Los milagros cambian de forma. Se adecúan a nuestra edad, a nuestras ideas y también a nuestra realidad. Hoy, mi milagro tiene las manos de mi abuelo.
Lejos, a semanas de distancia del milagro de la recuperación, de la salud, de la supervivencia, mi milagro es ver a Víctor sobre ruedas, bajo el sol, sonriendo. Habiendo tantos milagros celestiales, sí, elijo uno tan terrenal. Uno que parece cada vez más milagro.
Hoy mi abuelo se sentó una, dos, tres veces. Llegó a levantar la frente, a balbucear un "parece que sí". Se redescubrió sentado, alto como antes, mirando al mundo en vertical. Se tocó sus orejas, su nariz, su pelo. Se alimentó de su propia emoción mientras yo era espectador privilegiado de su vida. Víctor, hoy, siguió soñando.
Por unas horas, por unos días, quizá por todo este año fatal que me nació invertido, mi milagro no será volar, ni justicia, ni barniz. No será social, ni complejo, ni gigante. Mi milagro será el mismo que sueña este hombre que nació hace 84 años, que se sentó tres veces y gracias al que, hoy y pese a este insulto de la realidad, puedo soñar milagros.
viernes, 14 de mayo de 2010
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