La diversidad de religiones existente en el planeta contempla todo tipo de teorías físicas, cuánticas, espirituales y hasta científicas. El estudio de cada una de ellas resulta casi imposible: demandaría años. Y 43 fueron los que le dedicó el teólogo finlandés Ayon Joma Tarongoy –desde 1950- a intentar comprender cada una de las religiones, sectas y creencias. “La vuelta a Dios en 43 años” llamaron a su odisea. Tarongoy anunció que el 15 de marzo de 1993 haría públicas sus conclusiones. Los estamentos religiosos estaban atentos: jamás hubo un análisis tan minucioso, desde tantos puntos de vista, y además apuntalado por un ateo confeso.
En Europa no prestaron atención al asunto. El grueso de la población de África no tuvo acceso a la información. En América, el nombre de Tarongoy es -aun hoy- absolutamente anónimo. Una lástima: sus palabras nunca cobraron relevancia. ¿Qué dijo? Luego de dedicar cuatro horas de su conferencia a descubrir detalles de su búsqueda y sus emociones, llegaron sus más contundentes conclusiones. Tarongoy afirmó que las religiones habían sido creadas para que las personas perdieran la fe. Sus estudios revelaron que el ser humano posee una intrínseca creencia en sí mismo, en los demás, en el bien y en la justicia. Y que históricamente los sectores más codiciosos crearon, formularon y reformularon teorías para disolver esas creencias y trasladarlas según su conveniencia. Enturbiaron la fe de la gente hasta hacerla inútil, hasta transformarla en odio. Dijo que cada acción de cada entidad religiosa del planeta formaba parte de una idea dictaminada desde el principio por aquellos poderosos grupos. Pero que luego ese alejamiento de la fe natural fue tan intenso que no fue necesario que nadie lo empujara hacia adelante. Que la creación de las religiones tenía un fin, y ese fin se había logrado: que el hombre perdiera la fe. Lo más sorprendente fue la culminación de la conferencia de Tarongoy: le agradeció a Dios por cada milagro que había vivido durante esos 43 años, por cada hombre con verdadera fe al que había podido conocer, por permitirle crear su propia fe. “Creer en la religión es descreer de Dios”, dijo, y agachó la cabeza.
Le dieron poca importancia a su trabajo. Se habló de herejía y blasfemia. Sólo cuatro grupos religiosos menores se animaron a revisar análisis, datos y conclusiones de Tarongoy. No se hicieron anuncios oficiales, pero tres de esas religiones se disolvieron; dejaron de existir. Tarongoy murió en 1997, dejando sus escritos a su único hijo.
En 2003, doce mil filipinos habían aceptado las teorías de Tarongoy como verdades. Se rehusaban a ser denominados bajo un mismo nombre, a reunirse en sitios determinados, a seguir cualquier principio religioso existente. En la actualidad, se conoce a ese movimiento como Tarongoyismo. Ayon Tarangoy, sin quererlo, había creado otra religión.
En Europa no prestaron atención al asunto. El grueso de la población de África no tuvo acceso a la información. En América, el nombre de Tarongoy es -aun hoy- absolutamente anónimo. Una lástima: sus palabras nunca cobraron relevancia. ¿Qué dijo? Luego de dedicar cuatro horas de su conferencia a descubrir detalles de su búsqueda y sus emociones, llegaron sus más contundentes conclusiones. Tarongoy afirmó que las religiones habían sido creadas para que las personas perdieran la fe. Sus estudios revelaron que el ser humano posee una intrínseca creencia en sí mismo, en los demás, en el bien y en la justicia. Y que históricamente los sectores más codiciosos crearon, formularon y reformularon teorías para disolver esas creencias y trasladarlas según su conveniencia. Enturbiaron la fe de la gente hasta hacerla inútil, hasta transformarla en odio. Dijo que cada acción de cada entidad religiosa del planeta formaba parte de una idea dictaminada desde el principio por aquellos poderosos grupos. Pero que luego ese alejamiento de la fe natural fue tan intenso que no fue necesario que nadie lo empujara hacia adelante. Que la creación de las religiones tenía un fin, y ese fin se había logrado: que el hombre perdiera la fe. Lo más sorprendente fue la culminación de la conferencia de Tarongoy: le agradeció a Dios por cada milagro que había vivido durante esos 43 años, por cada hombre con verdadera fe al que había podido conocer, por permitirle crear su propia fe. “Creer en la religión es descreer de Dios”, dijo, y agachó la cabeza.
Le dieron poca importancia a su trabajo. Se habló de herejía y blasfemia. Sólo cuatro grupos religiosos menores se animaron a revisar análisis, datos y conclusiones de Tarongoy. No se hicieron anuncios oficiales, pero tres de esas religiones se disolvieron; dejaron de existir. Tarongoy murió en 1997, dejando sus escritos a su único hijo.
En 2003, doce mil filipinos habían aceptado las teorías de Tarongoy como verdades. Se rehusaban a ser denominados bajo un mismo nombre, a reunirse en sitios determinados, a seguir cualquier principio religioso existente. En la actualidad, se conoce a ese movimiento como Tarongoyismo. Ayon Tarangoy, sin quererlo, había creado otra religión.
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