viernes, 17 de abril de 2020

La psicóloga que no me entendía

Por Martín Estévez

Mi psicóloga me mira, casi con bronca, y me dice: “Martín, te angustia tu sexualidad, casi no tenés amigos, extrañás a tu ex novia, sentís que no hacés nada por el mundo… ¡¿Cómo podés sufrir por Racing?!”. 

Es lunes 21 de abril de 2008, y como cada dos lunes, a las 9 de la mañana estoy en el consultorio de Griselda, una señora grandota que fuma mucho aunque una vez me preguntó si me molestaba que fumara y le dije que sí.

–Le juro que antes pienso todo: que es solo fútbol, que nadie va a morir, que no puedo ser tan estúpido. Lo único que pido es un partido normal. Ganar 3 a 1, o perder 2 a 0, pero que no pase nada raro. Pero empezamos ganando 3-0 y Lanús nos empata 3-3 sobre la hora con dos goles en offside. Yo sé que para usted es difícil de entender que me ponga así... 

 –Sí, es difícil de entender. A veces se gana y otras se pierde… 

–Nosotros no ganamos nunca. Es la tercera vez este año que empezamos 3-0 y no ganamos. Estamos por irnos al descenso. Y el juez avisó que si Racing desciende, no puede pagar la quiebra y el club desaparece. 

–Te soy sincera, el fútbol no me interesa, pero voy a tratar de enterarme los resultados, al menos. Para saber cómo esperarte. 

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Lunes 5 de mayo, 9:22. Un día antes, Racing perdió 3-2 en Rosario.  

–Cuando ganábamos 1-0, me dije “no te ilusiones” –le explico a Griselda–. Nos hicieron dos goles y estaba lo más tranquilo. Cuando empatamos sobre la hora no sabe cómo grité. Pero al minuto 49, ¡cuarenta y nueve!, el Kily González tiró mal un centro y nadie sabe cómo entró la pelota. Me paré, dije “buenas noches” y me fui a caminar por el barrio, me cagué de frío, lloraba y temblaba, fue horrible. 

–Decís que te preocupa que Racing desaparezca. ¿Qué pasa si deja de existir, Martín? ¿Qué pasaría con vos? 

–Es lo que hago, de lo que trabajo, voy a la cancha con mi primo y mi tío, recorto diarios. Es lo que me hace gritar y enojar y me hace sentir vivo. 

–¿Sabés que vi el partido con mi marido? Él también dijo que no pueden tener tanta mala suerte, que siempre les pasa lo mismo.

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Lunes 19 de mayo, 9:14. Griselda me mira seria y fuma. 

–Hago todo lo que puedo. El fin de semana fui a Campana para no sentirme solo, para estar con mi único amigo. Decidí ver el partido con su familia. Me preparé, le juro que me preparé, hasta para perder 6 a 0 y no ponerme mal. Empezamos ganando y traté de no ilusionarme. Pero pasaban los minutos y pasaban y pasaban. Seguíamos ganando. Se me pusieron los ojos llorosos. El papá de Pablo, que es de Boca, me dijo: “Ya termina, hoy ganan, se lo merecen”. Y sobre el final nos empataron con un gol con la mano y en offside. ¡Con la mano y en offside! Y encima después… 

–Les hicieron otro gol en el minuto 49 –completa Griselda–. Sí, lo vi. Les pasó lo mismo que en el otro partido. Hasta a mí me resulta inexplicable. 

–Y me la aguanté calladito, hasta acepté un café, disimulé, pero después volví llorando tres horas y media desde Campana hasta mi casa. No puedo entender por qué me pongo así. 

–Martín, ¿sabés qué pensaba mientras miraba el partido? Que hablás de Racing usando el “nosotros”. Tenés que romper esa simbiosis. Si Racing desaparece no desaparecés vos ni las cosas que hacés. 

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Lunes 2 de junio, 9:36. Racing empató 0-0 con Independiente y sigue en serio peligro. 

–Hoy que estuviste más tranquilo pudimos terminar el rompecabezas –dice Griselda, satisfecha–. Ser de Racing con fuerza fue tu respuesta inconsciente después de esa noche en que tu papá gritaba desde la reja que vos tenías que ser de River. Y durante tu infancia, y tal vez también ahora, fue tu único lugar, tu refugio, tu identidad, de alguna forma esas 30.000 personas que sufren en la cancha son tu grupo de pertenencia. Y por eso tenés miedo de que desaparezca: para no quedarte solo. 

–Y lo otro que dijo también tiene sentido: que le haya ido siempre mal aumentó mi identificación con Racing, porque a mí también siempre me iba mal. 

–Exacto. Entender te puede ayudar, Martín: vos necesitás ser otra cosa además de Racing. Necesitás otros espacios, otros refugios. Vos no sos Racing y Racing no es vos. No hay un “nosotros”: son Racing y vos. Por separado. 

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Lunes 23 de junio, 9:26. Racing perdió 1-0 contra Colón y jugará la Promoción contra Belgrano para saber si desciende o se salva. 

–No sé ni qué decir –le digo–. No tengo ganas de hablar. Cambiamos la fecha de esta sesión por si pasaba esto. Y pasó. Y no sé qué decir.  

–Es increíble, otra vez en el minuto 49 –reniega Griselda–. ¡Y mirá que tuvieron chances! Toda esa gente que fue a Santa Fe, y estuvieron tan cerquita de ganar y salvarse… 

–Hace años que estamos yendo a todos lados, que estamos cerquita de algo, y siempre termina igual. Todo el dolor que me llevó entender por qué sufro por Racing y ahora lo único que pido es que no se vaya al descenso, que no desaparezca. Nunca pido la gran cosa: algunos amigos, algunos ratos felices, algo que no me haga sentir tan solo. Me siento un pelotudo por llorar por esto, acá, ahora, con usted, pero es como un símbolo de mi vida esta mierda: tanto esfuerzo para que todo termine mal. Pensé en no venir, estuve una hora y media viajando como el orto, el tren, el subte, tratando de no enojarme, y ni sé qué decirle ahora. A usted le debe parecer una pelotudez con tanta gente muriéndose de hambre, y a mí también, pero nomás quisiera que una vez algo salga bien, abrazar a mi familia contento en vez de pasarme el domingo llorando. Me doy vergüenza, y lástima, y ya no sé. 

Griselda me mira con frialdad y, aunque es temprano, da por terminada la sesión. 

–Te espero el lunes a las 9 –me dice. 

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El 29 de junio de 2008, Racing le ganó con sufrimiento a Belgrano y se salvó del descenso. Lloré, canté, grité y me abracé en la cancha y en mi casa, me teñí el pelo de celeste. Pero lo que nunca voy a olvidar pasó un día después: el lunes a las 9, en el consultorio de Griselda. Entré, apagó el cigarrillo, me miró con cara rara. Se me acercó, me abrazó fuerte y me dijo:  

–Nos salvamos, Martín. Nos salvamos.

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