lunes, 16 de noviembre de 2020

37


Por Martín Estévez

A ver cuándo mierda asumo la verdad y reconozco que no existe esa felicidad que nos explota en la cara y le da sentido al universo. A ver cuándo me escapo de mi propio encierro, de esa pretensión que no sé de dónde me crece, a ver cuándo me libro del deseo doloroso de que arriesgando y cambiando y amando y sufriendo a lo bestia se pueda llegar a felicidades más intensas que esas chiquitas que nos pasan todos los días. A ver cuándo aprendo, de una vez y para siempre, que no existe el maldito 37. 

Ah, por ahí ustedes no saben qué es el 37. Les cuento. Hace ya dos años, cuando me separé y sentí la tristeza más honda que supe sentir, inventé una escala de 0 a 37 para medir mi estado de ánimo. Tenía reglas: el 0 solo lo generaban tragedias terribles, 19 era mejor que 20, la felicidad empezaba en el 25. Hoy sé que inventé esa escala para entender que, aunque la felicidad estaba lejísimos (yo estaba 2 puntos), de a poquito podía acercarme. 

Pero, sin darme cuenta, también estaba creando una idea peligrosa: existía algo más allá de la alegría rutinaria, de la estabilidad emocional agradable, de la tardecita en el patio con seres queridos, de un 28 o un 32. 

Había en mi escala un 37, un momento imposible de sostener mucho tiempo, pero tangible y real, fugaz e inolvidable, magia científica del universo. Solo siete veces en la vida se podía llegar al 37, pero algunas personas no lo sentían jamás. Y si alguien aseguraba haber llegado más de siete veces era porque nunca había conocido al épico e inimitable 37, y lo confundía con torpes 35 o 36. 

Lo peor de toda esta mierda es que nunca pude salirme de ahí. Sé que inventé la escala para aliviarme, pero la internalicé tanto que me la creí. Corrijo: que me la creo. No puedo parar de sentir que existe la chance de que algún día llegue un 37 a mi vida. Martín: sos un imbécil. 

Estoy por conocer a Vanina, eso es lo que pasa, por eso pienso en esto. Hace cinco meses chateo con ella. Hace cinco meses la vida me parece mejor porque Vanina existe. Pero me doy cuenta de que exagero, como con todo. A Vanina nunca la vi, apenas hablamos un par de veces por teléfono, pero no puedo parar de sentir una cosa en el medio del mundo cada vez que ella desarrolla una idea que me cambia la forma de vivir. 

Estoy por conocer a Vanina, eso es lo que pasa. Estoy nervioso, parado en el Jardín Botánico de Palermo. Me escapé del trabajo y me hubiera escapado de mi piel si hubiera sido necesario para verla, para comprobar que sus ideas son también un ser humano con nariz. Le prometí a Vanina que no intentaría besarla, que no me portaría como un idiota, que solo quería escucharle los ojos contarme las magias que siempre me escribía. 

Soy un tipo de 24 años esperando a una chica de 18 como si la vida fuera un cuento de hadas, me detesto, detesto mi concepción romántica de la vida, me la quiero sacar de todos lados, pero hay tanto sol y hay tanto verde y Vanina está ahí, sentada en la fuente, escuchando música como si no se fuera a encontrar por primera vez con un tipo de 24 años con el que no para de conversar desde hace cinco meses. 

–Nunca tiraría una moneda en una fuente –dice Vanina–. ¿Cómo creen que por tirar una moneda se les va a cumplir un sueño?

La tarde es preciosa y confusa, intensa y de miel, y yo tengo que hacer fuerza para no enamorarme nunca de Vanina aunque me parece que hace mucho que estoy enamorado de ella, yo sé que enamorarse es un engaño psicológico pero Vanina me sonríe y habla de paradojas temporales, de árboles que opinan soltando frutos o de cómo trasladar los paréntesis a una conversación oral, y yo siento que me despierto por primera vez. 

–No tiran monedas a una fuente para que sus sueños se cumplan –le digo– , tiran monedas para recordar qué es lo que sueñan. 

Entonces, Vanina tira una moneda. 

–Las personas cambiamos –nos jura. 

Yo pensé que Vanina era un escritor de 80 años que se había burlado de mí durante meses pero está acá y habla como nunca pensé que nadie podía hablar, quiero dejar de pensar así pero no puedo, yo tendría que estar tipeando en una oficina pero estoy en un café acompañando una tristeza que me cuenta ahora, porque las horas pasan y yo me angustio porque sé que voy a terminar amándola y exponiéndome otra vez a la tristeza existencial del desamor. 

Y más angustiado estoy porque yo solo quería verla y charlar y saber si ella además de con las letras me quería con los ojos, y eso está pasando, pero no lo siento. No siento esa felicidad incontrolable, la explicación a cada dolor, resulta que no existe el 37. Es fantasía, como tantas otras cosas que me creí. No sé que esperás de la vida, Martín, pero mucho más que esto no creo que haya. Tal vez tenés que aprender a conformarte. Basta, Martín, por favor. 

Mientras la acompaño hasta su casa, en el subte, soy todo silencio. Siento que me voy apagando. Que mi día mágico se acaba y estuvo bien y no sé si estuvo bien, porque Vanina está acá y yo soy un cagón que promete cosas porque no se anima a asumir que por ahí nomás a veces no podemos prometer nada, que estoy queriendo vivir el amor, o el enamoramiento, o lo que mierda sea con el freno de mano, y que así no se viven las cosas. Que ya no sé por qué sufro, ni por quién sufro. 

Vanina me apoya la cabeza en el hombro mientras viajamos en la línea A y yo por fin, por fin me conformo. Por fin entiendo. Este 25 de marzo de 2009, lo sé, lo voy a recordar para siempre como el día en que asumí que no necesito treinta y sietes en mi vida, que la respiración de Vanina a centímetros de la mía, aunque ella nunca me ame, aunque siempre haya cosas sin resolver dentro mío, aunque a veces haya que renunciar a una verdad, es suficiente. Que sería terriblemente injusto no disfrutar de este 31 o 32 que tantos años me costó conseguir solo porque me queda algo atragantado en el mundo. 

Es de noche y la fiesta terminó. Llegamos a su vereda, y nos miramos un rato, y nos abrazamos, y la veo abriendo la puerta del edificio que es su casa. Intento dejar de pensar tanto de una vez, y de pronto Vanina se da media vuelta, corre rápido hacia mí y me da un beso larguísimo y hermoso, inesperado y real, un beso que me explota en la cara y le da sentido al universo. Descubro, en ese mismísimo momento, que el 37 existe.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Vanina (parte 2)

Por Martín Estévez 

Corro el riesgo de hacer el ridículo, pero me importa un carajo. Vanina (más bien la historia que creo haber construido con Vanina) merece riesgos. Intenté contar el inicio (conversaciones por MSN de 2008), ¡pero es tan difícil! 

Me cuesta un montón leer estos chats con objetividad. No sé si son gloriosos o una porquería. Intuyo que así recortados, sin sentirlos en carne viva, no transmiten nada de lo que pasaba en madrugadas interminables, tardecitas a las apuradas, en esas ventanitas llenas de letras. Lo confieso: tengo miedo de estar convirtiendo mi historia con Vanina en romanticismo berreta. 

Ayudaría que hagan un esfuerzo: imaginen los 200 diálogos que faltan por cada partecita que elegí, las horas de espera entre una conversación y la siguiente. Imaginen a un tipo de 24 años con una vida insípida al que unas letras rojas que no sabe desde dónde llegan le generan una cosa en las tripas que todavía hoy no puedo describir sin que me salga una oración cursi, horrible, ingenua, una oración melosa que yo mismo odiaría si escribiera. 

Por ahí me tengo que dejar de romper las pelotas con las explicaciones. ¿Cómo puedo pensar que a las ideas de Vanina, aun en su etapa de adolescente conflictuada, hay que adornarlas? Me siento un traidor al no confiar en lo que valen. Me consuela saber lo que me hubiera escrito ella: “tranquiloo, Matt! Al menos te sentís”. 

Bienvenides a Vanina, parte 2. 

• •  6 de enero de 2009 • •   

Vanina: Dame una M, dame una A, dame una R y dame todas las demás letras. Qué se formó? MARTIIIIN Qué se formó? MAAARTIIIIIN. 

Martín: Hoy, después de bastante tiempo, no estoy bien. 

V: * Las porristas bajan de inmediato las porras, y escuchan con atención lo que Martín les dice * 

M: Es sólo un dragón en la garganta. Moviéndose, rasgando, endemoniado. 

V: Pero los dragones no nacen en las gargantas. Se mudan ahí cuando se dan cuenta de que la persona está tan fría, oscura y húmeda como las cuevas donde pasan años y años. Algo tiene que haber puesto en ese estado a Martín. Y sea lo que sea, todo va a salir bien. Porque sos bueno, genial, inteligente y divertido. Y eso te va a llevar a la victoria. Tiene que ser así, si no en este mundo no hay justicia. 

