viernes, 8 de enero de 2021

Lo que aprendí en una vereda


Por Martín Estévez

Esta noche vuelvo a ver a Rosana después de dos años. Después de tanta vida, de seis años de novios, de nunca haber podido dejar de amarla. Rosana, Rosana, Rosana llenando mi vida desde hace tanto, dejándola vacía desde hace no tan poco. Rosana, a la que nunca más vi aunque creí verla en tantos lugares, en tantas esquinas, en tantas tristezas. Rosana, hoy te vuelvo a ver. 

Rosana está en pareja, tal vez es feliz, pero tengo decidido decirle que la amo para siempre, que no pude ni supe vivir sin ella, que me perdone, que no puedo más de tanto amor y tan poco olvido. Rosana, hace dos años sueño con vos y con decirte que te sigo amando como la tarde del primer beso. 

La voy a ver en una reunión inventada diez años después de que empezamos el secundario, reunión que te trae de vuelta a mi vida, de donde te arrancaste una noche que me sangra recordar. No iría a esa estúpida reunión si no fuera porque también vas vos. 

Viajo directo desde el trabajo, en el tren me parece que tiemblo un poco. Cuando llego hay solamente cuatro personas en las mesitas de la vereda del bar, pero una sos vos. “Después necesito decirte algo, los dos solos”, te pido. Me preguntás por mis anteojos. Cierto que no sabés que ahora uso lentes de contacto. 

Desde el principio de la reunión solo espero que llegue el final. Solo quiero contarte todo. Débora pregunta si alguien quiere cerveza y digo que sí. Veo tu sorpresa: tal vez te había jurado jamás tomar alcohol. 

Éramos como veinte y solo vinimos cinco. Pasan minutos incómodos y no llega nadie más, así que pedimos la comida. “¿Cinco hamburguesas completas?”, pregunta Lucía. “Para mí de soja, por favor”, respondo, y me decís: “Al final te hiciste vegetariano…”. Y ya no estás tan sorprendida. 

Nunca más vino nadie. Nos contamos cosas, corre un vientito raro en la vereda. Casi podría decir que estoy alegre. Tardo en darme cuenta que es por la cerveza. Débora se va temprano y pide nuestros celulares. Cuando le paso el mío vuelve tu desorientación: jamás me imaginaste con uno. 

La reunión es casi una burla macabra de mi vida. Estás vos; está Lucía, una de las pocas mujeres que supe que me quiso; y está Violeta, a quien amé durante años. Cuando pasó su novio (¡Martín!) le dijimos que se quedara: me gusta tanto verla feliz. 

Todos decimos cosas y vos también. Ya son más de las 12 y no sé si es la cerveza o si la reunión no era tan mala idea, pero nos estamos riendo todos. Mucho. No entiendo por qué, pero estoy relajado. Tal vez relajado por primera vez después de una larguísima contractura de dos años. Somos cuatro desconocidos contándonos nuestras vidas nuevas y recordando una vieja que compartimos y ya no existe. 

Violeta y Lucía se van al baño y me decís: “Mar, en un ratito me tengo que ir, ¿qué me querías decir?”. 

Llegó el momento. Te miro y se me aparecen en tus ojos la vereda de la escuela 29, tu mamá, una Navidad, lo que aprendí en un balcón, un beso, vacaciones, otros mil besos, cien llantos, diez noches, dos verdades. Se me aparece, Rosana, la noche en la que me dijiste “ya no te amo”, te acompañé muerto hasta la puerta de tu casa y nos separamos para siempre. 

Me mirás esperando una respuesta, no sé si es un segundo o cien, te lo juro, pero me veo caminando hacia ninguna parte, llorando cada día 5, proclamándole mi desamor a un mundo en el que solo me importabas vos, veo a mi familia, a Pablo ayudándome a sufrirte, veo a mi vida hecha mierda para siempre, me veo viajar, curarme, renacer, reconstruir. La veo a Vanina, sentada en el jardín botánico, y también me veo a mí, mirándote ahora. 

–El otro día encontré tu boletín del Instituto en unas cajas –te digo– . No sé si te sirve, pero por las dudas te lo traje. 

–Ay, ni sabía que lo tenías vos –me decís–. ¿Era eso solo, seguro? 

–Sí, sí. Era eso solo –digo y te sonrío con un amor diferente. 

Rosana se va y nos quedamos con Lucía, Violeta y su novio dos horas más. Nos reímos de haber protagonizado la reunión de egresados menos concurrida del mundo. Por momentos se nos escapan carcajadas que ni siquiera me parecen exageradas. A las cuatro, Violeta y Martín se ofrecen a alcanzarme hasta mi casa. Pienso decir que no, pero no puedo resistirme a un final tan memorable. 

Media hora después me dejan en la vereda de la calle Oliden y los veo irse. Me acuerdo de algo gracioso, sonrío un poco ebrio. Cierro las rejas, entro al patio, miro hacia el cielo, todavía oscuro. Inspiro esta madrugada y expiro dos años de dolor. Es 28 de marzo de 2009 y aunque te juro que no lo creo, por fin y después de tanto, esta noche y para siempre, Rosana querida, dejé de amarte.