lunes, 31 de agosto de 2020

Mi novia flogger

Por Martín Estévez 

Existió una novia que nadie supo que tuve. Ni mis amigues, ni mi familia, nadie la conoció. No es un chiste, un truco, ni una mentira: oculté mi segundo noviazgo al mundo entero. No por olvido ni por discreción: la vergüenza me llevó a negar esa historia hasta esta noche en que la pandemia y el vino, o tal vez el amor por la verdad, me impulsan a contarla: la historia de mi novia flogger. 

Estamos en febrero de 2009 e invaden Buenos Aires chicas y chicos con flequillos extraños, colores estridentes, chupines ajustados: los floggers. Adolescentes que se comunican a través de una cosa rara llamada Fotolog, en la que pueden subir una foto por día. El sueño de todo flogger es tener miles de personas que los pongan en “Favoritos” (“¡Effeameee!”, rogaban) para llegar a la gloria: ser “Flogger Gold” (o sea, publicar seis fotos por día en lugar de una). 

Yo tengo 24 años, quince días de vacaciones y no sé qué hacer con mi vida. No quiero pasar dos semanas solo y triste, así que decido darle una última oportunidad a la relación con mi papá, y una de las primeras oportunidades a la relación con mis hermanes, y viajo a la costa a pasar mis vacaciones con elles. 

Enseguida entiendo que con Juanca la cosa saldrá mal, y con Vicky y Fede, muy bien. Pero elles tienen 13 y 10 años, y yo tengo 24 y estoy desesperado por sentir emoción en mi vida. Desesperado en serio: una noche agarro una botella de Frizze, un libro de mil páginas llamado Los Miserables y me dispongo a pasar la noche en una plaza desconocida. No tengo idea de por qué: nomás me siento en una hamaca y leo, entonado por el alcohol, un libro francés de 1862. Para peor, mientras tanto me saco selfies, también sin saber por qué. 

Estoy en pose, eso sí lo sé. Quiero fingir algo que no soy. Quiero que pase algo en esta vida infame que es una meseta absurda en la que extraño a alguien a quien ya casi no recuerdo: a mi primera novia. En la que extraño, en realidad, una vida emocionante que tal vez nunca tuve y que ni siquiera sé si existe. Estoy sentado en una plaza con un libro terriblemente cruel en la mano, sin saber por qué. 

A las 4 de la mañana veo una mancha fucsia en la oscuridad. Alguien se acerca muy rápido, como si me conociera. 

–Qué divertido que estés con ese libro grandote. ¿No sos de acá, no? ¿Qué estás haciendo? –me dice. 

–No… No sé… Yo… –balbuceo, porque no sé qué estoy haciendo. 

–¡Daleeeee, reinaaaa! –le gritan desde la esquina. 

–Me tengo que ir, vení conmigo –me dice, y me arranca de la hamaca. 

Caminamos cinco cuadras en las que no digo ni una palabra. Ella no para de hablar de cualquier cosa. De golpe frena y me dice: 

–Vivo ahí, ¿ves? En esa casita. Vení mañana a la tarde y charlamos. A las cinco. 

Estoy por decirle que mejor no, pero no me da tiempo. 

–Antes saquémonos una foto para el flog –me dice. 

Y en menos de dos segundos quedo retratado para siempre en esa esquina, en esa noche, en esa vida. 

Al otro día, a las cinco, estoy ahí. No sé por qué. Entro a su casa. Me siento en un sillón. 

–¿En serio te llamás Reina? –le digo. 

–No –responde–, es mi fotolog: reinadelflog. Cuando puedas effeame. 

Quince minutos después, estamos besándonos. Tengo 24 años y ella es la segunda persona en la vida a la que le doy un beso en la boca. No sé por qué. 

Veintiséis minutos después, estamos en una cama. El sexo para mí es un trauma. Ella no lo sabe, pero se da cuenta enseguida. 

–¿Qué pasa? –me dice. 

Pienso en inventar una mentira, pero digo una oración larguísima de golpe. 