M: El problema es cuando lo que ya salió mal te persigue con su forma de dragón y se aprovecha de tu alma cavernosa. 

V: El destino te está probando, y si ve que te comportás como espera, te va a dar la dulce recompensa! Es algo así como Jesús cuando probó al tipo ese de la montaña, que lo hizo matar al hijo. Segundos antes de que lo mate, le dijo: naah, pará… era JO DI TA. Y lo llenó de cosas buenas. Claro, tuvo cien campos y mil mujeres fértiles, pero lo que es su hijo, JAMÁS LE VOLVIÓ A HABLAR. 

M: Dijimos que no ibas a ser más brillante. 

V: Viendo que tenías tanta oscuridad alrededor, quería prenderte una vela. Aunque sea una chiquita. De un metro cincuenta y ocho… 

M: ¿Sabés que tengo una bolsa llena de ganas de verte, no? No importa cuándo, solo quiero que sepas que la bolsa existe, está tan repleta que paga boleto en el 37 que va de Ciudad Universitaria a Lanús. 

V: hfdhgkfhj … puff… si te gusta mi versión flogger conflictuada tendrías que verla ahora: está trepada por las paredes, literalmente. 

• •  10 de enero de 2009 • •   

M: ¡Dame una V! ¡Dame una A! ¡Dame una N!... 

V: aaaa, las porristaas. Cuánto te cobraron a vos? Me parece que me estafaron el otro día… 

M: 43 pesos cada una, y 100 por llevarlas y traerlas. 

V: te das cuenta? se abusaron de que no soy ni de lejos tan elástica como ellas. Fuee, que sacudan sus pompones y sean felices. 

M: Hoy me junté con un amigo a hablar de Racing y terminé hablando de vos. Estoy preocupado. 

V: Martín, perdón si lo malentendiste, pero… yo no juego en Racing, ee 

M: Por eso estoy preocupado: no sé si estaría bueno. Te falta altura para el cabezazo. 

V: Sí, me lo han dicho ya. eii, puse Martin Estevez en el facebook. HAY QUINIENTOS. 

M: Te agregaría, pero tengo que chequear las fotos en las que estoy etiquetado. A ver si un momento poco fotogénico me tacha de tu cuadernito “un millar de chicos con chances”. 

V: por favor, chica modelo anorexia y preocupada por la imagen, me podés llamar a Matin de nuevo? 

• •  15 de enero de 2009 • •   

V: Ojalá todos se pudieran mimetizar en un mismo sentimiento. De esa manera, el mundo pararía cuando alguien muere. O cuando te lastiman, o te traicionan. No se siente ridículo salir a la calle y ver que todos siguen tan iguales? Que el mundo acaba de ROMPERSE, literalmente, y nadie lo nota? 

M: Fue más hermoso lo que escribiste que tu raya al costado en la foto. Tenés que compartir tu don. En serio. 

(...)

M: Me gusta prometerte porque es un modo de creer que, hasta que no cumpla mis promesas, no te voy a perder. Conversar con vos es… no sé explicarlo. Sé que los hombres nos hemos ganado por nuestra propia culpa muchos prejuicios. Pero yo disfruto de vos de la manera que sea y sin demasiado pensamiento. Disfruto de vos así como venís, despeinada y sin maquillaje, y sin promesas de futuro. 

V: Matin… prometo que no me voy a ir. De eso podés estar tranquilo. Que esa preocupación se vaya y deje lugar a las otras, que espero algún día me compartas. Mientras, Vani sigue acá, con la velita en la costa, esperando tu barco. Va a estar por mucho tiempo más, lista para el abrazo cuando sea necesario. 

(...)

M: ¿Dijiste María Elena Walsh? No estoy a su favor. En Manuelita, atenta contra la producción nacional. ¿Por qué cree que solo la podrán embellecer en París? Y ni hablar del Mono Liso, capaz de levantar cualquier alimento sucio y lastrárselo, incluso de la orilla de una zanja. ¿Qué clase de higiene quiere imponer en nuestros hijos, señora Walsh? ¡Dé la cara! 

V: Ahora me vas a decir que ‘Estamos invitados a tomar el té’ tiene mensajes subliminales! “La tetera es de porcelana pero no se ve” es un claro mensaje a favor de los alucinógenos, ee… 

M: ¡Subliminales no, son muy directos! “La leche tiene frío, YO la abrigaré, le pondré un sobretodo MÍO”. ¡Cuánto egocentrismo! Es evidente que la leche es de familia humilde, no tiene abrigo, y María Elena trata de evidenciar su “bondad” prestándole un sobretodo, que además le queda largo (“hasta los pies”). ¿Por qué no lucha por una sociedad donde la leche no tenga frío en vez de hacerse la madre Teresa? 

V: JAJAJAJAJAA DONDE LA LECHE NO TENGA FRIO JAJAJAJAJAJ  

• •  22 de enero de 2009 • •  

V: Está usted disponible, licenciado? 

M: ¿Para la protagonista de mi próximo libro? 

V: aaaa, va a ser una novela épica, con ladrones solitarios y agradables, monjas ninjas, dragones que bailan y espadas brillantes? Si es así, quiero ser la protagonista a toda costa! 

(…) 

V: Te estoy creyendo con toda la fuerza de mi corazón. Sos la única persona a la que le creo en este preciso momento. Si dejás de hablar, agarro un fusil sentimental y hago un desparramo. Pero yo leo, leo y me aferro a esas palabras azules con toda el alma. 

M: Ahora no estás viendo tu ficha en el tablero desde afuera. Estás atoradísima en el lugar de la ficha, con poca visión global. En estos momentos, cualquier movida rápida es mala. Hasta ahora no hiciste nada malo. No lo arruines. No te desesperes. Apelo a tu enorme sensibilidad para entender que a veces está bien comerse una piña en honor a la justicia. “Nadie nos prometió un jardín de rosas: hablamos del peligro de estar vivos”. 

V: Va a sonar re cursi esto. O sea, mal. Pero no sé qué habría hecho sin vos en este momento. No lo puedo creer, que de un día para otro entraras en mi vida y me ayudaras tanto, pero tanto. Sos único, Martín. Que pese a no conocernos face to face, me ayudes de verdad. Porque consuelo dan todos… pero ese consuelo así nomás, cusi cusa. El tuyo es un consuelo de alguien a quien de verdad le importa. Aaaaaai, no me van a alcanzar los caracteres para agradecértelo, nuncaa. 

M: Si la única forma de estar con vos fuera escribirnos cartas con lápiz verde con poca punta, lo haría hasta el fin de los tiempos. Te quiero, flogger adolescente ninja con vestido a lunares. 

V: Yo también te quiero, mi reportero, filósofo, ladrón inocente y futuro flogger. Gracias por ser así. Por dejarme ser así con vos. Por aaaai, por conocernos. Gracias a vos, al universo, a tooodos. 

(…) 

M: Si reviviera Belgrano y te viera, se moriría de nuevo. 

V: Paraa, Belgrano creó la bandera, no? Podría haberle puesto más ondaa… o seaa, un poquito más de contraste! un fucsia, un verde loro. Esos son colores! eso grita: SOMOS LIBRES, SOMOS RE GLAAM. effeame, mundo! 

M: jajajajajajajajjajaja. No podés existiiiiiiiir! Al menos le puso un emoticon en el medio. 

V: un emoticon, me morii, jajajjajajjajaj 

• •  27 de enero de 2009 • •  

M: La eterna lucha entre nueve dedos manejados por mi cabeza que aceptan un “no hagas nada” y mi meñique, solitario, heroico, apuntalado por mi alma, que se escurre entre las grietas de la realidad para acercarse a la irreal, imposible, adictiva Vanina. 

V: El mundo es de aquellos que se arriesgan, que siguen a su corazón (si es que los meñiques tienen uno) y que apuestan por llegar a ese tan ansiado 37 en escala de perfección. El mundo, señores, es de los dedos que jamás humillan a su deseo, en pos de la racionalidad. El mundo, en este momento, es de tu querido meñique. 

M: Cada intento de comenzar una conversación normalita, simpática y pasajera se termina convirtiendo en un momento quirúrgico que (lo sé, lo tengo claro, lo asumo) me va a doler alguna vez, quizá mañana, quizá en una década. 

• •  5 de febrero de 2009 • •    

M: Hoy le contaba a Pablo sobre el casamiento de mi hermana, que será en septiembre. Y lo primero que me dice es “vas a ir con Vanina, ¿no?”. Y no pude qué decirle que no. Así que andá eligiendo vestido. 

V: jkfhgjkfjkdghjfhgfkfhgjk . oh no! esas letras floggers no son suficientes! Bueno, sabés qué? Voy a hacer algo que no esperabas. DALE. TOMAAAA! Te acepto la propuesta. 

