sábado, 18 de septiembre de 2010

Primeras tardes sin mi abuelo (III)

Vos ya volviste una vez. Fue en 1993. Y aunque las cosas eran distintas (vos habías ido a Rusia por unos días y volverías, yo tenía 9 años y parecía mujer), probablemente el día que vuelvas para siempre yo tenga esa misma cara, esos mismos ojos cargados de alegría, de una felicidad intraducible en palabras.

Ni vos ni yo creímos nunca en Dios. Vos viviste demasiadas cosas que te confirmaron que no existía. Yo las estoy viviendo ahora. Pero necesito creer en algo. Aunque sea a esta hora en que me duele cada uno de los huesos, cada respiración. Aunque sea para dejar de morirme todo el tiempo.

Necesito creer que algún día vas a volver. Y que juntos vamos a olvidar esta angustia, esta desesperanza. Que vamos a olvidar la noche en que te empezaste a morir y la maldita tarde en que te quedaste ciego. Porque, solo, yo no puedo dejar de recordar. 

Las cosas no me andan saliendo bien, Babu. Está tan vacía tu silla, y tu ventana, y tu radio, y tus fotos, y el aire. Está tan vacía tu cama, y tu pieza, y tu patio, y tu adiós, y la noche. Hace tanto frío en todos lados que no sé dónde estar.

Necesito creer que me vas a ayudar. Que me vas a dar la mano para cruzar este infierno de lágrimas. Que vas a estar despierto cada vez que me despierte, y en casa cada vez que llegue. Necesito creer aunque sea a esta hora, en esta noche tan bastarda, tan viuda de sonrisas, que algún día vas a volver para ya nunca, pero nunca más, sentirme así de triste, así de mutilado. Así de solo.