lunes, 29 de enero de 2018

Dejame en paz, Lisandro

Por Martín Estévez 

¡No se vayan, por favor! ¡No voy a hablar de fútbol! Sé que muchas (y muchos) de ustedes están hartos de que escriba sobre partidos, campeonatos y esas cosas, pero déjenme decirles algo: yo también tengo los huevos llenos de que, cada vez que alguien me ve, la primera comunicación, el tema fácil, lo inevitable sea la pregunta: “¿Y, cómo ves a Racing?”. 

¿Saben cómo lo veo? Lo veo como el orto. Veo a treinta futbolistas llenándose de guita, a cuarenta mil personas pagando un montón de plata por mes para sostener esos sueldos aberrantes, a barrabravas haciendo negocios y a un ambiente de mierda, machista, hipócrita, lleno de mentirosos, corruptos, egocéntricos y mafiosos que se cagan en las pocas cosas lindas que podría tener el fútbol. 

Estoy a punto de separarme de Racing, de terminar con la simbiosis que desde 1990 me hace tener piernas celestes, brazos blancos, dedos celestes, uñas blancas, vísceras celestes, entrañas blancas. Estoy cerca de lograrlo, muy cerca, incluso más cerca de lo que estuve en el año 2004.


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En 2004 tenía 20 años y trabajaba en Clarín. Entre varias tareas, cubría los entrenamientos y partidos de Lanús. Vivía el día a día con el plantel, me sabía cada detalle. Por eso, rápida e inevitablemente, supe más sobre Lanús que sobre Racing. 

Cuando la Academia jugaba, yo estaba en una cancha de básquet, en la redacción o mirando a Lanús. Apenas podía escucharlo por radio. Para peor, aquel Racing era apático: no peleaba el campeonato ni el descenso, lo gerenciaba una empresa nefasta y contrataba desconocidos que no llegaban a nada. De 10 partidos, empató 3 y perdió 7. 

Cuando el tiempo dedicado a Lanús y a Racing era casi el mismo, en el diario me designaron para cubrir Almagro-Racing. Fue el 13 de noviembre de 2004. Un pibito que tenía un año más que yo, Lisandro López, metió dos golazos y Racing ganó 2-0. Me tocó entrevistarlo, conversar con él, escribir la nota. Esa tarde, la Academia y yo consolidamos nuestra simbiosis por otros catorce años. 



La culpa de mi extremo vínculo con Racing es casi toda mía, porque desde los 6 años fui un parásito que se alimentó de fútbol, pero el azar no me ayudó. Intentaré explicarles por qué. 

Tuve tres ídolos. Entre 1993 y 1996, el Piojo López, que se fue a España. Entre 1997 y 2003, Diego Milito, que se fue a Italia. Y entre 2003 y 2005, Lisandro López, que se fue a Portugal. Luego, nadie más. 

Ahí es cuando intervino el azar: en febrero de 2007 no quedaba ninguno y mi primera novia me rompió el corazón. Yo iba a tirar a la mierda todo (incluido el fútbol) para empezar de cero, pero el Piojo López volvió a la Argentina para retirarse en Racing. No pude evitar mezclar mis emociones y redoblé mi fanatismo: me hice socio y empecé a ir a la cancha siempre. 

Recién el 17 de julio de 2014 corté el cordón futbilical y maté al Piojo López. Con tanta mala suerte que, justo en ese momento, Diego Milito decidía volver para retirarse en Racing. Puta madre. 

Mi historia con Milito también la compartí: su retorno fue mítico y sacó campeón a Racing, pero sentí alivio cuando anunció que se retiraría en el 2016. Fue una liberación enorme. 

Me junté con mis amigos, con mi familia, con la chica con la que me gusta dormir, con la señora que atiende la dietética, con todos para anunciarles que en el 2016 terminaba mi condena. Que me dedicaría al trabajo comunitario, a tomar mate, a escribir boludeces. A lo que fuera, menos a faltar a reuniones porque había partido, a esperar colectivos en Avellaneda a la una de la mañana, a arruinar vacaciones recorriendo pueblos inhóspitos para ver un irrelevante amistoso de verano. Por fin, Racing y yo seríamos entes separados.

Pero en enero de 2016, me cago en la leche, volvió Lisandro.


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Tengo un testigo: hágase presente en el estrado Nicolás Briant. Nico estaba sentado al lado mío el 4 de abril de 2001, cuando abrí el diario y leí que un tal Lisandro López había metido tres goles en un partido de Quinta División. Lo miré y le dije: 

—Tengo un ídolo nuevo. 

Fue un poco por deseo y un poco por sabiduría. Lo deseaba porque su apellido y posición eran las mismas que las de mi primer ídolo. Pero lo sabía porque meter tres goles en un partido era una hazaña: Racing tenía unas divisiones inferiores tristísimas. 

Desde entonces seguí su carrera en Racing, en Portugal, en Francia. Pero después eligió Brasil y Qatar (¡Qatar!) antes que Avellaneda, y sospeché que no quería tanto a Racing como yo pensaba. Por eso, cuando volvió después de once años, traté de seguir con mi objetivo: separarme de Racing. 

