viernes, 18 de diciembre de 2015

Primeros años sin mi abuelo

Por Martín Estévez

Mi abuelo era una persona bastante normal, lleno de cosas buenas y de cosas malas. Hoy cumpliría 90, pero a los 84 se me murió entre las manos. Se me murió durante seis meses. 

Mi abuelo se llamaba Víctor y su nombre me dolía, porque se me murió y yo no sabía qué era la muerte. La aprendí toda entera, toda junta, cursé las 30 materias de la muerte en un semestre al lado suyo. Pensé que sólo lloraba por su muerte yo, que era todo Víctor. Pero no, por suerte no. 

Lloraba por otras cosas, porque me dolía mi vida, y encima ahora era mi vida sin él y con la muerte. Pero ya no me duele. Ya no me duele mi vida, porque la encontré. 

Lo lagrimeo, sí, ahora mismo. Si le miro los ojos en las fotos me los acuerdo tan fuerte, tan raro, tan Víctor. Tan callado y tan europeo, un poco polaco y un poco ucraniano, tan difícil y con esa risa tan risa. Tan normal, tan persona, tan lleno de buenas y de malas, con casi nada especial. 

Sólo tal vez haber construido una casa entera con sus manos, una casa y media con sus manos, durante años y fríos y lastimaduras y hambre y barcos y nieve. Toda una casa y media con sus manos para que yo pudiera acomodar ahí mi infancia, mis historietas, mis diarios de Racing, mis desamores.

Tan humilde (lamento que esas cosas no se hereden) para hacerme sentir que ese mundo que se había construido escapando del dolor, del autoritarismo y de las hermanas muertas por defender ideales, que esa casa a la que le metió tanto ladrillo, cemento y amor, era también mi casa. 

Te guardo acá, gordito lindo. En mi memoria.

2 comentarios:

Bellarmina dijo...

Pah!

Esas personas no se mueren nunca, nuestra memoria las inmortaliza -y la escritura también-.

Saludos!

Martín Estévez dijo...

Muchas gracias :)