jueves, 29 de abril de 2021

Ojalá te pase


Por Martín Estévez

Ojalá a vos también te pase. Y que, cuando te pase, te animes a vivirlo con todo. Porque… ¿cuántas veces puede suceder en la vida? ¿Dos, tres con suerte? Hablo de esas etapas en las que no tenemos ni perra idea de qué mierda hacer con nuestra existencia. No tenemos trabajo fijo, ni pareja, ni demasiadas responsabilidades, ni angustia terrible, ni proyectos cercanos. Somos personas sin rumbo. Somos pluma. Y cualquier vientito nos lleva de acá para allá, porque ¿total? no tenemos nada mejor que hacer. 

A mí, la primera vez que me pasó algo así fue entre julio y noviembre de 2009. Ay, qué épocas. 

•••••••• 

Me quedé sin trabajo pero la indemnización me sostendrá varios meses. Asumí que Vanina no me ama y no me gusta nadie más. Tengo un título terciario y no seguí estudiando. Nadie está por morir, no me duele nada, tampoco tengo metas que perseguir. Soy una persona de 25 años que no sabe en qué mierda ocupar su tiempo. “Problemas de hombre blanco”, me dirán en 2021. Pero estamos en julio de 2009. 

De repente estoy comprándome una guitarra, yendo a un taller literario, me veo seguido con casi todas las personas que conozco, soy niñero de Mica y Joaco, voy de un lado para el otro, no tengo horarios. Acepto todos los trabajos que me pasan cerca: corrijo revistas sobre vino, evito que en partidos de fútbol 5 se caguen a piñas, soy extra en publicidades absurdas. Nada me duele pero nada me llena. 

Tengo citas raras, citas interesantes, citas horribles, llego a tener tres citas el mismo día (¡un lunes!) y, en el medio, sesión de terapia. Termino a la madrugada, perdido y solo, en la puerta de un hotel alojamiento en Flores. 

De repente empezamos a ser amigos con Vanina, de repente fumo marihuana en un departamento de Avellaneda, de repente estoy trabajando para ESPN, para una revista de Wilde, para Campana Noticias, para el libro del club Viamonte, todo junto, todo a la vez, mientras finjo fotografiar a Martín Palermo en una publicidad y me cagan a piñas en las canchitas de fútbol 5. Llego a tener nueve trabajos a la vez. 

No puedo estar quieto, me da vergüenza quedarme en mi casa a los 25 años. Desde temprano, entonces, me invento actividades frenéticamente, me pongo horarios estrictos sin necesidad, y viajo a Campana, a Palermo, a ver a Racing, hasta sigo la campaña de futbolista amateur de mi primo Matías. Voy adonde sea. 

La mayor parte de los momentos son un fiasco absoluto, pero experimento, pruebo, me animo, intento. El taller literario fue malísimo, la guitarra no la usé nunca más, me sentí humillado por mujeres desconocidas, sí; pero ¡cuántas anécdotas gané para siempre! ¡cuántas cosas descubrí de mí mismo! 

Dos de las frutadas que inventé por no saber qué hacer marcarían a recontra fuego mi siguiente década. En esos cuatro meses de descalabro y desorientación decidí estudiar Letras en la Universidad de Lomas, sin saber que ahí me nacerían amistades, comprensiones, movimientos sociales que me cambiarían para siempre. Y, lo más raro de todo, en ese cuatrimestre me anoté en un taller de teatro. Me chupaba un huevo hacer teatro, pero me anoté en tantas cosas, y las primeras clases eran gratis, entonces probé. 

¡Mentira que nada me dolía pero nada me llenaba! Me llenaba ir a teatro. ¡A teatro! ¿Quién lo hubiera pensado, no? Desde la primera clase, cuando en un ejercicio una chica llamada Tamara confesó sus discusiones sobre trotskismo con su psicóloga, cuando vi a ese montón de gente tan sin rumbo como yo jugando a ser otras personas, empecé a esperar los viernes con una sensación rara en el cuerpo: la sensación de estar siendo feliz. 

¡Esa ridiculez tan pequeñita, el momento en el que abrí un diario y encontré un anuncio del Banfield Teatro Ensamble! No una guerra, no un accidente, no una fiesta ni un viaje: el momento más decisivo para mi vida actual fue ver un anuncio en el Clarín zonal. 

Me es imposible imaginar qué sería hoy de mi vida si no hubiera ido a teatro. Todas las historias que escriba a partir de ahora están atravesadas por ese tallercito en el que duré menos de dos años. Incluso afectó esta misma historia que estoy contando, porque con el taller de teatro terminó también esa etapa en la que no tenía ni perra idea de qué hacer con mi existencia. Porque aunque todavía no tenía trabajo fijo, ni responsabilidades, ni angustia, ni proyectos, algo sí cambió: en noviembre del 2009, en el medio de un cine, la chica que discutía con su psicóloga sobre trotskismo y yo nos besamos. Y esa noche, gracias a teatro y aunque todavía no lo sabíamos, estábamos empezando a construir una pareja.

No hay comentarios: