lunes, 13 de mayo de 2019

Del 0 al 37

Por Martín Estévez

Todavía hoy, 12 años después, muchas personas me preguntan, apenas me ven: “¿Cómo estás del 0 al 37?”, y me recorren sensaciones que tal vez ustedes conozcan: el pasado triste que quisimos ocultar y nos explotó en la cara; el desamor violento que nos desangró; todos los llantos a los que nos obligó el mundo; el dolor más verdadero que sentimos algún día, una vez, esa noche; el infinito y lastimoso esfuerzo de reconstruir nuestra vida; un presente feliz que se nos acaba de romper en pedacitos que ni se ven; la sensación de vacío que, cuanto más llenamos, más nos lastima, porque ese vacío es lo único que nos queda de lo que fuimos; y la esperanza de saber que, si alguna vez pudimos escapar de nuestra catástrofe, este nuevo fin del mundo, que parece más terrible y más real, tal vez un día termine como la historia del 0 al 37.

Todo empezó en febrero del 2007. Después de seis años de relación, mi primera novia decidió no ser más mi novia y, laputamadrequeloparió, se me vino al mundo abajo, pero abajo para la mierda, sin fin, abismo brutal hacia la nada. Yo era nada, era nada sin ella, era nada conmigo, no podía entender cómo tanto amor no había servido para nada, no había construido nada sin ella. Tenía 22 años, tengo 22 años, los tengo de nuevo ahora: cuando recuerdo las fundamentalidades de mi vida no puedo evitar contarlas en presente.

Todos los días a las 9:30 salgo de casa rumbo a la revista Fox Sports. Trabajo hasta las 19, pero me causa tanto dolor volver a Lomas de Zamora, al lugar donde ella y yo construimos y destruimos el amor, que prefiero quedarme en Palermo, aunque no sepa para qué.

A las 19 se van todas y todos de la redacción, excepto una persona: Mariana, la recepcionista, que finge trabajar hasta las 20. Yo, en mi desesperación por no volver a Lomas, me quedo siempre con ella, contándole mis angustias, conociendo las suyas, y preguntándole, todas las tarde-noches, cómo está su ánimo del 0 al 37.

Pronto, la pregunta se extendió a toda la redacción. Y después a casi toda mi vida. De pronto, las personas que me quieren se entusiasman respondiendo y también deseando mi lenta evolución anímica. Me desean que salga pronto del 4, del 5, y que llegue al 37.

Meses después le escribo un mail a Rosana, mi ex novia a la que extraño sin parar, y le pregunto cómo está del 0 al 37. Me responde: “¿Qué? No entiendo”. Entonces descubro que esa cosa ridícula, pequeñísima, poco útil, la escala del 0 al 37, es algo que ni sabe que existe: es lo primero que pude construir sin Rosana.

Podría terminar la historia acá y estaría bien, creo que ya se entiende el mensaje, pero quiero agregar tres cosas más. La primera es que, después de 12 años de usarla, descubrí los secretos de la escala: el 25 es la línea de la felicidad; el que una vez dice 0, siempre miente; 19 es mejor que 20; 29 es mejor que 30; el que dice 18 está triste; el 37 podemos alcanzarlo, como máximo, siete veces en la vida, y dura sólo un ratito.

La segunda cosa que quiero agregar es con Mariana fui experimentando otras escalas que no daban resultado: en la del 0 al 30, por ejemplo, ella usaba la del 0 al 10 y multiplicaba por 3; del 0 al 7, no había suficientes posibilidades para marcar la complejidad del ánimo; del 0 al 353, la diferencia entre números era casi nula. Al final, encontré en el 37 la escala perfecta, más compleja que la del 0 al 10, indivisible por ser número primo, con la extensión justa para que cada cifra tenga significado propio: comprobé no es lo mismo estar 15 que 16.

La última cosa que quiero agregar es que la escala del 0 al 37 me descubrió cómo salir de mi primera angustia brutal: eligiendo todo lo que me fuera posible elegir. Días después, dejé de comer animales. Busqué amigas y amigos nuevos. Le conté al mundo privacidades que me dolían.

Todos los días, desde aquel 2007, marco mi estado de ánimo en algún lado, para no olvidarme de lo importante que es ser feliz, para no ignorar lo que estoy sintiendo. Alguna vez lo hice en planillas que parecían electrocardiogramas por las subas y bajas. Hoy, en una especie de “reloj de la felicidad” que me regaló Gaby y adorna esta casa que a veces duele.

Hoy, aunque mi relojito lleva muchísimos meses sin alcanzar el 25, verlo me recuerda qué tengo que hacer, lo que todes tenemos que hacer cada vez que podamos: elegir, aunque nuestras elecciones no sean las que la sociedad espera.

A mí me gusta amar a lo bestia, escribir un montón, las personas que sufrieron. Me gusta pintarme las uñas, comer con el plato en la mano, escribir listas de lo que sea, cantar como si fuera Fito Páez. Me gusta jugar al truco con Tati, las tardes sinceras con Leandro, el helado de tramontana, acostarme pensando que falta menos para que un día me acueste sin tener que pensar que falta menos para algo.

Y me gusta, me gusta muchísimo la escala del 0 al 37. Porque no me la impuso nadie. Porque me recuerda que pude sobrevivir a mi primer fin del mundo. Y porque cuando estoy solo me grita que, mientras tenga la peligrosa valentía de elegir lo que realmente me gusta, la felicidad va a estar un poco más cerca.


Dicho esto, ¿cómo están del 0 al 37?