Lisandro no me la hizo fácil: le metió un gol de chilena a Independiente en el minuto 90; y después le clavó otros dos para golearlo por primera vez en 41 años. Yo estaba por ceder: hasta convencí a mis compañeros de El Gráfico de que fuera la tapa de la revista

Pauté una entrevista con él con mucho tiempo de anticipación pero, la noche anterior, Racing perdió 1-0 contra Gimnasia y quedó eliminado de la Copa Argentina. 

Era el fin de la idolatría, porque yo sabía que nada me conformaría: si Lisandro no me daba la entrevista con la excusa de la derrota, no cumpliría con su palabra, lo que sería imperdonable. Y si, a pesar de semejante derrota, me daba la nota como si nada, significaba que no quería tanto a Racing, lo cual era todavía peor.


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El 20 de octubre de 2016, a las 11 de la mañana, yo era el único periodista en la sala de prensa. Los jugadores decidieron no hablar después de la derrota. El fútbol y el periodismo me tenían harto: llovía, hacía frío y sabía que estaba ahí solamente para derribar la estatua de un ídolo. Para cerrar una etapa en mi vida. 

Lisandro entró puntual, con cara de pocos amigos. Yo lo miré fijo, con cara de menos amigos todavía. Ninguno de los dos quería estar ahí. 

—Perdoname que esté así —me dijo—, pero lo de ayer fue durísimo. Vine solamente porque te había dado mi palabra. Así que si no necesitás que sonría mucho para las fotos, podemos hablar de lo que quieras. 

No sé por qué no le di un beso en la boca, si por heterosexualidad o por respeto, ¡pero, ay, Lisandro, cómo te quise en ese momento! 

Fue una de las entrevistas más largas y lindas que hice. Miramos libros sobre su carrera que eran “de un amigo” fanático suyo. Me contó cosas que jamás había contado; entre ellas, por qué no había vuelto antes. Y cuando terminamos le dije que el fanático era yo, y que le podía regalar esos libros. Me dijo que sí, y que para él había sido una entrevista linda. Antes de despedirnos, a coro, nos dijimos: 

—Lástima lo de ayer… 



Quince meses después de esa mañana, pasó de todo. Primero dejé de ser socio, pero iba a la cancha con la acreditación de prensa. Después dejé de ver a Racing de visitante, porque no lo pasaron más por la tele. Y hace poco dejé de ir de local, porque me quedé sin acreditación y sin trabajo. 

Los problemas familiares, el trabajo comunitario, la enfermedad de mi abuela, la convicción de usar la plata y el tiempo en cosas mejores que en el corrupto negocio del fútbol: todo me fue alejando de Racing hasta llegar a este presente en el que ya ni sé quiénes son los refuerzos. 

Les pido perdón, porque les dije que no iba a hablar de fútbol y al final lo hice, pero también les pido paciencia: ya falta poco para transformar mi relación con Racing en algo normal, llevadero, sano. 

Avancé mucho: este sábado me iré a un pueblo de Santiago del Estero y ni se me ocurrió planificar el viaje según los días que juega Racing. Ya no. No me interesa. 

Eso sí: si el domingo a las 21:30, justito, por casualidad, como quien no quiere la cosa, ando por algún bar santiagueño, y justito, por casualidad, como quien no quiere la cosa, tiene televisión, voy a preguntar si no ponen Racing-Huracán un segundo, un ratito, noventa minutitos, para verlo a él, al que nació en un pueblito de 900 habitantes, al de la camiseta 15, al pibito del diario, al que volvió después de once años, al que tan bien me trató aquella mañana de 2016. Para ver una vez más, en los instantes finales de su carrera, al último ídolo de mi vida.

9 comentarios:

Adrián Gorosito dijo...

Excelente.

Anónimo dijo...

Muy bueno......la respuesta a tanto salame diciendo boludeces sin saber

DZampar dijo...

La verdad que es una historia de muchos hinchas genuinos... No insistas, Racing solo te dejará cuando no corra mas sangre por tus venas... Incluso en ese momento, vas a ver el cielo celeste con nubes blancas, y todo vuelve a empezar...

Anónimo dijo...

Te felicito Martín. Mas allá de tu pasión, que entendemos y compartimos, escribís muy bien. Abrazo.

Anónimo dijo...

Tuve todas las emociones mientras leía. Solo un gran escritor puede lograr que un lector sienta eso. Felicitaciones por el artículo. Igual espero que la pasión por Racing nunca acabe, que continue moderadamente.

Luis Contini dijo...

Muy bien escrito. Te felicito Martín!!!

Unknown dijo...

Es el giro de las circunstancias Martin, hay hechos que suceden sin que uno no pueda decidir nada como tambien se puede creer que el minimo hecho que uno hace para mantener la ideologia personal, que es la llama del dia a dia se pueda cambiar.

Las rutinas como escribio cortazar son la llama del vivir, y con el pasar del tiempo se vuelven mas vivas

Unknown dijo...

Voy al hecho del cariño, que hace a quien quiera dejar el hecho de ser racional a las conductas que uno espera extrapolar a volver a abrazar ese cariño a lo pasado, a lo que a uno hizo feliz donde no habia donde abrazar. Al cariño geninuo

Fer dijo...

No quiero ser mala onda, pero te digo algo: hay pasiones que son para siempre.Y siempre es mucho tiempo.