–No me sale coger, no tengo ganas de molestarte, me dijiste que venga y vine, perdoname, no sé qué hago acá y tampoco sé qué hago con mi vida. 

La imagen es patética. Yo estoy desnudo, desprotegido y frágil. Hablo sin fuerzas. 

–Vestite –me dice, y se va a la cocina. 

Tengo una nebulosa en el cerebro. No estoy triste: estoy extraviado. Me visto mecánicamente y agarro el buzo antes de irme. Ella me frena. 

–¿Querés ser mi novio? –me dice. 

–¿Qué? –respondo atontado–. En 6 días me voy. A Lomas. Vivo en Lomas. 

–Seamos novios seis días. Mañana pasá a buscarme a las tres –dice, y me empuja hasta la puerta–. Si vas a ser mi novio, te tengo que presentar a mi mamá. ¡No llegues tarde! 

No sé por qué, pero al otro día, a las 3, estoy ahí. Me agarra del brazo y empezamos a caminar. A las personas que la conocen les dice “él es Martín, mi novio”, y todes me saludan como si nada. Vamos por una peatonal, se frena y le pide una papa frita a alguien que come un paquete. El chico la mira extrañado, le ofrece una papa, y de golpe, lo juro, ella le saca todo el paquete de la mano y le dice “mejor dame todas”. 

En una mano se lleva el paquete enorme de papas fritas y en la otra me lleva a mí. Siento que me van a cagar a piñas por su culpa. Miro para atrás para pedir perdón y el pibe, tres veces más grandote que yo, mira con cara de sorpresa. Tampoco sabe qué hacer. 

–¿Qué hacés? –le digo. 

–Lo que me da la gana. No te conozco, pero es obvio que a vos te falta esto: hacer lo que te da la gana. Así que te enseño. Ah: dame un beso. 

–¿Qué? 

–Que me des un beso. Si vas a ser mi novio, nos tenemos que besar. 

Y nos ponemos a transar enfrente de un vendedor de churros. 

En los siguientes seis días, no solo me lleva a conocer a su mamá, sino que me muestra los secretos de su vida: su infancia, el rincón donde va cuando quiere estar sola, la angustia de una ciudad tan llena en verano y tan vacía en invierno. Me cuenta que ella tampoco sabe qué hacer con su vida, pero que mientras tanto hace lo que quiere. Me dice que eso tengo que hacer yo. 

Lo peor, lo mejor, o lo más inolvidable sucede cuando me lleva a un cyber. Un cyber es el lugar donde podés usar internet en 2009. 

–Tengo que revisar el flog –me dice. 

Lo que veo en los siguientes 30 minutos no lo voy a olvidar jamás. Ella sube una foto y de golpe empieza a abrir ventanitas. Una, dos, tres. Diez, quince, treinta. De pronto hay alrededor de cincuenta chats simultáneos en los que intercambia diálogos absurdos con cincuenta personas a la vez. Cincuenta personas no: cincuenta floggers.  

–Gracsssss, gooooorrrr…… 
–Lindoo vosssssssss
–que haces santiiiii!!!!!
–amigaaaaa
–ay k divinoooo
–¡effeame de reverseeeeeeeeeeeee! 

Escribe así, en velocidad infinita, abriendo y cerrando ventanitas, el teclado parece una ametralladora, es imposible que realmente esté leyendo lo que esas personas dicen, que esté entendiendo algo de lo que está pasando. Por momentos siento que no puede ser real que ella esté sentada sosteniendo cincuenta conversaciones simultáneas durante 30 minutos con gente que se llama [[[€r®®®iiiiiii ]]] o {{rayitodesooooool :) }}. Que no puede ser real que un hombre serio de 24 años esté parado en un cyber de la costa, una tarde de febrero, siendo novio de una verdadera e hiperquinética flogger. 

En el quinto atardecer de nuestro noviazgo, nos sentamos en un edificio abandonado a medio construir. La vista es hermosa. Por primera vez, hay silencio: ella no habla. 

