viernes, 11 de agosto de 2017

En paz descanses, e-mail

Por Martín Estévez

Muchas personas todavía no lo saben, pero los mails han muerto. Los que mandamos y nos llegan en la actualidad son solo fantasmas, ecos de la revolución que el correo electrónico generó alguna vez, pero la realidad es que ya no importan. Nadie manda cosas importantes por mail: apenas sirven para recuperar contraseñas, cumplir obligaciones de oficina o demostrar que algo no nos interesa:

–Dale, mandámelo por mail y después vemos 
–es la indisimulada declaración de que jamás responderemos un mensaje.

A los mails los fueron destruyendo en cadena el MSN, los mensajes de texto, Facebook, Twitter, los números free, Instagram y el último gran depredador: el Whats App.

Incluso yo, antipático hacia las nuevas tecnologías, tuve que aceptarlo ayer, cuando abrí mi casilla de Yahoo y descubrí un mensaje en el que Andrey me invitaba a jugar al paddle... hace tres semanas. ¡Había estado un mes sin abrir mi mail! Pero, alguna vez, las cosas fueron distintas.

Hubo una época dorada en la que los sensibles mandaban PowerPoints con dibujos de ositos; los desubicados, archivos adjuntos con fotos eróticas; y los que hoy hacen catarsis en su muro de Facebook, nos empernaban con mensajes que llevaban copia oculta para todos sus contactos.

También estaban las cadenas de jeques árabes que prometían regalarnos su fortuna si les enviábamos nuestros datos; los juegos (¡hechos en Excel!) para adivinar caritas, logos, cosas; y la advertencia de los amigos: "Si el asunto está en inglés no lo abras, porque es un virus".

Ah: y los que imprimían los mails porque tenían miedo de que se les borraran. Qué gente rara.


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Mi primera cuenta me la hice en 2003, con una dirección ridícula (martinyotrosheroes@yahoo.com.ar) que todavía conservo. Pero mi gran romance con los mails sucedió en el verano del 2004. ¡Aaah, qué tiempos aquellos!

Los que tienen menos de 20 años, escuchen, así después se pueden burlar.

Yo no tenía internet en casa, ni mucha plata. Entonces escribía cartas para mis conocidos en un Word, las grababa en un diskette (¡en un diskette!), caminaba 25 cuadras hasta el locutorio más cercano y pedía una computadora con diskettera. Comenzaba el desafío de hacer todo en 15 minutos, que valían un peso. Si te pasabas unos segundos, ya te cobraban dos.

Rápidamente, iba a mi bandeja de entrada, leía los dos o tres mensajes nuevos, abría el Word y enviaba las cartas de a una. Incluso, si me habían escrito algo muy largo, lo copiaba en el diskette para leerlo tranquilo en casa.

Acto seguido, pagaba el peso y comenzaba el retorno: otras 25 cuadras bajo el sol que a veces se aliviaban cuando me compraba un cuarto de helado que valía 8 pesos (o sea, dos horas de internet) y me duraba hasta la cuadra 12. Las últimas 13 volvían a ser un suplicio.

Mis mensajes eran siempre largos e infumables. Pronto les compartiré una recopilación de los peores, pero, para que tengan una idea, presentaban quejas de este tipo:


"Me extraña que en la Paparazzi, además de la deleznable foto de Nicole Neumann en pleno acto sexual, no haya salido una nota sobre mí, contando que mi novia se las toma para Chascomús este fin de semana y yo, sin novia, sin computadora, sin Pablo Scoccia, sin viento y sin vida social, espero la llegada del Armageddón".

El mail se convirtió en un buen medio de expresión para los cobardes, así que me volví un poco fanático, al punto que en diciembre de 2005 comencé una corta tradición: a fin de año, enviaba un mail a cada persona a la que quería y no veía durante las fiestas. En 2007 mandé 50 y en 2008 fueron 48: escribí 48 mensajes diferentes en doce horas, todos intentando ser ingenioso y con títulos absurdos.



Sin embargo, en 2009 ya usaba MSN y Facebook, así que fui abandonando el mail, aunque hice una excepción por mi mejor amigo. Pablo no tenía Facebook, casi no usaba MSN y vivía lejos. Entonces, como lo extrañaba, le escribía por correo electrónico. 

En el año 2011 nos enviamos 116 mails: lo sé porque hacíamos una competencia para ver quién escribía más. Era una especie de diario íntimo para el otro:

Viernes 18 de febrero 

Decidí no seguir haciendo teatro y eso me tiene mal. Creo que el motivo lo sabés. En El Gráfico sigo haciendo estadísticas baratas, apurado, y escribo textos tristes para Palabras Enreveradas. La noche es en casa de Tamara. Sin sobresaltos, diría Soda Stereo. O sí: en Mendoza hay sequía y peligran nuestras vacaciones. 

Sábado 19 de febrero 
Hago todo mal. Todo. Corro de un lado a otro. De lo de Tamara a Oliden. De Oliden al ATP de Buenos Aires. ¿Podés creer que estaba acreditado y vi tres games? Tres: los tres primeros de Almagro-Robredo. Del ATP a lo de Tamara para ver perder a Racing. Después vimos una película de dibujos animados muy triste. Al final, aprovechando la luz apagada, dejé escapar una lágrima. Hace mucho que no me permitía llorar.

En el año 2012 nos mandamos 85 mails, pero fingiendo que en realidad estábamos twitteando en 140 caracteres:

8 de febrero. Pastillas, hielo, crema rectal: ya estoy cansado de decir “hemorroides”. Igual, le suman un lindo capítulo a mi historia de humillaciones. 

9 de febrero. A mí me gustaba Spinetta, más por lo que representaba que por lo que era. Recuerdo cuando llevaste Pan a Fox; todavía lo tengo en la Mac.

10 de febrero. Hoy pude comer algo que no era verde o cereal tras doce días: una milanesa de soja. La Copa Davis es tan simpática como los viernes. 

Sin embargo, ni siquiera mi amistad con Pablo pudo vencer lo anacrónico que resulta el mail en años-en-los-que-todo-ocurre-enseguida-sin-tiempo-que-perder. Hoy, él me muestra fotos de su hija Lara por Whats App, y yo le mando recortes de 1964 por Facebook. Y mi Yahoo hiberna durante 29 de cada 30 días.

Por eso, para darle una despedida adecuada al viejo y querido correo electrónico les propongo que, después de comentar este texto, anoten su mail, así yo le mando un mensaje a cada uno contándole algún secreto del 2004, ese año en el que caminaba ansioso bajo el sol, con un diskette en el bolsillo y con la esperanza de encontrar la felicidad en mi bandeja de entrada.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Te admiro genio. clauyclau.mm@gmail.com

Anónimo dijo...

Me gustaria saber por qué dejaste teatro... yosoy_lau@hotmail.com

Anónimo dijo...

A mi me encantaba comunicarme por mail con amigos a la distancia. Se sentía como enviar y recibir cartas.

mar.cosentino7@gmail.com

Anónimo dijo...

ATP Buenos Aires ¿2007?. Yo era un colaborador ignoto; el periodista eras vos. Por eso estabas al frente del proceso de acreditación. Pero cuando Puppo te pidió una dirección de correo electrónico, me codeaste y me dejaste pasar como el uruguayo Alsina dejó pasar a cuanto wing izquierdo lo encaró en este último Nacional B. "Dalé el tuyo", me dijiste con nervios. Lo deletreé y el proceso siguió su curso. Recibimos nuestras acreditaciones, entramos al BALTC y te pregunté, obviamente: "No podía decirle que mi correo es Martín y Otros Héroes"...
Perdón, no puedo seguir: acaba de llegarme un correo de Edu con el Entry List del Argentina Open 2018. Muero por saber si Yayo Massa estará en la Qualy...

Pol dijo...

norbertotuchomendez@gmail.com

Unknown dijo...

Todavía no termine tu libro que le tente con el blog... Es como un vicio. Leetmoro@gmail.com gracias por escribir.

Fer dijo...

Mi marido me dice que no da tener el mail que tengo, que me haga otro, que es poco serio...quién quiere ser seria? Digo yo mientras envío un CV desde carasdelteatro@gmail.com