M: jkfhgjkfjkdghjfhgfkfhgjk . ¿Esta es una promesa de esas que no se cumplen o es de meñique? 

V: ES
DE
MEÑIQUE 

M: Estoy 25 de 37. 

(…) 

V: Sos como un guerrillero que en medio de la batalla se agacha al lado de su compañero y le dice: bueno, decime… tus papás se separaron? es por eso que le tenés miedo al abandono? Si algún día, en otra vida, vamos a la guerra, haceme saber que vos sos Matt, el de la vida pasada. 

M: Me gusta cuando estás contenta. Es como si el rojo de las letras brillara más lindo. 

V: Es porque las escribo con sangre fresca de mis víctimas. 

(…) 

V: A veces parece que Liniers nos espió en nuestras conversaciones y se puso a dibujar las cosas que decimos. Son tan colgadas, tan colgadas, y a veces te dejan algo tan profundo. 

M: Tengo que confesarte una adicción. ¿Estás asustada? 

V: Un poco sí. Pero puedo manejarlo. 

M: Algo parecido a lo que hace Liniers, pero con gente como Clark Kent. 

V: para para para. me vas a decir que tu adicción son los comics? NAAH, TE DAS CUENTA…? ESTO YA ES… NAA. DEMASIADO. NANANANANANANA. NANANANANANANANANANANA. Te acordás que te dije que tenía algo para recomendarte hoy? Era Watchmen. 

M: NANANANANANANANAANA. 

V: AHORA ME ENTENDES? ESTO YA ES DEMASIADO. ¿Tenés Sandman? 

M: Sueño, Delirio, Desespero, Muerte, Destrucción, Destino y Deseo. Los siete hermanos Endless. 

V: AAAAIAIIII SIIIII Sos el mejooooor! Es poético, te das cuenta? como hablo de esto con mis amigas floggers? Nos quedan años y años para frekear! 

M: ¡ESTOY 26 DE 37! El mundo, hoy, es maravilloso.

(Continuará)

lunes, 31 de agosto de 2020

Mi novia flogger

Por Martín Estévez 

Existió una novia que nadie supo que tuve. Ni mis amigues, ni mi familia, nadie la conoció. No es un chiste, un truco, ni una mentira: oculté mi segundo noviazgo al mundo entero. No por olvido ni por discreción: la vergüenza me llevó a negar esa historia hasta esta noche en que la pandemia y el vino, o tal vez el amor por la verdad, me impulsan a contarla: la historia de mi novia flogger. 

Estamos en febrero de 2009 e invaden Buenos Aires chicas y chicos con flequillos extraños, colores estridentes, chupines ajustados: los floggers. Adolescentes que se comunican a través de una cosa rara llamada Fotolog, en la que pueden subir una foto por día. El sueño de todo flogger es tener miles de personas que los pongan en “Favoritos” (“¡Effeameee!”, rogaban) para llegar a la gloria: ser “Flogger Gold” (o sea, publicar seis fotos por día en lugar de una). 

Yo tengo 24 años, quince días de vacaciones y no sé qué hacer con mi vida. No quiero pasar dos semanas solo y triste, así que decido darle una última oportunidad a la relación con mi papá, y una de las primeras oportunidades a la relación con mis hermanes, y viajo a la costa a pasar mis vacaciones con elles. 

Enseguida entiendo que con Juanca la cosa saldrá mal, y con Vicky y Fede, muy bien. Pero elles tienen 13 y 10 años, y yo tengo 24 y estoy desesperado por sentir emoción en mi vida. Desesperado en serio: una noche agarro una botella de Frizze, un libro de mil páginas llamado Los Miserables y me dispongo a pasar la noche en una plaza desconocida. No tengo idea de por qué: nomás me siento en una hamaca y leo, entonado por el alcohol, un libro francés de 1862. Para peor, mientras tanto me saco selfies, también sin saber por qué. 

Estoy en pose, eso sí lo sé. Quiero fingir algo que no soy. Quiero que pase algo en esta vida infame que es una meseta absurda en la que extraño a alguien a quien ya casi no recuerdo: a mi primera novia. En la que extraño, en realidad, una vida emocionante que tal vez nunca tuve y que ni siquiera sé si existe. Estoy sentado en una plaza con un libro terriblemente cruel en la mano, sin saber por qué. 

A las 4 de la mañana veo una mancha fucsia en la oscuridad. Alguien se acerca muy rápido, como si me conociera. 

–Qué divertido que estés con ese libro grandote. ¿No sos de acá, no? ¿Qué estás haciendo? –me dice. 

–No… No sé… Yo… –balbuceo, porque no sé qué estoy haciendo. 

–¡Daleeeee, reinaaaa! –le gritan desde la esquina. 

–Me tengo que ir, vení conmigo –me dice, y me arranca de la hamaca. 

Caminamos cinco cuadras en las que no digo ni una palabra. Ella no para de hablar de cualquier cosa. De golpe frena y me dice: 

–Vivo ahí, ¿ves? En esa casita. Vení mañana a la tarde y charlamos. A las cinco. 

Estoy por decirle que mejor no, pero no me da tiempo. 

–Antes saquémonos una foto para el flog –me dice. 

Y en menos de dos segundos quedo retratado para siempre en esa esquina, en esa noche, en esa vida. 

Al otro día, a las cinco, estoy ahí. No sé por qué. Entro a su casa. Me siento en un sillón. 

–¿En serio te llamás Reina? –le digo. 

–No –responde–, es mi fotolog: reinadelflog. Cuando puedas effeame. 

Quince minutos después, estamos besándonos. Tengo 24 años y ella es la segunda persona en la vida a la que le doy un beso en la boca. No sé por qué. 

Veintiséis minutos después, estamos en una cama. El sexo para mí es un trauma. Ella no lo sabe, pero se da cuenta enseguida. 

–¿Qué pasa? –me dice. 

Pienso en inventar una mentira, pero digo una oración larguísima de golpe. 

–No me sale coger, no tengo ganas de molestarte, me dijiste que venga y vine, perdoname, no sé qué hago acá y tampoco sé qué hago con mi vida. 

La imagen es patética. Yo estoy desnudo, desprotegido y frágil. Hablo sin fuerzas. 

–Vestite –me dice, y se va a la cocina. 

Tengo una nebulosa en el cerebro. No estoy triste: estoy extraviado. Me visto mecánicamente y agarro el buzo antes de irme. Ella me frena. 

–¿Querés ser mi novio? –me dice. 

–¿Qué? –respondo atontado–. En 6 días me voy. A Lomas. Vivo en Lomas. 

–Seamos novios seis días. Mañana pasá a buscarme a las tres –dice, y me empuja hasta la puerta–. Si vas a ser mi novio, te tengo que presentar a mi mamá. ¡No llegues tarde! 

No sé por qué, pero al otro día, a las 3, estoy ahí. Me agarra del brazo y empezamos a caminar. A las personas que la conocen les dice “él es Martín, mi novio”, y todes me saludan como si nada. Vamos por una peatonal, se frena y le pide una papa frita a alguien que come un paquete. El chico la mira extrañado, le ofrece una papa, y de golpe, lo juro, ella le saca todo el paquete de la mano y le dice “mejor dame todas”. 

En una mano se lleva el paquete enorme de papas fritas y en la otra me lleva a mí. Siento que me van a cagar a piñas por su culpa. Miro para atrás para pedir perdón y el pibe, tres veces más grandote que yo, mira con cara de sorpresa. Tampoco sabe qué hacer. 

–¿Qué hacés? –le digo. 

–Lo que me da la gana. No te conozco, pero es obvio que a vos te falta esto: hacer lo que te da la gana. Así que te enseño. Ah: dame un beso. 

–¿Qué? 

–Que me des un beso. Si vas a ser mi novio, nos tenemos que besar. 

Y nos ponemos a transar enfrente de un vendedor de churros. 

En los siguientes seis días, no solo me lleva a conocer a su mamá, sino que me muestra los secretos de su vida: su infancia, el rincón donde va cuando quiere estar sola, la angustia de una ciudad tan llena en verano y tan vacía en invierno. Me cuenta que ella tampoco sabe qué hacer con su vida, pero que mientras tanto hace lo que quiere. Me dice que eso tengo que hacer yo. 

Lo peor, lo mejor, o lo más inolvidable sucede cuando me lleva a un cyber. Un cyber es el lugar donde podés usar internet en 2009. 

–Tengo que revisar el flog –me dice. 

Lo que veo en los siguientes 30 minutos no lo voy a olvidar jamás. Ella sube una foto y de golpe empieza a abrir ventanitas. Una, dos, tres. Diez, quince, treinta. De pronto hay alrededor de cincuenta chats simultáneos en los que intercambia diálogos absurdos con cincuenta personas a la vez. Cincuenta personas no: cincuenta floggers.  

–Gracsssss, gooooorrrr…… 
–Lindoo vosssssssss
–que haces santiiiii!!!!!
–amigaaaaa
–ay k divinoooo
–¡effeame de reverseeeeeeeeeeeee! 