–Por ahí no es que no me animo, sino que no sé lo que quiero hacer –le digo. 

–Sos lindo –dice ella sin hablar tan rápido–. Decís cosas lindas. Yo soy rara, tengo un montón de problemas, pero vos estás acá conmigo. Todo el tiempo estás tratando de ayudarme. Por ahí lo que querés hacer es esto: estar acá, pensando qué querés hacer algún día. 

–¿No te molesta que no hayamos podido coger? –le digo con culpa. 

–No, prefiero estar acá hablando con vos. Vos hablás de verdad. 

El sexto y último día nos dedicamos a caminar durante horas. Nos contamos cosas de verdad. Cerca de las 8 me llaman desde mi trabajo, ella me saca el celular y dice: “Soy la novia de Martín, no puede hablar ahora, está de vacaciones”. Y corta. Le sonrío. Nos abrazamos. Tengo ganas de llorar, no sé por qué, pero me aguanto el nudo en la garganta. Al otro día, nos separamos para siempre. La historia termina ahí. 

Mentiría si digo que la recuerdo seguido, pero sí cada vez que escucho Mil Horas, de los Abuelos de la Nada. Como era una de las dos o tres canciones que tenía en su celular, cuando estábamos juntes sonaba mil veces. Me hace acordar de lo raro de aquel viaje, de mí, sentado en una hamaca leyendo Los Miserables, de lo lejos y cerca que estaba de saber qué demonios quería en la vida. Pero me acuerdo, más que nada y especialmente, de la risa espontánea que le salía cada vez que cantaba la versión que había inventado para ella:

“La otra noche estuve devolviendo firmas dos horas… Mil firmas por posteo…
Y cuando firmaste, vos posteaste y me dijiste: flogger, vos effeame, y yo te effeo…”. 

Me hace recordar con cariño esa risa que se le escapaba sin querer y que, en un mundo superficial, mezclado y enfermo, me gritaba que ella, y todes les floggers, eran inocentes de todas las catástrofes del universo.

domingo, 23 de agosto de 2020

Vanina (parte I)

Por Martín Estévez

Si algo le faltaba a mi vida el sábado 18 de octubre de 2008 era magia. Yo escribía en una revista que se publicaba en Puerto Rico y extrañaba a una ex novia que había dejado de amarme hacía muchísimo. Había llegado la internet a casa y los fines de semana chateaba de madrugada, mientras Tati dormía a mis espaldas. Trataba de no hacer ruido con el teclado para no molestarla. Respiraba gris. 

En salas de chat o páginas ridículas como “¿Sexy o no?” conocía decenas de personas que agregaba al MSN y con las que no conversaba nunca más. Ese 18 de octubre, apareció conectada una foto pixelada en la que se veía una cara acostada sobre un almohadón (igual a la mía) y una frase de Fito Páez: “El tiempo a mí me puso en otro lado”. Cuando le pregunté “vos también acostada?” empezó una de las mejores historias de amor de mi vida. 

 Tal vez tendría que explicar muchas cosas para que entiendan por qué, con Vanina, volvió a mi vida la magia (no magia de creo-en-los-unicornios, magia de siento-algo-que-la-ciencia-no-explica), pero yo no les subestimo a ustedes: entiendo que pueden reconstruir las infinitas horas que faltan en estos pedacitos arbitrarios de chat, insulsos sin contexto, disecados sin vivirlos de madrugada, con creatividad, con empatía, con sus propias historias. Y si sale mal el intento, no importa, qué va a importar: lo único que quiero es hablarles de Vanina. Bienvenides a la primera parte de la historia. 

• •  18 de octubre de 2008 • •  

Martín: El tiempo te puso en otro lado. ¿En dónde? 

Vanina: El muy jodido me trajo de Capital a Pinamar. Mala pasada me jugó. 

M: ¿Qué tu mail sea “tan.ilógica” me tiene que preocupar? 

