lunes, 10 de marzo de 2025

Últimas palabras para mi ex

Por Martín Estévez

Soy fanático de mis ex parejas. No, miento. De ellas no: lo que me encanta es terminar bien mis relaciones. Guardar hermosos recuerdos, abrazarlas si las cruzo en la calle, sentir que no fue una pérdida de tiempo amarlas con fuerza. Con casi todas sucedió así. Pero con Tamara no.

Nos separamos en 2012, de común acuerdo. Creo que ya no nos aguantábamos. Tuvimos una pésima idea: un mes después de la separación fuimos juntos a un casamiento. Resultó un altísimo desastre.

Después nos mandamos algunos mensajes, entre respetuosos y cariñosos: que te vaya bien, fuiste importante en mi vida, esas cosas. Y adiós para siempre.

Cuando, en mis intentos de saldar cuentas con mi vida, de dormir cada vez más tranquilo, llegué al año 2012, me puse a pensar si me quedaba algo pendiente con Tamara. En ese momento sentí que sí, que hubiera querido decirle cosas que nunca le había dicho. Pero algo cambió: ahora estoy seguro de que no tengo nada para decirle.

Hasta hace poco, me hubiera gustado reconocerle que tenía razón respecto a casi todo lo que decía sobre feminismo, política partidaria, marxismo y organizaciones sociales.

Hasta hace poco me hubiera gustado contarle que fue la primera persona que conocí que usaba algo parecido al lenguaje inclusivo: los todxs, amigxs y compañerxs que me parecían tan raros cuando ella los escribía, hoy me parecen la hermosa prehistoria de un lenguaje mejor.

Hasta hace poco me hubiera gustado que supiera que, cuando nos separamos, moría de ganas de sumarme al bachillerato popular en el que ella (por pura conciencia social) daba clases, pero que no quise invadir su espacio y me aguanté hasta que ya no estuvo ahí. Después hice lo que siempre me decía que hiciera: ser parte del bachi.

Hasta hace poco me hubiera gustado que viera cómo, cuando dejé de acompañarla en sus luchas, seguí sosteniéndolas a mi manera, primero solo, después con otrxs, pero siempre muy cerca de la ideología piquetera, asamblearia y feminista que ella predicaba.

Todas esas cuentas pendientes las sentí hasta hace poco tiempo. Pero hoy, a 1.500 kilómetros de Buenos Aires, ya no. No me pasa lo mismo: no tengo nada para decirle.

Porque, muy poco antes de irme de Buenos Aires, me la crucé en la presentación de un libro. Un libro, claro, lleno de lucha social, piquete y resistencia. Y, mirándola a los ojos, de la mejor manera que me salió, le pude decir todo. Le pude contar todo. Le pude agradecer todo. Y por fin sentí que entre nosotrxs, después de muchos años, ya no había cuentas pendientes.

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