Escribe así, en velocidad infinita, abriendo y cerrando ventanitas, el teclado parece una ametralladora, es imposible que realmente esté leyendo lo que esas personas dicen, que esté entendiendo algo de lo que está pasando. Por momentos siento que no puede ser real que ella esté sentada sosteniendo cincuenta conversaciones simultáneas durante 30 minutos con gente que se llama [[[€r®®®iiiiiii ]]] o {{rayitodesooooool :) }}. Que no puede ser real que un hombre serio de 24 años esté parado en un cyber de la costa, una tarde de febrero, siendo novio de una verdadera e hiperquinética flogger. 

En el quinto atardecer de nuestro noviazgo, nos sentamos en un edificio abandonado a medio construir. La vista es hermosa. Por primera vez, hay silencio: ella no habla. 

–Por ahí no es que no me animo, sino que no sé lo que quiero hacer –le digo. 

–Sos lindo –dice ella sin hablar tan rápido–. Decís cosas lindas. Yo soy rara, tengo un montón de problemas, pero vos estás acá conmigo. Todo el tiempo estás tratando de ayudarme. Por ahí lo que querés hacer es esto: estar acá, pensando qué querés hacer algún día. 

–¿No te molesta que no hayamos podido coger? –le digo con culpa. 

–No, prefiero estar acá hablando con vos. Vos hablás de verdad. 

El sexto y último día nos dedicamos a caminar durante horas. Nos contamos cosas de verdad. Cerca de las 8 me llaman desde mi trabajo, ella me saca el celular y dice: “Soy la novia de Martín, no puede hablar ahora, está de vacaciones”. Y corta. Le sonrío. Nos abrazamos. Tengo ganas de llorar, no sé por qué, pero me aguanto el nudo en la garganta. Al otro día, nos separamos para siempre. La historia termina ahí. 

Mentiría si digo que la recuerdo seguido, pero sí cada vez que escucho Mil Horas, de los Abuelos de la Nada. Como era una de las dos o tres canciones que tenía en su celular, cuando estábamos juntes sonaba mil veces. Me hace acordar de lo raro de aquel viaje, de mí, sentado en una hamaca leyendo Los Miserables, de lo lejos y cerca que estaba de saber qué demonios quería en la vida. Pero me acuerdo, más que nada y especialmente, de la risa espontánea que le salía cada vez que cantaba la versión que había inventado para ella:

“La otra noche estuve devolviendo firmas dos horas… Mil firmas por posteo…
Y cuando firmaste, vos posteaste y me dijiste: flogger, vos effeame, y yo te effeo…”. 

Me hace recordar con cariño esa risa que se le escapaba sin querer y que, en un mundo superficial, mezclado y enfermo, me gritaba que ella, y todes les floggers, eran inocentes de todas las catástrofes del universo.

domingo, 23 de agosto de 2020

Vanina (parte I)

Por Martín Estévez

Si algo le faltaba a mi vida el sábado 18 de octubre de 2008 era magia. Yo escribía en una revista que se publicaba en Puerto Rico y extrañaba a una ex novia que había dejado de amarme hacía muchísimo. Había llegado la internet a casa y los fines de semana chateaba de madrugada, mientras Tati dormía a mis espaldas. Trataba de no hacer ruido con el teclado para no molestarla. Respiraba gris. 

En salas de chat o páginas ridículas como “¿Sexy o no?” conocía decenas de personas que agregaba al MSN y con las que no conversaba nunca más. Ese 18 de octubre, apareció conectada una foto pixelada en la que se veía una cara acostada sobre un almohadón (igual a la mía) y una frase de Fito Páez: “El tiempo a mí me puso en otro lado”. Cuando le pregunté “vos también acostada?” empezó una de las mejores historias de amor de mi vida. 

 Tal vez tendría que explicar muchas cosas para que entiendan por qué, con Vanina, volvió a mi vida la magia (no magia de creo-en-los-unicornios, magia de siento-algo-que-la-ciencia-no-explica), pero yo no les subestimo a ustedes: entiendo que pueden reconstruir las infinitas horas que faltan en estos pedacitos arbitrarios de chat, insulsos sin contexto, disecados sin vivirlos de madrugada, con creatividad, con empatía, con sus propias historias. Y si sale mal el intento, no importa, qué va a importar: lo único que quiero es hablarles de Vanina. Bienvenides a la primera parte de la historia. 

• •  18 de octubre de 2008 • •  

Martín: El tiempo te puso en otro lado. ¿En dónde? 

Vanina: El muy jodido me trajo de Capital a Pinamar. Mala pasada me jugó. 

M: ¿Qué tu mail sea “tan.ilógica” me tiene que preocupar? 

V: La lógica es el camino, lo ilógico es meterte en medio de los yuyos. Cuando es cuestión de vida o muerte, andá por el camino. Pero cuando tenés tiempo, ¿a quién no le gusta perderlo entre árboles y yuyos? 

M: Qué profundo para alguien de 17 años. 

V: Es culpa (o dicha) de la noche. Durante el día, sale de mí una parte que preferiría asesinar, y dice cosas como “o seaa, tipo, re copado mal, gordita, arree…”. Pero en los domingos nublados, ¿qué más placentero que ir al Parque Rivadavia, revolver libros viejos y dejarse estafar un rato por los vendedores de los puestos? 

M: ¡No podés existir! Odio estas cosas: uno anda por su vida gris, haciendo cosas grises, pensando en mundos grises, sin emociones violentas, sin opresiones en el alma, sin ilusiones enormes. Entonces aparece una chica que dice “arreee” todo el tiempo, y tu noche de sábado gris se convierte en lluvia de fibras fosforescentes. ¡Te odio! 

V: Por eso siempre hay que llevar paraguas, o pasear bajo la lluvia y disfrutarla. Después de todo, uno nunca sabe cuánto puede durar… pero lo seguro es que es pasajera. 

M: Pero las chicas fluorescentes son difíciles de lavar del alma: tienen esa tinta en la mirada…

V: Entonces solo queda disfrutar del agua. Mojarte la ropa y llevarte un poquito de esa agua a casa. Así, cuando la lluvia pase, vas a tener algo que conservar. 

M: ¿En el país de las mujeres imposibles, hoy adelantan una hora el reloj o no? V: Aaa, estoy en contra de eso. 

M: ¿De las mujeres imposibles? ¡Yo también! Te enseñan que son todas iguales, ¡y después aparece una que está contra el cambio de hora! 

V: ¡Es que es indignante! La hora es una de las pocas cosas libres, que vienen de la nada y a la nada van. ¡Y estos señores la quieren modificar! 

M: Es tan terrible como talar un árbol. 

V: Se me acaba de ocurrir una paradoja: si una persona llora por la tala de árboles, ¡se tiene que secar con pañuelitos de papel! Porque no es humano secarse con otra cosa que no sean pañuelitos Elite doble hoja. 

M: A mí se me ocurrió una solución: si alguien llora por la tala de árboles tiene que dejar caer sus lágrimas, para regar la tierra y ayudar a que crezcan nuevos árboles. 

V: Bueno, me desconecto. Me gusta prolongar esto lo más posible, porque cumplo un ciclo con las personas: “conocerlos – pasarla bien – pasarla re bien – distanciamiento – olvido”. O sea que cuanto más tardemos en quemar etapas, más te voy a tener. Prometo cuidarte mientras seas mío. 

M: Ahí te vas, dejando la lluvia de fibras. Supongo que saldré a caminar sin paraguas, para ver si te encuentro caminando entre los yuyos. Total, tenemos tiempo, ¿no? 

V: Muchísimo. Solo espero que la lluvia que ahora te gusta, no te termine molestando. 

M: Si deja de gustarme la lluvia, me gustará la nostalgia del gusto perdido. 

V: Y al menos sé que vas a guardar un poquito de agua en un frasquito… así no siento que lloví en vano. 

• •  25 de octubre de 2008 • •  

V: La amistad es siempre mejor que el amor. Los amigos son para siempre. Los novios, para un para siempre más corto… 

M: Con tanto chiste sobre ser flogger, ya me pregunto en serio si tenés fotolog… 

V: Emm… TENGO.

M: Jajaja, ¡flogger! 

V: Vos? 

M: Bueno… emmm… de una manera extraña… no muy tradicional… SÍ. 

V: ¡Sos un farsanteeeee! Criticás a los floggers: TENÉS FLOG. ¿Dios míoo, cuántas mentiras más voy a tener que soportar? 

M: Jajajaja. Te quiero. No puedo evitar decirlo. 

V: aaaaaaa, ¡este momento es momento Kodak! Es la primera vez que me decís “te quiero”. Espero que no sea la última. 

M: Esto va demasiado rápido. 