V: La lógica es el camino, lo ilógico es meterte en medio de los yuyos. Cuando es cuestión de vida o muerte, andá por el camino. Pero cuando tenés tiempo, ¿a quién no le gusta perderlo entre árboles y yuyos? 

M: Qué profundo para alguien de 17 años. 

V: Es culpa (o dicha) de la noche. Durante el día, sale de mí una parte que preferiría asesinar, y dice cosas como “o seaa, tipo, re copado mal, gordita, arree…”. Pero en los domingos nublados, ¿qué más placentero que ir al Parque Rivadavia, revolver libros viejos y dejarse estafar un rato por los vendedores de los puestos? 

M: ¡No podés existir! Odio estas cosas: uno anda por su vida gris, haciendo cosas grises, pensando en mundos grises, sin emociones violentas, sin opresiones en el alma, sin ilusiones enormes. Entonces aparece una chica que dice “arreee” todo el tiempo, y tu noche de sábado gris se convierte en lluvia de fibras fosforescentes. ¡Te odio! 

V: Por eso siempre hay que llevar paraguas, o pasear bajo la lluvia y disfrutarla. Después de todo, uno nunca sabe cuánto puede durar… pero lo seguro es que es pasajera. 

M: Pero las chicas fluorescentes son difíciles de lavar del alma: tienen esa tinta en la mirada…

V: Entonces solo queda disfrutar del agua. Mojarte la ropa y llevarte un poquito de esa agua a casa. Así, cuando la lluvia pase, vas a tener algo que conservar. 

M: ¿En el país de las mujeres imposibles, hoy adelantan una hora el reloj o no? V: Aaa, estoy en contra de eso. 

M: ¿De las mujeres imposibles? ¡Yo también! Te enseñan que son todas iguales, ¡y después aparece una que está contra el cambio de hora! 

V: ¡Es que es indignante! La hora es una de las pocas cosas libres, que vienen de la nada y a la nada van. ¡Y estos señores la quieren modificar! 

M: Es tan terrible como talar un árbol. 

V: Se me acaba de ocurrir una paradoja: si una persona llora por la tala de árboles, ¡se tiene que secar con pañuelitos de papel! Porque no es humano secarse con otra cosa que no sean pañuelitos Elite doble hoja. 

M: A mí se me ocurrió una solución: si alguien llora por la tala de árboles tiene que dejar caer sus lágrimas, para regar la tierra y ayudar a que crezcan nuevos árboles. 

V: Bueno, me desconecto. Me gusta prolongar esto lo más posible, porque cumplo un ciclo con las personas: “conocerlos – pasarla bien – pasarla re bien – distanciamiento – olvido”. O sea que cuanto más tardemos en quemar etapas, más te voy a tener. Prometo cuidarte mientras seas mío. 

M: Ahí te vas, dejando la lluvia de fibras. Supongo que saldré a caminar sin paraguas, para ver si te encuentro caminando entre los yuyos. Total, tenemos tiempo, ¿no? 

V: Muchísimo. Solo espero que la lluvia que ahora te gusta, no te termine molestando. 

M: Si deja de gustarme la lluvia, me gustará la nostalgia del gusto perdido. 

V: Y al menos sé que vas a guardar un poquito de agua en un frasquito… así no siento que lloví en vano. 

• •  25 de octubre de 2008 • •  

V: La amistad es siempre mejor que el amor. Los amigos son para siempre. Los novios, para un para siempre más corto… 

M: Con tanto chiste sobre ser flogger, ya me pregunto en serio si tenés fotolog… 

V: Emm… TENGO.

M: Jajaja, ¡flogger! 

V: Vos? 

M: Bueno… emmm… de una manera extraña… no muy tradicional… SÍ. 

V: ¡Sos un farsanteeeee! Criticás a los floggers: TENÉS FLOG. ¿Dios míoo, cuántas mentiras más voy a tener que soportar? 

M: Jajajaja. Te quiero. No puedo evitar decirlo. 

V: aaaaaaa, ¡este momento es momento Kodak! Es la primera vez que me decís “te quiero”. Espero que no sea la última. 

M: Esto va demasiado rápido. 

V: El tiempo que me rige no es el mismo que rige a la humanidad, Martincito. De modo que no te preocupes, dejate llevar y disfrutá del viaje. Otra cosa: eeeu, me gusta muucho lo que escribís. Tu nivel de flasheo, de pasar de un tema a otro relacionándolos así. Me suelo aburrir de la gente vana, tonta y superficial que solo me habla para invitarme a algún lado algún día y sacarse meses de calentura virtual. Y vos no sos así. 

M: Sos ácida, eh. 

V: Eso depende de la persona con la que trate. Sé que vos lo resistís y lo usás como material para una futura bomba de limón. Si trato así, a mis amigas se me ponen a llorar. Con ellas soy una dulzura caminante. Vos sos sarcástico, y eso está muy bien. La persona que no es sarcástica es porque no puede serlo. 

M: ¿De dónde sale todo lo que tenés en la cabeza? 

V: No sé, está ahí. A veces hace ruido, y molesta. A veces trato de ignorarlo para divertirme más. 

M: Es hora de encontrarte defectos. 

V: Te puedo ayudar. Soy posesiva. Soy histérica. Hoy quiero a Dios, mañana al Diablo. Vivo en una suerte de existencia que me pasea entre un pasado idealizado y un presente a veces bueno, a veces horrible. Tengo un problemita respecto a la constancia. Cada determinado periodo de tiempo desaparezco del mapa. Me canso de todos y necesito irme sola al medio de la nada para pensar todo lo que pasa. Después extraño, necesito, me termino sintiendo humana otra vez. Eso termina enojando a todos mis proyectos (de amigos más que amigos, claro) (…) Quiero decirte algo que todavía no te dije: tenés un don especial para hacer que todo suene a realidades salidas de las páginas de Dolina. Es algo verdaderamente mágico. 

M: No lo digas, me pongo a lagrimear, este es un verdadero momento Kodak… 

V: Sí, leo a Dolina a los 17 años. Te faxeo los pañuelos. Mirá si te pasa como la historia de la primera novia, pero en tiempo presente: me buscás, me encontrás y ¡PUF! Desilusión. Toda esta conversación me parece increíble. No me podés caer más bien, porque a esta altura del viaje sería imposible. 

M: Me hacés sentir raro. 

V: Es el mejor elogio que me podés llegar a hacer. 

M: “Los que recuerdan están rescatando cosas de la muerte. A su manera, son salvadores”. 

V: “No hay mejor amor que el que nunca ha sido. Los romances que alcanzan a completarse conducen inevitablemente al desengaño, al encono o a la paciencia; los amores incompletos son siempre capullo, son siempre pasión”. 

M: Muy raro, me siento. 

V: Al menos te sentís. 

M: Gracias por eso. 

V: aaaaa, yo me siento feliz. Sonrío y sé por qué: porque me alegraste. Me permitís ser un YO que no ejercito casi nunca. Un YO que me gusta más que el YO que generalmente represento.

M: Sos hermosa y no se diga más nada en este planeta. Que se callen todos y escuchen el eco de esa frase. 

V: No puede estar tan llena de momentos Kodak esta conversación. Ya es épica. Gracias por ser el primero que me dice eso sin conocerme, solo por como pienso. Vale más para mí que los “hermosa” de todos los demás. 

• •  27 de octubre de 2018 • •  

V: ¡Oh, my fucking god! 

M: ¿Cómo blasfemás en nombre de Dios? ¿No te dijeron que algo malo puede pasar? 

V: Todavía estoy esperando lo malo, para así jamás volver a blasfemar. Que baje, me golpee y me diga: MALEDUCADA. Voy a ser su sierva toda la vida. Hace dos años soy una niña del Instituto María Auxiliadora, pero mis ideas no pueden ser uniformadas ni obligadas a adaptarse a un régimen impuesto, que solo busca anular la individualidad de los adolescentes.

