viernes, 6 de agosto de 2021

"Tengo que abortar", me dijo

Por Martín Estévez

Tardecita hermosa, miércoles de noviembre con tanto sol. Es una de mis primeras citas con Tamara, creo que ya somos novios. Nos sentamos en las sillas de afuera de un café. Acaba de aprobar Sociología y está contenta. Me encanta que esté contenta. Me encanta que estudie Trabajo social. Me encanta cómo le queda ese pañuelo en la cabeza. Me encanta esta tardecita, hasta que llega un mensaje: “Necesito verte lo antes posible”. 

Veinticinco minutos después, no estoy con Tamara: estoy en la misma mesita con una de las personas más importantes de mi vida. “Tengo que abortar”, me dice. Aunque estamos en 2009, no tardo en opinar que está bien, que su cuerpo es suyo, que en algunos países es legal, que… “No lo estoy eligiendo, Martín: si no aborto me puedo morir”, me dice. Y se me queman los discursos. 

Hay un embarazo no deseado, peligroso, que si sigue adelante puede matarla. Hay un médico (¿responsable, cómplice?) que le dijo que legalmente no puede inducir el aborto, pero que “conoce a alguien”. Hay un hombre que (oh, sorpresa) no se hace cargo de su responsabilidad. “No tengo plata –me dice ella– y tiene que ser urgente”. 

Qué sé yo qué se siente. Nunca voy a poder saberlo. Sé que agradecí por dentro haberme animado a hablar tantas veces de aborto, eutanasia, piquetes, verdades. Lo supe rápido: ella no estaba ahí porque no tenía plata, sino porque sabía que no la juzgaría. 

Pasan poquísimos días y estamos en una esquina que no conozco de Capital. No quiere que entre con ella. “Son solo unas horas”, me dice. Tengo que mirar todo el tiempo la puertita y esperarla en el café de la esquina. Si no sale en el tiempo estipulado, el plan es torpe: ir a tocar la puerta. Y no avisarle a nadie a menos que sea urgentemente necesario. 

¿Cuántas cosas podés pensar cuando una de las personas que más querés está encerrada con personas desconocidas en una clínica ilegal en la que le están practicando un aborto para salvarle la vida? ¿Cuántas cosas habrá pensado ella antes, durante, después? Nunca voy a poder saberlo. 

La crueldad a la que la sociedad, a la que este sistema de mierda la somete no termina después de esas horas de angustia. El post-aborto exige ciertos cuidados que tendrá que soportar sin que nadie lo sepa, sin que nadie se dé cuenta. Se siente obligada a ocultarse, como si fuera una criminal. Pero es una víctima. Una víctima que podría haber aumentado el número de muertes por abortos clandestinos. Pero está acá, al lado mío. 

Luego vinieron años en los que casi no tocamos el tema, en los que la vida nos acercó y alejó, en los que nuestras diferencias políticas continuaron, en los que los feminismos enseñaron cuan revolucionario puede ser un movimiento horizontal, organizado y apasionado. Ella decidió no sumarse a ese movimiento. Muchas veces me pregunté, con un poco de miedo, qué pensaba sobre esas luchas. ¿Y si creía que abortar estaba mal, si estaba en contra de la legalización, tenía derecho a juzgarla? Claro que no. Pero igual, dentro mío, pensaba que ojalá. Ojalá. 

El 30 de diciembre de 2020 se legalizó la interrupción voluntaria del embarazo en Argentina. Décadas de esfuerzo, estrategia y dolor de mujeres y disidencias sexuales, décadas transformando a la sociedad desde las entrañas para sacudirle ese putrefacto olor a hombre violento, meses eternos de pañuelos verdes multiplicándose por nuestros barrios tuvieron, por fin, impacto jurídico. Los papeles empezaron a decir lo que millones de cuerpos exigían.

Estaba solo en mi casa esa madrugada. Y pensé en tantas cosas. En las mujeres que amé, en las compañeras que celebraban en las calles, en las que murieron fuera de la ley. También pensé en ella. En qué estaría pensando. En que me parecía lógico y justo que mis argumentos jamás la hubieran convencido: después de todo, soy un hombre heterosexual. Lo que realmente me atravesaba (y nunca me hubiera animado a preguntarle) era qué pensaba ella sobre las millones de mujeres que se habían puesto en peligro para evitar que otras siguieran muriendo. Pensaba que ojalá ellas sí la hubieran podido conmover. Pensaba que ellas sí merecen ser escuchadas. 

En medio de esas emociones, escribí un texto en el que recordé aquella tarde y aquella puertita de Capital. Quería, de alguna manera, acercarme también a ella. Abrí el Instagram para publicarlo y entonces vi, en su muro, en sus fotos, algo verde, todo verde: “Legal, seguro, gratuito”, celebraba ella y, seguramente, también lloraba. Y entonces yo también lloré. Y celebré que, esta vez, no estuviera obligada a llorar en silencio.

No hay comentarios: