miércoles, 13 de marzo de 2019

Voy a ser papá

Por Martín Estévez 

Sé que muchas personas van a sorprenderse con lo que voy a decir. Pensé durante un montón de tiempo si tenía que escribir sobre esto o no, pero es hora de hacerme cargo. Siempre dije que hay que hablar de lo que nos pasa, especialmente si nos incomoda, si nos pone nerviosos, si lo necesitamos, así que no me puedo callar. Me decidí hace un rato, cuando recibí una noticia muy importante. Ahora sí puedo decirlo: voy a ser papá.

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Una de las primeras cosas que pensé después de mi última separación fue que ya no iba a tener hijos. Hice cuentas en mi cabeza sobre cuánto tardaría en superar el dolor, conocer a otra persona, construir una pareja y un larguísimo etcétera, crucé esos datos con la edad en la que deseaba tener una hija o un hijo, y supe enseguida que los números no me daban. 

En esta sociedad machista y patriarcal, no sólo es raro que los hombres lloren, que no les guste tener relaciones sexuales en la primera cita o que no sepan manejar: también es raro que un hombre soltero diga “quiero tener un hijo”. 

Yo tenía ganas, tenía un deseo fuerte y sincero, y supe que jamás lo iba a cumplir. 

Me acordé de Nancy. No vi muchas veces a Nancy: tal vez quince. Es una amiga de Tati (mi mamá) y supe su historia a través de ella. Nancy es una buena persona que durante 20 años, desde los 29 hasta los 49, deseó ser madre. 

A mí me importan un huevo los mandatos sociales, aclaro: celebro que haya personas que no quieran tener hijos, que no amen por obligación a su familia, que hagan lo que se les cante el upite con sus vidas. 

Lo que siempre me emocionó en la historia de Nancy no fue el asunto de la maternidad, sino la intensidad de su deseo, la sinceridad de su deseo (las quince veces que la vi, se lo noté en los ojos) y la constancia que tuvo para perseguirlo. Nancy hizo lo que pudo, lo que no pudo, lo imposible y un poco más que lo imposible para ser madre, durante 20 años.

Pero no lo consiguió. 

Fueron frustraciones infinitas. Cada vez que Tati ponía cara triste un sábado al mediodía, sabía que me iba a contar que Federer había perdido en semifinales. Pero cada vez que Tati hacía un silencio largo y su mirada gris parecía gritar que el mundo no tiene sentido, no hacía falta que hablara: sabía que, otra vez, Nancy había perdido un embarazo. 

Nancy jamás lo supo, pero en los últimos diez años me volví fanático de su deseo: pocas cosas quise tanto como que pudiera ser mamá. Me la pasaba hablando de eso con personas que ni siquiera la conocían. Pero a los 49 años, cuando sus dos últimos óvulos fértiles se apagaron, Nancy supo que tendría que vivir sin ser madre. 

Qué triste fue ese momento, pero qué valiente fue ella para seguir, pese a todo. Para intentar construirse una felicidad que no dependiera de eso. Para no hundirse. Para no vivir sufriendo por lo que no pudo ser. 

Yo no creo que las historias tengan siempre final feliz, que con esfuerzo todo se consiga, ni que el universo conspire a nuestro favor. Nada de eso. Creo que el mundo es un caos lleno de injusticias y sin explicación, y que cuando ocurre algo justo, algo merecido, algo con sentido, nos alivia, nos resucita la esperanza, nos tira un cachito de aire para respirar sin dolor durante un rato. 

Lamentablemente, eso no sucede casi nunca. Pero, a veces, sí. 

Esa sensación de justicia existencial, de oxígeno cósmico, de dolor de panza que afloja, la sentí cuando supe que un óvulo de Nancy había quedado perdido en una clínica, y que se podía usar tiempo después, y que ella quería volver a intentarlo una vez más. 

Esa sensación de milagro sin dioses de por medio, de siesta con lluvia al lado de la persona que amás, de felicidad que te empuja a seguir (felicidad, después de tanto) la estoy sintiendo ahora, en la noche de un día gris que podría haber sido un día más pero no lo es, en los minutos finales de este glorioso miércoles 13 de marzo de 2019. 

Hoy, recién, ahora, acá nomás, en este mundo, a los 50 años, Nancy acaba de ser mamá. 

Después de 21 años de bancarse la vida y su frustración, la vida y su dolor, la vida y su cosa horrible que no podemos entender, la vida en este mundo y en esta sociedad que casi siempre es angustia y silencio y violencia y resistir, Nancy acaba de ser mamá. 

Nació su deseo, y se llama Ramiro, y lo único que me importa ahora, lo único que nos importa a todos los que supimos sobre Nancy, es que aprendimos dos cosas. 

La primera: hay pocas chances de que la felicidad real nos encuentre, la encontremos, exista, se nos quede un rato. Y la segunda cosa: para que haya una pequeña chance de encontrarla, de sentirla, de ser felices, tenemos que seguir nuestros caminos, nuestros esfuerzos, nuestras luchas muy, muy hasta el final, más hasta el final todavía, porque la felicidad es exigente y nunca le da “me gusta” a nuestros primeros intentos. 

Hasta hace un rato yo estaba preocupado porque a los 34 años me sentía viejo para seguir levantándome todos los días a perseguir con intensidad las cosas que deseo. Pero Nancy y su valentía y Ramiro me acaban de despertar de mis cobardías.

Es cierto: aun haciéndolo todo, no era seguro que Nancy cumpliera su deseo. Pero lo seguro es que, si no seguía hasta el final, si no se hubiera dicho “voy a ser mamá” una y otra vez, durante 20 años, no lo hubiera logrado. 

Es más: a esta altura, les digo, importa cada vez menos si los deseos se cumplen o no. Lo importante es hacer todo, absolutamente todo lo que esté a nuestro alcance para que sucedan. Poner nuestro deseo enfrente nuestro, construir una historia gracias a él, y seguir esa historia hasta el final, muy hasta el final, más hasta el final todavía. 

Lo importante, ahora lo veo, es que nosotros mismos y nosotras mismas seamos nuestro propio deseo: que seamos lo que deseamos ser. 

Así que yo empiezo hoy, recién, ahora, acá nomás, en este mundo, a los 34 años. Deseo ser alguien que, como Nancy, persiga sus deseos. Que se diga todos los días lo que desea. Así que digo un deseo por primera vez, convencido, sin vergüenza, sin miedo: no sé cuándo, cómo ni con quién, pero un día, Nancy querida, voy a ser papá.

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