M: Sos un rompecabezas de 5.000 piezas, tengo solo 3 y lo peor es que se me perdió la caja. 

• •  2 de noviembre de 2008 • •  

V: Nosotros somos piezas de la misma caja de rompecabezas, y eso es difícil, considerando que cada persona es una pieza ¡y hay millones, billones de cajas a las que podrías pertenecer! Y más raro aun es que encuentres a las cuatro piezas que van enganchadas con vos. Nosotros estamos en la misma caja, Martín. Eso es seguro. ¡Nos reconocimos en cuanto nos vimos! 

M: Te creo. No sé por qué, pero te creo casi como si fueras solo una verdad que va por la vida gritando. Mucho cuidado con dejarme colgar de barriletes que no soportarían el peso de mis miserias. 

V: Tenés la facilidad de decirme cosas que me halagan de una manera completamente distinta de todas las maneras en las cuales me halagaron alguna vez. 

• •  10 de diciembre de 2008 • •  

V: Si seguís metiendo elogios en mi cabeza, voy a terminar explotando. La gente no va a entender qué me pasó hasta que los forenses lleguen a mi computadora. Y ahí van a querer perseguirte, pero vos tenés que correr mucho y muy rápido. De esa manera, podés iniciar una vida de fugitivo hasta que, en algún desierto de México, dentro de algunos años, encuentres a una nena chiquita que usa chupines violetas y habla con metáforas constantes. Vas a darte cuenta que se trata de mí de inmediato, y la reencarnación se te va a presentar como un hecho. ¡Volví a la vida y nos reencontramos! ¡Alabado sea Alá! 

• •  12 de diciembre de 2008 • •  

V: ¿Viste qué linda la sensación de escuchar canciones que fueron muy importantes para vos hace algunos años? Te da como un “no sé qué”. Como tomar sopa y agua fría, una después de la otra. Escalofríos en la panza. Te quiero, Matín. Definitivamente te quiero. 

M: Me pareció escuchar algo, como si me hubieran explicado para qué venimos al mundo. 

V: Antes que sea más tarde, antes que se me olvide, o antes de que se te desconecte la PC, te quiero decir gracias. Por preocuparte, tomarte el tiempo de hablarme, por todo. 

M: Me gusta leerte. Mucho. Hablo de eso con algunas personas. De una chica a la que me gusta leer. Aunque no me lo creas, aunque yo no me lo crea, no necesito otra cosa.

domingo, 2 de agosto de 2020

Cuarentenas eran las de antes

Por Martín Estévez

Ustedes, que creen que esto es aislamiento social, no entienden nada. ¿De qué cuarentena me hablan? Videollamadas, historias de Instagram, convivir con parientes, dar una vuelta manzana para comprar… ¡Esto no es aislamiento, señoras y señores! Aislamiento, lo juro por les donantes de plasma, es lo que viví hace exactamente 12 años. 

Todo arrancó a fines de julio de 2008. Tres manchitas en el cuerpo, llamada y rapidísimo diagnóstico: varicela. ¡Varicela a los 24 años! Me había contagiado de mi abuelo Víctor (tuvo culebrilla) y el médico fue terminante: 

–La carga del virus es grande. Si no lo aíslan, van a terminar todos enfermos. Y para personas adultas, contagiarse puede ser muy peligroso. 

No hubo anuncio presidencial ni tiempo para comprar víveres: diez minutos después cerraron la puerta de mi pieza durante tres semanas. No recuerdo si era todo tan distinto, si éramos medio pobres o si yo era anti-tecnología, pero no tenía teléfono celular ni computadora. Ni siquiera televisión. 

Pensalo en serio: que te encierren 21 días con un equipo de música, libros que ya leíste y Caladryl para ponerte cada ocho horas. Nada más. Te pica el cuerpo, mucho, todo. Si te rascás, la mancha queda para siempre. ¿Empezás a sentir lo que es aislamiento social en serio? 

