 de diciembre de 2007, debía hablar sobre mi tristeza en todos lados, todo el tiempo, y hacer algo nuevo cada día. Lo que fuera: tragarme un chicle, viajar a Villa Bosch, subirme a un dromedario. Algo que jamás hubiera hecho. 

Compilaría todo en un libro cuya tapa arrancaría siendo la cara gigante de Rosana; se sumarían caritas pequeñas de quienes participaran de alguna manera. La tapa quedó horrible pero me parece una gran metáfora: los ojos de Rosana espiando y todes les demás ocultando un poco su recuerdo. 

Como no había hecho casi nada, fue fácil probar cosas nuevas: tomé vino y cerveza, fui solo a un boliche, vi a Les Luthiers con mis primos y mi tío, a Gabriel Rolón (el psicólogo) con Chuna, a Alejandro Dolina, a Fito Páez, leí a Hernán Casciari por primera vez, volví a terapia después de 13 años. 

“También está nevando sobre tu nariz” pensé el 9 de julio, durante la única nevada en Buenos Aires en cien años. “Nos deja embarrados en el silencio, olvidados de Dios. Indisoluble, inmodificable, estúpidamente lógica”, escribí sobre la muerte tras un funeral. “Qué día el de hoy, cuando mis abuelos sonreían por la mañana y todavía soñaba con que ella volvería”. Esa paradoja barata, esa nostalgia adelantada, evidencia la forma melosa en la que escribía en 2007. ¡Ay, qué pesado era! 

Algunas “cosas nuevas” fueron más osadas: una muestra artística ¡en una iglesia de Temperley!, la primera cita con alguien que conocí en Internet (qué mal la pasé), la exitosa rebelión de empleados contra un jefe corrupto, mi primer blog, votar a Pino Solanas, ser modelo publicitario. También empecé a gustar de mi amiga Julia y fuimos juntes al cine.

“¿Dónde te veré la próxima vez? ¿Creeré que sos la misma, creerás que soy el mismo?”, me pregunté mientras viajaba a Campana con mis únicos amigos, llamados Pablo. Pronto supe que Rosana estaba en pareja, entonces huí del país y me fui a sufrir a Uruguay. Racing supo acompañar ese momento de mi vida: perdió 4-3 un partido que iba ganando 3 a 0. 

“Aun apagada, tu voz está más encendida que toda mi furia”, dice el Diario del Desamor que todavía guardo. 

Una noche volví caminando a las tres de la mañana bajo una tormenta imposible. En la última parte de la gira, inventé la “recorrida laboral” (visité a seis personas en sus trabajos el mismo día), acompañé a mi abuelo Víctor a cobrar su jubilación y, a fuerza de speed con vodka, me emborraché por primera vez, en una fiesta de disfraces y con mis primos alrededor. 

En la escala anímica que ya usaba, la del 0 al 37, empecé la gira en 13 y la terminé en 22. Lo sé porque el diario va marcando los cambios: “Un 21 que se parece mucho a un 20 y mi vida que se parece mucho a tu sombra”. 

Si la separación se pareció a morir, la Gira del Desamor fue como renacer. La angustia no me tiró en la cama, me sacó a la calle, a la lluvia, al riesgo, a vivir. Al principio quería algo para contarle a Rosana cuando volviéramos; después asumí que tenía que hacerlo por mí. Durante la Gira del Desamor no fui feliz, pero empecé a construir el Martín que soy ahora. 

El otro día alguien me acusó de escribir siempre con moraleja, Y sí, tiene razón. Cuento esto para que las que están angustiadas, los que odian su vida, empiecen a romper sus estructuras como les salga. Oblíguense, como me obligué durante 184 días a no ser un potus. Inventen sus giras, sus propias excusas para animarse a lo nuevo. Descubran que vivir da miedo pero está buenísimo. 

“Soy tu voz cuando censuró mi sonrisa y la palabra que me la devolvió –escribí en la última página del Diario del Desamor–. Soy cada demente que se subió a mi tren descarrilado y le cambió el recorrido. Soy nostalgia gigante, nervios encriptados, imágenes de regalo que me atragantan. Soy este conteo final en el que mi familia, como símbolo de todos los ellos que acariciaron mis heridas durante seis meses, abraza un final que invita a nuevos comienzos. La Gira del Desamor ya nació, ya me sonrió y ya se fue. Como ella. Como todo”.