martes, 29 de junio de 2010

Últimos días con mi abuelo (III)

Son las once menos veinte de la noche y tengo que cuidar a Babu hasta las dos y media de la mañana. Sólo eso. Apenas tres horas y cincuenta minutos para que Tati pueda descansar un poco. Después duermo hasta las siete y voy a la facultad. No es nada. No puede ser peor que en el hospital, nunca. Son las once menos veinte y el tiempo va a pasar rápido. Ya hablé con Tamara, ya saqué las cosas de la cama para no perder tiempo después. Me traje un diario viejo, un libro de Dostoievsky de 1866 y una campaña de Racing de 2002. Esta silla es incómoda, pero podría ser peor. La luz del velador alcanza. Además, hace mucho que tenía ganas de leer.

El suero, chequeo el suero. Treinta y cinco gotas por minuto, me dijo Albert. Ya aprendí a calcularlo con sólo tres gotitas. Tienen que correr a los segundos. Cada dos segundos, la gotita tiene que acercarse un poquito al ruido del segundero. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac. Perfecto. Si la gotita cae más rápido, pero parecido, perfecto. Víctor se va a alimentar como debe ser.

Levanto el almohadón y me fijo que esté bien la aguja, que nada se mueva. El que se mueve es Babu, como si tuviera una pesadilla permanente, como si dormir ya no estuviera dentro de las acciones que puede realizar. Dale, Babu, dormí. Dale, Babu.

Agarro el libro de Racing, leo un recorte del 3-2 a Gimnasia. No me puedo concentrar porque Babu se mueve. El suero, chequeá el suero. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac. Está bien. Babu mueve el brazo derecho, el izquierdo sigue abajo del almohadón, la aguja está bien agarrada con cintas. Tranquilo, Martín. Nada va a salir mal.

Miro el libro de Dostoievsky (él también es ruso) y la miro a Baba a mi derecha, sola en una cama que no es la suya. Pienso que ella sí está durmiendo, pienso que Tati sí está durmiendo, que Elvi y Albert sí están durmiendo, que es hora de que todos descansen. Pienso que esta vez, viejito lindo, nos toca a nosotros dos, como en el hospital, como tantas veces nos tocó. Si vos no dormís, yo tampoco, Babu. Estoy acá para que estés mejor, estoy acá para que el suero te haga bien. El suero, Martín, chequeá el suero. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac. Está bien. Todo va a estar bien.

Tiene una mano fría, tiene las dos manos frías, le tapo una, le acaricio la otra, despacio para no despertarlo. No duerme, pero tampoco está despierto, y cada vez que susurra "¡oooy!", cada vez que se queja del dolor, me duele también. Tanto, tanto, tanto. Yo estoy acá, gordito, ya va a pasar.


A las tres hay que poner la pastilla en el suero, la del dolor. Pienso en vos y en que no estés. Miro a Fanny. Fanny sí duerme, y está bien. Dale, viejito, descansá. No toqués la sonda. Dale. Dale.

"¡Oooooy!" de nuevo, más alargado, y los ojos que se te abren. Babu se está despertando y trata de mirarme pero no me ve. Le susurro que "soy yo, soy Martín", pero no escucha. Miro a Baba, le pido perdón con la mirada y hablo más fuerte. "Soy yo, Babito, estoy acá con vos". Y le acaricio la cara y los ojos se me llenan de lágrimas.

"Ay, Martín...", me dice. "Ay...", y me mira sin verme. No quiero que Baba me vea llorando. Nadie tiene que ver llorar a otro. "Ya te vamos a dar la pastilla, gordito. Tratá de dormir". Me doy cuenta de que tengo el libro en la mano, abierto en las hojas del 3-2 con Gimnasia. El suero, Martín, el suero. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac. Está bien.