V: El tiempo que me rige no es el mismo que rige a la humanidad, Martincito. De modo que no te preocupes, dejate llevar y disfrutá del viaje. Otra cosa: eeeu, me gusta muucho lo que escribís. Tu nivel de flasheo, de pasar de un tema a otro relacionándolos así. Me suelo aburrir de la gente vana, tonta y superficial que solo me habla para invitarme a algún lado algún día y sacarse meses de calentura virtual. Y vos no sos así. 

M: Sos ácida, eh. 

V: Eso depende de la persona con la que trate. Sé que vos lo resistís y lo usás como material para una futura bomba de limón. Si trato así, a mis amigas se me ponen a llorar. Con ellas soy una dulzura caminante. Vos sos sarcástico, y eso está muy bien. La persona que no es sarcástica es porque no puede serlo. 

M: ¿De dónde sale todo lo que tenés en la cabeza? 

V: No sé, está ahí. A veces hace ruido, y molesta. A veces trato de ignorarlo para divertirme más. 

M: Es hora de encontrarte defectos. 

V: Te puedo ayudar. Soy posesiva. Soy histérica. Hoy quiero a Dios, mañana al Diablo. Vivo en una suerte de existencia que me pasea entre un pasado idealizado y un presente a veces bueno, a veces horrible. Tengo un problemita respecto a la constancia. Cada determinado periodo de tiempo desaparezco del mapa. Me canso de todos y necesito irme sola al medio de la nada para pensar todo lo que pasa. Después extraño, necesito, me termino sintiendo humana otra vez. Eso termina enojando a todos mis proyectos (de amigos más que amigos, claro) (…) Quiero decirte algo que todavía no te dije: tenés un don especial para hacer que todo suene a realidades salidas de las páginas de Dolina. Es algo verdaderamente mágico. 

M: No lo digas, me pongo a lagrimear, este es un verdadero momento Kodak… 

V: Sí, leo a Dolina a los 17 años. Te faxeo los pañuelos. Mirá si te pasa como la historia de la primera novia, pero en tiempo presente: me buscás, me encontrás y ¡PUF! Desilusión. Toda esta conversación me parece increíble. No me podés caer más bien, porque a esta altura del viaje sería imposible. 

M: Me hacés sentir raro. 

V: Es el mejor elogio que me podés llegar a hacer. 

M: “Los que recuerdan están rescatando cosas de la muerte. A su manera, son salvadores”. 

V: “No hay mejor amor que el que nunca ha sido. Los romances que alcanzan a completarse conducen inevitablemente al desengaño, al encono o a la paciencia; los amores incompletos son siempre capullo, son siempre pasión”. 

M: Muy raro, me siento. 

V: Al menos te sentís. 

M: Gracias por eso. 

V: aaaaa, yo me siento feliz. Sonrío y sé por qué: porque me alegraste. Me permitís ser un YO que no ejercito casi nunca. Un YO que me gusta más que el YO que generalmente represento.

M: Sos hermosa y no se diga más nada en este planeta. Que se callen todos y escuchen el eco de esa frase. 

V: No puede estar tan llena de momentos Kodak esta conversación. Ya es épica. Gracias por ser el primero que me dice eso sin conocerme, solo por como pienso. Vale más para mí que los “hermosa” de todos los demás. 

• •  27 de octubre de 2018 • •  

V: ¡Oh, my fucking god! 

M: ¿Cómo blasfemás en nombre de Dios? ¿No te dijeron que algo malo puede pasar? 

V: Todavía estoy esperando lo malo, para así jamás volver a blasfemar. Que baje, me golpee y me diga: MALEDUCADA. Voy a ser su sierva toda la vida. Hace dos años soy una niña del Instituto María Auxiliadora, pero mis ideas no pueden ser uniformadas ni obligadas a adaptarse a un régimen impuesto, que solo busca anular la individualidad de los adolescentes.

M: Sos un rompecabezas de 5.000 piezas, tengo solo 3 y lo peor es que se me perdió la caja. 

• •  2 de noviembre de 2008 • •  

V: Nosotros somos piezas de la misma caja de rompecabezas, y eso es difícil, considerando que cada persona es una pieza ¡y hay millones, billones de cajas a las que podrías pertenecer! Y más raro aun es que encuentres a las cuatro piezas que van enganchadas con vos. Nosotros estamos en la misma caja, Martín. Eso es seguro. ¡Nos reconocimos en cuanto nos vimos! 

M: Te creo. No sé por qué, pero te creo casi como si fueras solo una verdad que va por la vida gritando. Mucho cuidado con dejarme colgar de barriletes que no soportarían el peso de mis miserias. 

V: Tenés la facilidad de decirme cosas que me halagan de una manera completamente distinta de todas las maneras en las cuales me halagaron alguna vez. 

• •  10 de diciembre de 2008 • •  

V: Si seguís metiendo elogios en mi cabeza, voy a terminar explotando. La gente no va a entender qué me pasó hasta que los forenses lleguen a mi computadora. Y ahí van a querer perseguirte, pero vos tenés que correr mucho y muy rápido. De esa manera, podés iniciar una vida de fugitivo hasta que, en algún desierto de México, dentro de algunos años, encuentres a una nena chiquita que usa chupines violetas y habla con metáforas constantes. Vas a darte cuenta que se trata de mí de inmediato, y la reencarnación se te va a presentar como un hecho. ¡Volví a la vida y nos reencontramos! ¡Alabado sea Alá! 

• •  12 de diciembre de 2008 • •  

V: ¿Viste qué linda la sensación de escuchar canciones que fueron muy importantes para vos hace algunos años? Te da como un “no sé qué”. Como tomar sopa y agua fría, una después de la otra. Escalofríos en la panza. Te quiero, Matín. Definitivamente te quiero. 

M: Me pareció escuchar algo, como si me hubieran explicado para qué venimos al mundo. 

V: Antes que sea más tarde, antes que se me olvide, o antes de que se te desconecte la PC, te quiero decir gracias. Por preocuparte, tomarte el tiempo de hablarme, por todo. 

M: Me gusta leerte. Mucho. Hablo de eso con algunas personas. De una chica a la que me gusta leer. Aunque no me lo creas, aunque yo no me lo crea, no necesito otra cosa.

domingo, 2 de agosto de 2020

Cuarentenas eran las de antes

Por Martín Estévez

Ustedes, que creen que esto es aislamiento social, no entienden nada. ¿De qué cuarentena me hablan? Videollamadas, historias de Instagram, convivir con parientes, dar una vuelta manzana para comprar… ¡Esto no es aislamiento, señoras y señores! Aislamiento, lo juro por les donantes de plasma, es lo que viví hace exactamente 12 años. 

Todo arrancó a fines de julio de 2008. Tres manchitas en el cuerpo, llamada y rapidísimo diagnóstico: varicela. ¡Varicela a los 24 años! Me había contagiado de mi abuelo Víctor (tuvo culebrilla) y el médico fue terminante: 

–La carga del virus es grande. Si no lo aíslan, van a terminar todos enfermos. Y para personas adultas, contagiarse puede ser muy peligroso. 

No hubo anuncio presidencial ni tiempo para comprar víveres: diez minutos después cerraron la puerta de mi pieza durante tres semanas. No recuerdo si era todo tan distinto, si éramos medio pobres o si yo era anti-tecnología, pero no tenía teléfono celular ni computadora. Ni siquiera televisión. 

Pensalo en serio: que te encierren 21 días con un equipo de música, libros que ya leíste y Caladryl para ponerte cada ocho horas. Nada más. Te pica el cuerpo, mucho, todo. Si te rascás, la mancha queda para siempre. ¿Empezás a sentir lo que es aislamiento social en serio? 

Ni avisé al trabajo: no podía tocar el teléfono. Tati llamó a la revista Fox Sports y explicó que cualquier pregunta tenían que hacérsela a ella, y yo gritaría a través de la puerta si la fiebre lo permitía. 

La puerta se abría cuatro veces al día, en las cuales me dejaban, a distancia, agua y comida. En realidad, cinco veces: a las cuatro de la tarde la entornaba un poquito, ilegalmente, para escuchar a Fanny y Víctor hablar sobre los precios del supermercado Norte. Me emocionaba oír voces humanas tan cerca. Llegué a llorar mientras discutían si convenía comprar fideos moñitos o tapas de empanada para una cena. 

Encontré una malísima colección de rock nacional de la revista Noticias y la escuché completa: ni las canciones de Los Ratones Paranoicos me salteaba. El resto del día sonaba radio Metro como cortina de una vida en la que no pasaba nada. Solo mis pensamientos. A las 12 de la noche, cuando empezaba Dolina, las drogas ya me hacían delirar. 

Después, otro día igual. Y otro. Y otro. 21 veces. Sin historias para contar. Agosto de 2008: mi verdadero aislamiento. El primer mano a mano con mi cabeza, sin nada alrededor. 

