(Extracto de conversación por MSN con Pablo, junio de 2005)
Cabeza de Naipe era un buen jugador. No tenía técnica, clase ni estado físico, pero era un buen jugador. Cabeza de Naipe nunca ganó nada. Apenas amistades, apenas burlas. Cabeza de Naipe había hecho sólo un gol en su carrera, y fue en contra. Pero fue un golazo: esquivó a dos y cuando quiso meter el cambio de frente la colgó de un ángulo.
Cabeza de Naipe lloró. Pero nunca se rindió. Fue y fue ante cada córner, ante cada posibilidad de imponer ese metro ochenta por una vez. Cabeza de Naipe tiene dos recuerdos inolvidables: un cabezazo que metió en el palo en el clásico del barrio y aquella vez en que se lesionó Seba, el arquero del equipo, y tuvo que atajar. Fue en la final de la Copa, con ésos a los que nunca se les podía ganar. Iban 0-0 y Cabeza de Naipe atajó un penal... pero ese 9 fusilador metió el rebote y lo dejó comiendo el pasto. Sin embargo, Cabeza de Naipe siempre cuenta la mitad de esa historia: el penal, la volada, la atajada sensacional, el asombro de todos... aunque no falta uno que lo despierta rememorando el rebote, el gol, la tristeza. A Cabeza de Naipe nunca le importó. Siempre respetó a los suyos y nunca comprendió por qué seguían llamándolo para jugar. Quizá porque sus dos recuperos y medio por partido servían. Quizá porque no había otro. Quizá porque le veían pasta de crack, ésa que haciendo jueguito frente a un espejo era innegable. Él no tenía idea.
Un día decidió no ir más. Había un pibe nuevo, mucho más joven, con linda estampa, que de a poco se iba ganando un lugarcito. Pero en casa miró el reloj tantas veces como un enamorado a su amor. Calculó, pensó que aún quedarían diez minutos de partido y se mandó con la bicicleta para la canchita. "Al menos para ver los últimos cinco -pensó-. Seguro que hoy sí ganan". Cuando Cabeza de Naipe llegó, todos estaban sentados con una botella de agua como único pasatiempo, y con los rivales esperando con cara de impaciencia. "¡Al fin!", gritaron a coro. "Siempre llegás primero, nunca faltaste a un partido... ¡No íbamos a empezar sin vos!", exclamó Seba. Cabeza de Naipe pisó el pasto seco. El partido empezó. Esa tarde, Cabeza de Naipe no hizo ningún gol, recuperó sólo dos pelotas y media... Pero, como siempre, fue una parte imprescindible del equipo.
Cabeza de Naipe era un buen jugador. No tenía técnica, clase ni estado físico, pero era un buen jugador. Cabeza de Naipe nunca ganó nada. Apenas amistades, apenas burlas. Cabeza de Naipe había hecho sólo un gol en su carrera, y fue en contra. Pero fue un golazo: esquivó a dos y cuando quiso meter el cambio de frente la colgó de un ángulo.
Cabeza de Naipe lloró. Pero nunca se rindió. Fue y fue ante cada córner, ante cada posibilidad de imponer ese metro ochenta por una vez. Cabeza de Naipe tiene dos recuerdos inolvidables: un cabezazo que metió en el palo en el clásico del barrio y aquella vez en que se lesionó Seba, el arquero del equipo, y tuvo que atajar. Fue en la final de la Copa, con ésos a los que nunca se les podía ganar. Iban 0-0 y Cabeza de Naipe atajó un penal... pero ese 9 fusilador metió el rebote y lo dejó comiendo el pasto. Sin embargo, Cabeza de Naipe siempre cuenta la mitad de esa historia: el penal, la volada, la atajada sensacional, el asombro de todos... aunque no falta uno que lo despierta rememorando el rebote, el gol, la tristeza. A Cabeza de Naipe nunca le importó. Siempre respetó a los suyos y nunca comprendió por qué seguían llamándolo para jugar. Quizá porque sus dos recuperos y medio por partido servían. Quizá porque no había otro. Quizá porque le veían pasta de crack, ésa que haciendo jueguito frente a un espejo era innegable. Él no tenía idea.
Un día decidió no ir más. Había un pibe nuevo, mucho más joven, con linda estampa, que de a poco se iba ganando un lugarcito. Pero en casa miró el reloj tantas veces como un enamorado a su amor. Calculó, pensó que aún quedarían diez minutos de partido y se mandó con la bicicleta para la canchita. "Al menos para ver los últimos cinco -pensó-. Seguro que hoy sí ganan". Cuando Cabeza de Naipe llegó, todos estaban sentados con una botella de agua como único pasatiempo, y con los rivales esperando con cara de impaciencia. "¡Al fin!", gritaron a coro. "Siempre llegás primero, nunca faltaste a un partido... ¡No íbamos a empezar sin vos!", exclamó Seba. Cabeza de Naipe pisó el pasto seco. El partido empezó. Esa tarde, Cabeza de Naipe no hizo ningún gol, recuperó sólo dos pelotas y media... Pero, como siempre, fue una parte imprescindible del equipo.
1 comentario:
Una pregunta, ¿qué quiere decir con Cabeza de Naipe?
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