Ni avisé al trabajo: no podía tocar el teléfono. Tati llamó a la revista Fox Sports y explicó que cualquier pregunta tenían que hacérsela a ella, y yo gritaría a través de la puerta si la fiebre lo permitía. 

La puerta se abría cuatro veces al día, en las cuales me dejaban, a distancia, agua y comida. En realidad, cinco veces: a las cuatro de la tarde la entornaba un poquito, ilegalmente, para escuchar a Fanny y Víctor hablar sobre los precios del supermercado Norte. Me emocionaba oír voces humanas tan cerca. Llegué a llorar mientras discutían si convenía comprar fideos moñitos o tapas de empanada para una cena. 

Encontré una malísima colección de rock nacional de la revista Noticias y la escuché completa: ni las canciones de Los Ratones Paranoicos me salteaba. El resto del día sonaba radio Metro como cortina de una vida en la que no pasaba nada. Solo mis pensamientos. A las 12 de la noche, cuando empezaba Dolina, las drogas ya me hacían delirar. 

Después, otro día igual. Y otro. Y otro. 21 veces. Sin historias para contar. Agosto de 2008: mi verdadero aislamiento. El primer mano a mano con mi cabeza, sin nada alrededor. 

Lo que más recuerdo es que no tenía vida social pero sí un plan: ser para siempre periodista deportivo, no perder a mis únicos dos amigos, que mi ex pareja volviera a amarme, vivir con ella y escribirnos cartas de amor en cada aniversario. Intuía que en 2009 o 2010, a más tardar, mi vida iba a tener rumbo definido. 

Jamás hubiera creído que llegaría otro virus, otro aislamiento, otra habitación solitaria. Pero mucho menos hubiera creído que a mi vida, 12 años después, solo le quedarían el cariño de Tati y el vegetarianismo. Que no habría ninguna otra coincidencia. ¿Qué pensarías si te dijeran que, dentro de 12 años, en tu vida no habrá nada de lo que existe hoy? 

Yo hubiera enloquecido, literalmente, si en 2008 me contaban que Rosana dejaría de doler, que el periodismo deportivo me sería indiferente, que mi abuelo moriría tan cerca de mis manos y mi abuela, tan lejos. Que Vanina me rompería el corazón, que yo se lo rompería a Tamara, que me iría a vivir solo a un departamento sin pasto ni balcón. 

Que practicaría esa locura del “amor libre”. Que Milito y Lisandro volverían y serían campeones, pero que en ese momento Racing me importaría menos que cambiar el mundo. Que estudiaría Letras durante 11 años, que todos mis amigues serían más jóvenes que yo, que mi familia se disolvería, que aprendería a vivir con ese vacío. Que en Argentina volvería a gobernar la ultraderecha, que la revolución feminista me haría repensar el mundo, que sería feliz durante años en ese departamento sin pasto ni balcón. 

Que por fin aprendería qué hacer cuando viera a alguien durmiendo en la calle. Que empezaría a escribir verdades en un blog, después en Facebook, después en un libro y después en todos lados. Que le rompería el corazón a Luz, que después ella me lo rompería a mí, que al final descubriría que nadie le rompe el corazón a nadie, que al final descubriría que nunca se sabe cuándo es el final. 

Que me dispararía la policía, que amaría las plazas y las confesiones bajo la lluvia, que sería un desocupado durante años, que una noche de 2020 lloraría agarrado a un teléfono y diría, lleno de honestidad: “Siento mucha vergüenza de esto que soy”. 

Que aprendería que darlo todo en cada ratito me permitiría dormir bien. Que a los 36 años no sería nada de lo que esperaba ser a los 36 años, pero que a los 36 años me querría más fuerte que nunca. Que aprendería que no es posible saber cuándo vamos a estar obligadamente solos durante muchos días. Y que nunca, pero nunca, podemos saber ni planificar ni suponer, ni advertir ni anticipar ni adivinar, cómo diablos será nuestra vida 12 años después. Ah, eso sí: estoy seguro que en 2032…