Lo que más recuerdo es que no tenía vida social pero sí un plan: ser para siempre periodista deportivo, no perder a mis únicos dos amigos, que mi ex pareja volviera a amarme, vivir con ella y escribirnos cartas de amor en cada aniversario. Intuía que en 2009 o 2010, a más tardar, mi vida iba a tener rumbo definido. 

Jamás hubiera creído que llegaría otro virus, otro aislamiento, otra habitación solitaria. Pero mucho menos hubiera creído que a mi vida, 12 años después, solo le quedarían el cariño de Tati y el vegetarianismo. Que no habría ninguna otra coincidencia. ¿Qué pensarías si te dijeran que, dentro de 12 años, en tu vida no habrá nada de lo que existe hoy? 

Yo hubiera enloquecido, literalmente, si en 2008 me contaban que Rosana dejaría de doler, que el periodismo deportivo me sería indiferente, que mi abuelo moriría tan cerca de mis manos y mi abuela, tan lejos. Que Vanina me rompería el corazón, que yo se lo rompería a Tamara, que me iría a vivir solo a un departamento sin pasto ni balcón. 

Que practicaría esa locura del “amor libre”. Que Milito y Lisandro volverían y serían campeones, pero que en ese momento Racing me importaría menos que cambiar el mundo. Que estudiaría Letras durante 11 años, que todos mis amigues serían más jóvenes que yo, que mi familia se disolvería, que aprendería a vivir con ese vacío. Que en Argentina volvería a gobernar la ultraderecha, que la revolución feminista me haría repensar el mundo, que sería feliz durante años en ese departamento sin pasto ni balcón. 

Que por fin aprendería qué hacer cuando viera a alguien durmiendo en la calle. Que empezaría a escribir verdades en un blog, después en Facebook, después en un libro y después en todos lados. Que le rompería el corazón a Luz, que después ella me lo rompería a mí, que al final descubriría que nadie le rompe el corazón a nadie, que al final descubriría que nunca se sabe cuándo es el final. 

Que me dispararía la policía, que amaría las plazas y las confesiones bajo la lluvia, que sería un desocupado durante años, que una noche de 2020 lloraría agarrado a un teléfono y diría, lleno de honestidad: “Siento mucha vergüenza de esto que soy”. 

Que aprendería que darlo todo en cada ratito me permitiría dormir bien. Que a los 36 años no sería nada de lo que esperaba ser a los 36 años, pero que a los 36 años me querría más fuerte que nunca. Que aprendería que no es posible saber cuándo vamos a estar obligadamente solos durante muchos días. Y que nunca, pero nunca, podemos saber ni planificar ni suponer, ni advertir ni anticipar ni adivinar, cómo diablos será nuestra vida 12 años después. Ah, eso sí: estoy seguro que en 2032…

lunes, 20 de julio de 2020

Abrazame hasta que termine la pandemia

Por Martín Estévez 

Me rompe soberanamente los huevos andar ocultando por qué me preocupa tanto la pandemia. Estoy harto de caretearla todo el tiempo, de inventar que no quiero seguir encerrado o que tengo miedo de que muera la humanidad entera. A mí lo que me tiene angustiadísimo desde que empezó esta mierda del coronavirus, lo que realmente me mortifica, es recuperar un libro de Hernán Casciari. 

La clave del asunto es Florencia Leva. Pongo su nombre y apellido porque, si algo me pasa, ella será responsable. A mi (por ahora) adorada Florencia la vi por primera vez en 2012, no me acuerdo la fecha. El día en que conocí a Hernán Casciari, en cambio, no me lo olvido más: fue el 16 de julio de 2008. 

Meses antes, con Pablo fingíamos hacer periodismo para la revista Fox Sports pero nos la pasábamos boludeando. Una tarde señaló en su computadora un texto que se llama “Borges, desde el tablón” y me dijo: “Este tipo sería tu amigo”. Y desde que lo leí, ay, Hernán, te amo. 

Hernán Casciari vivía en España, acá lo conocía poca gente. Aquel 16 de julio de 2008 volvió a la Argentina después de ocho años para presentar un libro. Con Pablo dijimos que entrevistaríamos a un tenista y nos escapamos del trabajo para verlo. 

Gracias al (o por culpa del) gordo Casciari cambié para siempre mi forma de escribir: supe que si no arriesgo un poco la vida, si no hay violentas verdades escondidas cada dos líneas, ningún texto vale nada. Lo imité descaradamente y con orgullo. Con orgullo, también, recuerdo que en el primer número de su revista Orsai aparece mi nombre, porque compré 10 ejemplares para las personas que más quería. 

Comenté casi todos los 353 textos de su blog publicados hasta el 2013. Lo fui a ver hasta en la Universidad de La Matanza. En 12 años jamás pude evitar la amorosa envidia, o el envidioso amor, de decir “qué gordo hijo de puta” cada vez que escribe algo que yo hubiera amado escribir. Después siento culpa, porque “hijo de puta” es un insulto machista, pero igual no puedo evitarlo. 

Al principio, cuando se fue haciendo famoso, me sentí como alguien que sigue a una banda desde que toca para 10 personas y sufre cuando, de golpe, la escucha hasta su peor enemigo. Enseguida se me pasó y entendí que si sus textos escritos con las tripas llegan a más lugares, el mundo puede ser un lugar mejor. 

En 2011, el gordo abrió un bar en San Telmo, que como su blog y su revista se llamó Orsai. Todavía guardo una servilleta con el logo. Una noche estaba ahí y de pronto aparecieron Casciari (todavía vivía en España) y otras personas a recitar. Como siempre, el gordo me hizo hervir la pasión por lo que más me gusta en la vida después de la distribución de las riquezas: escribir. 

Hubo musiquita, paz. Hubo magia. Se hizo de madrugada y se me iba el último 74 a Lomas. Me acerqué a una mesita donde se reía con sus amigues. Lo interrumpí para contarle una pavada que había escrito sobre él en la revista El Gráfico

Cualquier reacción era esperable, menos la que tuvo: se alejó de la mesa, hizo fuerza para mantener la atención en lo que le contaba, agradeció con una sonrisa y me dedicó un libro suyo que, como siempre, yo llevaba en la mochila. 

¿Qué tienen que ver Florencia Leva y la pandemia con todo esto? Ya les explico. 

Hernán dice que la vida está grabada en surcos de un longplay, y que uno es la púa ciega que rasguña el vinilo. “Lo difícil –afirma– no es que suene la música (siempre suena), sino dar con el surco que a cada cual le corresponde. Una crisis es un salto antiestético en la canción. Encontrar otra vez la música correcta puede resultar muy complicado. A veces no ocurre nunca y enloquecemos. La locura es un disco rayado, es la desesperación que le hace repetir al desequilibrado la misma historia triste siempre”. 

Una de esas crisis, el gordo la resolvió en un viaje. Por eso, desde que empecé mi segunda gran crisis, en 2018, planeé un viaje desquiciado: presentí que en una placita de Ucrania volvería a sonar la música correcta. (Si alguien pensó que se trataba de un sensato viaje para conocer mis raíces, acaba de descubrir que gasté mis ahorros en una corazonada inspirada por Casciari). 

–¿¡ Pero qué tiene que ver esa tal Florencia Leva, hombre?! –ya escucho los gritos de ustedes. 

Para explicarlo, cito otra idea del gordo, la Teoría de los Guiños: “Funciona cuando la vida nos brinda una posibilidad, o nos ofrece un riesgo. En esos momentos, el mundo que nos rodea comienza a emitir gestos de complicidad”. 

Ojo: no está diciendo esa pavada de “cuando queremos algo el mundo conspira a nuestro favor”, sino que hay que descubrir 'cuándo' conspira a nuestro favor, porque una mala lectura nos puede cagar la existencia. “Las pequeñas desgracias cotidianas son productos de una mala decisión muy anterior, tan anterior que nos resulta imposible relacionar una cosa con la otra”, agrega el gordito lindo. 

La cuestión es que Florencia vive en España y la última vez que vino a Argentina me pidió algo para leer. En ese momento sentí el guiño, oí a Casciari susurrándome en los oídos, intuí que para que sonara la música correcta, mi viaje necesitaba algo más que la placita ucraniana. Le di a Florencia un libro del gordo y le dije que de regreso de Ucrania pasaría a buscarlo por España, donde ella vive, donde Hernán vivió, donde el libro había sido escrito. 

Enseguida saqué los pasajes. La placita ucraniana, el reencuentro con Florencia y con el libro de Casciari, el fin de mi crisis y el advenimiento de mi felicidad tenían fecha: 14 de abril de 2020. 

¿Entienden ahora? Estoy desesperado. Volver a tener ese libro en mis manos significaba que Ucrania, la placita, España, la música sonando en el surco que le corresponde, mi felicidad: todo había sido un presentimiento correcto. Significaba que la Teoría de los Guiños de mi gordo precioso no me iba a fallar. 