Baba sí duerme, Tati sí duerme, el suero está bien, tapale la mano a Babu, dejá el libro, si igual no vas a leer. "¡Oooy!", le duele a Babu y trata de levantar el brazo izquierdo, el del suero. Y lo retengo. Me enjuago las lágrimas y pongo voz firme, porque aprendí lo importante que es el modo de hablar con Babu. Cuando le hablamos como a una persona, entiende como persona. No es un gordito, ni un viejo, ni mi abuelo. Es Víctor, es un hombre y sigue siendo un hombre, aunque yo vea que es mi abuelo y se está yendo de a poco.

"Escuchame, Víctor, esta mano no la podés mover. Tenés que dejarla quieta, ¿sí? Tenés suero, para sentirte mejor. Acá, dejala acá, dale. Tratá de dormir". Gira la cabeza para otro lado, como diciendo "voy a cumplir pero no porque me guste". Muevo más la silla, le doy un poco la espalda a Baba. Sí, el suero. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac. Listo. El suero se va a acabar pronto. ¿Aguantará hasta que se despierte Tati?

Otra vez Babu se mueve, otra vez no duerme, otra vez intenta levantar su zurda llena de clavos desde aquella vez que se cortó los dedos con una sierra. Otra vez le sostengo la mano para que no la mueva. Yo lo miro y él intenta mirarme, pero ya no ve, y me pregunto por qué tengo sostenerle la mano, qué derecho tengo si él es un hombre. Por qué le retengo la mano si lo único que puede hacer es moverla, si lo único que le queda de libertad es mover la mano. Por qué estoy reteniéndole la mano como si estuviera presa, como si él no mereciera decidir por sí mismo si quiere moverla o no.

Apreto los dientes y lo dejo, dejo que mueva el brazo, y rezo con oraciones falsas para que no se le salga la sonda, para que esto no sea un charco de sangre y yo sienta culpa por no haber hecho lo que tenía que hacer. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac. Tengo que mirar el suero y mirar la mano a la vez. No tengo que pensar en otra cosa. Inclino un poco más la silla y choca con la cama ortopédica. Me duele el cuello, se me entumece. Que no se suelte la aguja, que no se suelte.

¿Cuándo te pasó esto, tan de a poco y tan de pronto? ¿Cuándo te me empezaste a poner así de frágil, cuándo dejaste de cuidarme vos y empecé a cuidarte yo? ¿Cuándo, Babu, empecé a retener estas ganas de llorar y abrazarte, estas ganas de pedirte que no, que no te vayas, que no estoy listo para verte morir? ¿Qué te duele, cómo te duele, por qué ya casi no lo podés decir? Se me entumece el cuello porque se te entumece el cuerpo, y otra vez tu "¡Oooy!", y decido agarrar tu mano, tratar de dejarla quieta un segundo. Me doy cuenta de que no estoy pestañando. Y el suero, no miré el suero.

Tic, tac, cayó. Tic, tac, tic, cayó. Tic, tac, tic, tac, cayó. Tic, tac, tic, tac y no cae. El suero, arreglá el suero, Martín. Abrilo un poquito, muy poquito. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac. Ahora sí.

Me pregunto si voy a volver a afeitarte, si voy a volver a escucharte, si voy a volver a verte sonreír. Tengo un nudo en la garganta y no quiero hacer ruido para no despertar a los que sí duermen. Porque sé que vos no dormís, Víctor. Se que estás navegando entre tanto dolor, entre tanto pasado y entre tantas preguntas. Y miro el suero y miro el brazo y quiero acariciarte y quiero llorar. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac.

"¡Ooooy!", me seguís diciendo cada vez con menos fuerza, cada vez con menos ganas de vivir. Lo sé. Faltan horas para poder darte una pastilla y movés el brazo de nuevo, y miro el suero de nuevo, y miro tus ojos de nuevo, ojos que ya no pueden ver pero sí pueden llorar. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, tac, cayó. Tic, cayó, tac.

Miro el reloj y apenas pasaron cinco minutos. Cinco minutos. Son las once menos cuarto de la noche y tengo que cuidar a Babu hasta las dos y media de la mañana. El tiempo va a pasar rápido. Seguro.