El viaje se canceló indefinidamente y nadie sabe qué pasará con el mundo. Cada noche le mando a Florencia audios como este:

–Che, vi que en España hay un rebrote del virus y otra vez vas a pasar semanas encerrada, qué bajón. Ah, otra cosita: ¿el libro está bien? 

Hasta que hace poco, entre medio de muchas otras cosas, Florencia deslizó: 

–A esta altura ni siquiera sé si voy a estar en España para cuando viajes, jajaja. 

Yo no me reí. 

Ahora resulta que el instante en que recupero el libro y suena la música correcta, el momento exacto de mi felicidad, no depende solamente de la pandemia, de la reprogramación del viaje, de que las aerolíneas no quiebren, de que en la placita ucraniana un rayo cósmico me sane el corazón. Ahora mi felicidad depende también de que Florencia no se mude a Francia, a Australia o a Corea del Norte. Ay, Florencia. 

Igual me parece que ustedes siguen sin entender. ¡No es la pandemia, la crisis ni mi felicidad lo que me tiene repleto de angustia, imposibilitado de dormir, vacío de hambre! Lo realmente terrible, doloroso, devastador si todo sale mal, ¿saben qué sería? Sería no haber sabido aplicar la Teoría de los Guiños, no haber reconocido las señales del destino. 

Lo fatalmente imperdonable, para mí, sería fallarle al gordo hermoso que me enseñó que si en ningún momento de un texto (atrás de los chistes, Florencia, Ucrania y la felicidad, atrás de los guiños, las teorías, el amor y respirar, atrás de mis palabras, tus ojos, los virus y el infinito) desnudamos que necesitamos un abrazo para soportar la angustia de existir sin saber por qué, entonces hay que borrar todo. Y, claro, empezar a escribir de nuevo.

viernes, 17 de abril de 2020

La psicóloga que no me entendía

Por Martín Estévez

Mi psicóloga me mira, casi con bronca, y me dice: “Martín, te angustia tu sexualidad, casi no tenés amigos, extrañás a tu ex novia, sentís que no hacés nada por el mundo… ¡¿Cómo podés sufrir por Racing?!”. 

Es lunes 21 de abril de 2008, y como cada dos lunes, a las 9 de la mañana estoy en el consultorio de Griselda, una señora grandota que fuma mucho aunque una vez me preguntó si me molestaba que fumara y le dije que sí.

–Le juro que antes pienso todo: que es solo fútbol, que nadie va a morir, que no puedo ser tan estúpido. Lo único que pido es un partido normal. Ganar 3 a 1, o perder 2 a 0, pero que no pase nada raro. Pero empezamos ganando 3-0 y Lanús nos empata 3-3 sobre la hora con dos goles en offside. Yo sé que para usted es difícil de entender que me ponga así... 

 –Sí, es difícil de entender. A veces se gana y otras se pierde… 

–Nosotros no ganamos nunca. Es la tercera vez este año que empezamos 3-0 y no ganamos. Estamos por irnos al descenso. Y el juez avisó que si Racing desciende, no puede pagar la quiebra y el club desaparece. 

–Te soy sincera, el fútbol no me interesa, pero voy a tratar de enterarme los resultados, al menos. Para saber cómo esperarte. 

• • • • • 

Lunes 5 de mayo, 9:22. Un día antes, Racing perdió 3-2 en Rosario.  

–Cuando ganábamos 1-0, me dije “no te ilusiones” –le explico a Griselda–. Nos hicieron dos goles y estaba lo más tranquilo. Cuando empatamos sobre la hora no sabe cómo grité. Pero al minuto 49, ¡cuarenta y nueve!, el Kily González tiró mal un centro y nadie sabe cómo entró la pelota. Me paré, dije “buenas noches” y me fui a caminar por el barrio, me cagué de frío, lloraba y temblaba, fue horrible. 

–Decís que te preocupa que Racing desaparezca. ¿Qué pasa si deja de existir, Martín? ¿Qué pasaría con vos? 

–Es lo que hago, de lo que trabajo, voy a la cancha con mi primo y mi tío, recorto diarios. Es lo que me hace gritar y enojar y me hace sentir vivo. 

–¿Sabés que vi el partido con mi marido? Él también dijo que no pueden tener tanta mala suerte, que siempre les pasa lo mismo.

• • • • • 

Lunes 19 de mayo, 9:14. Griselda me mira seria y fuma. 

–Hago todo lo que puedo. El fin de semana fui a Campana para no sentirme solo, para estar con mi único amigo. Decidí ver el partido con su familia. Me preparé, le juro que me preparé, hasta para perder 6 a 0 y no ponerme mal. Empezamos ganando y traté de no ilusionarme. Pero pasaban los minutos y pasaban y pasaban. Seguíamos ganando. Se me pusieron los ojos llorosos. El papá de Pablo, que es de Boca, me dijo: “Ya termina, hoy ganan, se lo merecen”. Y sobre el final nos empataron con un gol con la mano y en offside. ¡Con la mano y en offside! Y encima después… 

–Les hicieron otro gol en el minuto 49 –completa Griselda–. Sí, lo vi. Les pasó lo mismo que en el otro partido. Hasta a mí me resulta inexplicable. 

–Y me la aguanté calladito, hasta acepté un café, disimulé, pero después volví llorando tres horas y media desde Campana hasta mi casa. No puedo entender por qué me pongo así. 

–Martín, ¿sabés qué pensaba mientras miraba el partido? Que hablás de Racing usando el “nosotros”. Tenés que romper esa simbiosis. Si Racing desaparece no desaparecés vos ni las cosas que hacés. 

• • • • • 

Lunes 2 de junio, 9:36. Racing empató 0-0 con Independiente y sigue en serio peligro. 

–Hoy que estuviste más tranquilo pudimos terminar el rompecabezas –dice Griselda, satisfecha–. Ser de Racing con fuerza fue tu respuesta inconsciente después de esa noche en que tu papá gritaba desde la reja que vos tenías que ser de River. Y durante tu infancia, y tal vez también ahora, fue tu único lugar, tu refugio, tu identidad, de alguna forma esas 30.000 personas que sufren en la cancha son tu grupo de pertenencia. Y por eso tenés miedo de que desaparezca: para no quedarte solo. 

–Y lo otro que dijo también tiene sentido: que le haya ido siempre mal aumentó mi identificación con Racing, porque a mí también siempre me iba mal. 

–Exacto. Entender te puede ayudar, Martín: vos necesitás ser otra cosa además de Racing. Necesitás otros espacios, otros refugios. Vos no sos Racing y Racing no es vos. No hay un “nosotros”: son Racing y vos. Por separado. 

• • • • • 

Lunes 23 de junio, 9:26. Racing perdió 1-0 contra Colón y jugará la Promoción contra Belgrano para saber si desciende o se salva. 

–No sé ni qué decir –le digo–. No tengo ganas de hablar. Cambiamos la fecha de esta sesión por si pasaba esto. Y pasó. Y no sé qué decir.  

–Es increíble, otra vez en el minuto 49 –reniega Griselda–. ¡Y mirá que tuvieron chances! Toda esa gente que fue a Santa Fe, y estuvieron tan cerquita de ganar y salvarse… 

–Hace años que estamos yendo a todos lados, que estamos cerquita de algo, y siempre termina igual. Todo el dolor que me llevó entender por qué sufro por Racing y ahora lo único que pido es que no se vaya al descenso, que no desaparezca. Nunca pido la gran cosa: algunos amigos, algunos ratos felices, algo que no me haga sentir tan solo. Me siento un pelotudo por llorar por esto, acá, ahora, con usted, pero es como un símbolo de mi vida esta mierda: tanto esfuerzo para que todo termine mal. Pensé en no venir, estuve una hora y media viajando como el orto, el tren, el subte, tratando de no enojarme, y ni sé qué decirle ahora. A usted le debe parecer una pelotudez con tanta gente muriéndose de hambre, y a mí también, pero nomás quisiera que una vez algo salga bien, abrazar a mi familia contento en vez de pasarme el domingo llorando. Me doy vergüenza, y lástima, y ya no sé. 

Griselda me mira con frialdad y, aunque es temprano, da por terminada la sesión. 

–Te espero el lunes a las 9 –me dice. 

• • • • • 

El 29 de junio de 2008, Racing le ganó con sufrimiento a Belgrano y se salvó del descenso. Lloré, canté, grité y me abracé en la cancha y en mi casa, me teñí el pelo de celeste. Pero lo que nunca voy a olvidar pasó un día después: el lunes a las 9, en el consultorio de Griselda. Entré, apagó el cigarrillo, me miró con cara rara. Se me acercó, me abrazó fuerte y me dijo:  

–Nos salvamos, Martín. Nos salvamos.

jueves, 9 de abril de 2020

Héroes por un día

Por Martín Estévez

El 10 de abril de 2008 cumplía 24 años y buscaba amor desesperadamente. Mi familia me quería, pero necesitaba amigues: tenía uno solo y vivía en Campana. Entonces agarré mi sueldo, compré cerveza, chizitos y sánguches de miga, y mandé un mail a 32 personas invitándolas a mi cumpleaños. Me angustiaba seguir sintiéndome solo, estar solo para siempre. Y extrañaba a Rosana. 

Sin embargo, las cosas no… No, no. Esperen, esperen en serio: freno acá. Ahora mismo, mientras empiezo el segundo párrafo, me doy cuenta de que me estoy por mandar una cagada. 

No por haber dicho Rosana (pobre santa, pronto dejo de nombrarla) sino porque estoy a punto de contar otra historia de fracaso. Y no lo voy a hacer: les juro que estoy cambiando ahora mismo la idea del texto. Iba a exagerar mis expectativas de ese día, transformarlas en decepción y contar que después estuve una semana comiendo sánguches rancios que sobraron, porque no fue nadie. Pero es mentira. 

Y si freno acá es porque Miguelito, mi psicólogo, me viene rompiendo las bolas con la “lectura” que hago de mi vida. Dice que siempre cuento la verdad, pero solo una parte, la que más duele, la que no me deja ni siquiera una piecita para rearmar algo mejor. No se lo pienso admitir, pero puede que tenga razón. 

Es verdad que sería muy forro si me quedara solamente en la burla a mí mismo, en decir que era un muñecote aburrido y melancólico, en que 30 potenciales amigues ni me saludaron. Sería muy forro con tres personas. 

Sería muy forro con Fran y con Christian porque estuvieron ahí, brindando conmigo. No se convirtieron en mis amigos, de hecho nunca más los vi, pero qué carajo importa. Lo que importa es que esa tarde, si no hubieran ido, habría estado ocho horas esperando que por favor alguien tocara el timbre, y nadie lo hubiera tocado. La angustia habría sido fulera: me hubiera sentido humillado ante mi familia y ante mí mismo. Pero no: ellos leyeron el mail, se lavaron los dientes y fueron a mi casa a darme un abrazo. No merecen un texto lleno de desdén: esa tarde se convirtieron en héroes. 

Y también sería muy forro conmigo, porque esas “lecturas” que hago de mi vida muchas veces me hacen mierda: soy siempre el que nunca se sale de sus estructuras, el soberbio, extremista y rencoroso, el miope abandonado, el que se queda solo en las organizaciones, el sexualmente incomprensible, el que no tiene profesión, familia propia ni trabajo estable, el que no escapa jamás de sus obsesiones. 

¡Y es mentira, la concha del pato! ¡Es mentira! Todo lo que nombré tiene mucho de cierto, pero no todo. Ahora mismo, cambiando este texto, escribiendo lo que se me canta, lo demuestro. Aunque persigo la fantasía de un día cambiar todo junto, puedo pensar que estoy cambiando todo de a poco, todos los días, todo el tiempo, ahora mismo. 

Si no hubiera cambiado… ¿por qué no me parezco en nada al de 2008? Para empezar, tengo amigues. Agusita, Leandrín, Cami, Andreycito de mi alma, Lujanita… ¡Ay, cuántos audios de mierda les mando cuando estoy triste! Y elles ya saben que, como siempre, quiero usar una fecha de excusa para perseguir la fantasía de cambiar todo. ¡Ya sé que no se puede!, pero voy a seguir intentando milagros hasta que alguno se rinda por cansancio. Y mi nueva fecha para cambiarme el mundo está acá nomás. 

Mañana, 10 de abril de 2020, vuelvo a cumplir años. Esta vez sí que nadie va a tocar timbre, porque vivo solo y estoy aislado por una pandemia mundial. Pero no importa: no hay momento ideal para avanzar salvajemente hacia la felicidad, hacia lo imprevisible, o al menos hacia lo que nos permita escribir buenas historias en el futuro. Lo importante del cumpleaños de 2008 tal vez no fue quién fue y quién no, sino haber mandado esos 32 mails para que pasara algo. 

Así que les pido por el amor de lo que más quieran, ayúdenme a hacer de este cumpleaños algo memorable: sean heroínas y héroes por un día y comenten algo que haya hecho por ustedes, un día en que les haya sorprendido, lo que sea, pero cuéntenme algo. Ayúdenme (porque también tengo que aprender a pedir ayuda) a pensar que en estos 36 años de vida pude construir historias, muchas historias, que nos hagan sonreír.

lunes, 6 de abril de 2020

Mis noches en el infierno

Por Martín Estévez

A principios de 2008 acumulaba un año sin besos, trabajaba 11 horas de lunes a viernes, Pablo era mi único amigo, Racing era siempre tormenta y extrañaba a mi ex novia. Mi vida era una lastimadura llena de sangre y de tierra, muy a punto de infectarse. Tenía 23 años y viernes y sábados, a la noche, no sabía qué mierda hacer. Entonces caía en mi droga de esos tiempos: las salas de chat. 

Intuyo que poc@s de ustedes han estado en ese infierno. Les cuento: entrabas a una página (en mi caso, tuchat.com) y había salas con distintos nombres, como “Argentina 1”, “Argentina 2”, “México 1”, “Menos de 20 años”, “Solo solteros”, “Infieles”, etcétera. El cupo era limitado: tenías que buscar una con poca gente o esperar a que alguien saliera para entrar. 

Solía meterme en alguna de Argentina. Sólo veía nombrecitos inventados y un diálogo entre 30 personas que avanzaba rapidísimo. Casi siempre eran varias conversaciones a la vez. La mayor parte, supuestos hombres intentando levantarse supuestas mujeres. “Levantarse” era pasar al chat privado. 

Había en esos chats algo que todavía me aterra. Personas (hoy les llamarían “trolls”) que, apenas entrabas, se ponían un nombre parecido al tuyo y, a lo que decías, lo transformaban en una grosería perversa. Si yo aparecía como “Martín” y respondía: “Acá, comiendo una pizza”, enseguida (muy muy enseguida) aparecía alguien con nombre Mar.tín y decía: “Acá, comiendo una pija”. Perdonen, pero así de grotesco era el asunto: una y otra y otra frase era replicada (muchas veces con sorprendente creatividad) con un detalle sexual o escatológico.

Era monstruoso: ¿por qué miles de personas hacían eso todas las noches en todas las salas? Sigo queriendo saberlo: es de las cosas más raras que viví. 

La lucha era feroz. Había que ignorar a los trolls durante una horita y empezaban a aflojar. Tipo 2 de la mañana, entonces, quedábamos l@s 6 o 7 que habíamos sobrevivido, cansad@s tras la batalla, y sin saber bien qué hacíamos ahí. Entonces aparecía mi magia: ponía sobre la mesa del chat una verdad. 

Empezaba contando mi fracaso y les decía a todes que, si estábamos en esa sala infernal un sábado a la madrugada, era porque nuestra vida era incluso peor. Pero que no tuvieran miedo, que había que tener paciencia y valentía para salir de ese pozo negro que nos hacía buscar cariño u olvido en nombrecitos desconocidos de tuchat.com

De a poco, todes admitían su dolor y cerca de las 4 de la mañana ya éramos casi familia, los cuatro que quedábamos nos jurábamos querernos para siempre y, a veces, nos pasábamos los mails para escribirnos si nos sentíamos tristes. Era un final épico y mentiroso, humillante y esperanzador. Casi nunca volvíamos a escribirnos, pero las horas habían pasado y era más fácil dormirnos llenos de confusión o mentira que vacíos. 

Llegué a conversar por MSN con algunas personas y las perdí en el camino: la bibliotecaria mendocina que quería conocerme, el pibe que agradecía mis palabras de aliento, la mexicana que nunca supe si me gustaba o si me gustaba conversar con alguien desconocido de otro país. 

Pero la historia que más recuerdo es la de “verdecita”: una chica que estaba siempre en la misma sala hasta que un día nos pasamos los MSN. Atravesaba una situación llena de violencia, y espero haberle dado cariño en medio de su dolor. 

Ella (me decía “viejito” porque mis 23 años le parecían muchos y no creo que recuerde casi nada de esto) fue la única que atravesó redes sociales: todavía la tengo en Facebook. Cada tanto entro a su cuenta para recordar esos infiernos, para adivinar su presente, para saber si es feliz. Siempre le deseo el bien: cómo no, si fuimos amigues en el infierno. 

Doce años después, intuyo que todes tenemos un infierno artificial que reemplaza al peor de los infiernos: a una soledad triste, a la angustia de no saber para qué vivimos, a las noches con gusto a nada. Imagino que los infiernos de mentira de hoy son las historias de Instagram, las biografías de Tinder, las charlas vacías de WhatsApp. 

¿Y yo qué hago sin mi chat infernal? Cuando me acechan fantasmas de mi vida, canciones del pasado, ausencias del futuro, prendo la computadora y en este chat gigante que son las redes sociales, hago mi magia: ahora enfrente de todes y rodeado de caras conocidas, empiezo a contar una verdad.