viernes, 22 de febrero de 2019

El Día del Fin del Mundo

Por Martín Estévez

El 22 de febrero de 2007 se me hizo mierda el corazón. Después de seis años, de 71 meses, de 2180 días, Rosana me dijo que no me amaba más, que no quería ser mi novia, que no quería pasear de la mano, cenar juntos, irnos a la playa, no quería darme besos ni abrazarme para siempre ni tener hijos ni llegar juntos a viejos ni nada de lo que yo sí quería con desesperación mientras ella me lo decía con los ojos ya sin amor que me acaban de hacer mierda. 

Rosana es lo que descubrí de mí y lo mejor que pude dar y si ella no me ama para qué sirve lo mejor que puedo dar, que no es nada, que no alcanza, que estoy solo y no sé para dónde correr porque es de noche, y porque si fuera de día tampoco sabría. Rosana me late en la cabeza, pero yo no estoy en la suya y siento que no estoy en ningún lado más que en ese rincón oscuro en el que estaba antes de que alguien me amara como ella me amó. 

Es 22 de febrero y el primer día de esta muerte de la que nunca voy a resucitar porque no quiero, no entiendo, no sé, no sé, no me importa escribir, no me importa lo que me importaba, me importa saber si puedo hacer algo, si hay alguna esperanza, soy capaz de ser tanto por ver otra vez en sus ojos algo que no sea esa violencia terrible que se llama un poco de cariño

Rosana es la madre que mis hijos ya nunca tendrán, la historia que nunca podré escribir sin llorar, los ojos que ya no voy a ver nunca más al despertarme. Rosana me acaba de matar y no es su culpa ni la mía y no me importa, no me importa nada, quiero romper y no sé romper y no sé para qué serviría y me doy cuenta de qué poco me siento yo solo, acá, en esta oscuridad, que es igual que la luz si ella no me ama. 

22 de febrero hijo de puta de mierda, ¿así que mañana tengo que ir a trabajar? ¿Para contarle a quién, para luchar por qué, para qué vacaciones, viajes y proyectos que nunca vamos a hacer? ¿En qué momento pasó, cuando dejó de sentir que no era yo, lo sintió alguna vez, qué hice mal, ella lo sabe, ella me lo diría, existen esas cosas? ¿Qué hago mañana, y pasado, y en la vida, y en mi pieza y en el mundo? ¿Qué hago acá? 

Tan orgulloso de tan poco, de mi trabajo, de mis respetos, de mis notas, de mis poemas tan melosos que ahora me dan vergüenza pero necesito seguir escribiéndolos porque son lo que soy ahora, esa humillación, ese ruego, esa necesidad de pedir ayuda justo a quien no me tiene que ayudar. 

Rosana se liberó de mí pero yo no sé liberarme de ella, no quiero ser libre, yo quería desayunar con vos, Rosana, y hacer el chiste de la medialuna. Yo quería un día contarle al mundo que mi primera novia era también la última y que el amor para toda la vida sí existe, pero a vos no te existió, no te existió una mierda. ¿Por qué, por qué, carajo del mundo, por qué? 

Nunca en la puta vida voy a poder olvidar este 22 de febrero que elegiste para matarme con toda la delicadeza posible, y lo voy a arrastrar y me voy a quejar y te voy a extrañar porque ni siquiera vos, con esa forma tan hermosa que tenés de decirme que no me amás, vas a poder evitar que te extrañe para siempre, que te respire, que toda la vida me acuerde del primer día que nos acariciamos. 

El 22 de febrero de 2007 se me hizo mierda el corazón y lo que te pasa cuando se te hace mierda el corazón es que querés que tu mamá te abrace, despertarte de golpe, que caiga un rayo gigante y el mundo se acabe de una vez, pero no querés que sea tu mamá, ni despertarte, ni rayo, ni final, querés que alguien te ayude a que pare ese dolor tan terrible, tan directo, tan material, porque se siente, lo siento acá, lo tengo acá, al lado, es imposible que no exista, que todos ustedes no puedan ver en mis ojos, que no puedan ver en mis labios, que no paran de temblar, que este dolor no es pasajero ni psicología ni miedo ni autoestima ni inseguridad. 

Este dolor es uno de esos dolores que son únicamente dolor de verdad, esos dolores que sólo pueden incrustarse después de años de compartir sentimientos y sensaciones y amores profundos, construcciones gigantes que cuando se nos caen sobre el dedo más chiquito de nuestra vida son solo este dolor inmenso, real, absoluto. Puedo contarlo tan claramente, puedo recordarlo sin manchas, puedo llorarlo mientras escribo porque, exactamente 12 años después, aunque ya no sea por Rosana, lo estoy sintiendo otra vez.

jueves, 21 de febrero de 2019

Conocí a Messi de chiquito

Por Martín Estévez

¿Por qué un trabajador argentino que no es fanático ciego del fútbol podría querer a Lionel Messi, un multimillonario que abandonó su país, no hace nada por los demás y se saca fotos con el injusto Mauricio Macri? Mejor dicho: ¿por qué demonios quiero a Messi?

En febrero del 2006, Messi tenía 18 años y yo, 21. Hacía 15 días trabajaba en la revista Fox Sports y viajé a la calle Lavalleja del barrio La Bajada de la ciudad de Rosario: me mandaron una semana a vivir en la cuadra en la que había vivido Messi.

Hoy sería inútil: es tan famoso que casi todas las opiniones sobre él son exageraciones, conveniencias o mentiras. Quienes nunca lo vieron dicen que lo conocen. Quienes lo vieron una vez dicen que son sus amigos. Y quienes realmente lo quisieron prefieren no decir nada para no perjudicarlo. Pero, en 2006, Messi era un pibito que jugaba en España y se había hecho conocido en el Mundial Sub 20. Todos hablaban de él sin especulaciones.

La Bajada era un barrio empobrecido, olvidado por los gobernantes, lleno de pibas y pibes con futuro vulnerable en las esquinas. Más para no aburrirme que por otra cosa, me metí en las casas de los vecinos, en la escuela a la que fue Messi, en el club, en el kiosco de su hermano, ¡hasta estuve con el médico que presenció su nacimiento!

Norberto Odetto, la verdad, mucho no me dijo: "Imaginate que no me acuerdo de cada parto, y a Lionel nunca lo volví a ver". Pero enfrente de su casa vivía Claudia, que lo cuidaba cuando la mamá de Lío, Celia, se iba a trabajar. 

Claudia amamantó a Messi durante meses. Me mostró un montón de fotos de Lionel, muchas de ellas con su hija, Cintia, que me contó: "Lío era re tímido, sólo salía para jugar a la pelota. O iba a lo de su tía Marcela y volvía, pero nada más. Sólo le gustaba el fútbol".

Un vecino, don Quiroga, me ofreció un mate muy amargo y me dijo algo parecido: "Los hermanos, Rodrigo y Matías, lo cagaban a patadas. Y él se levantaba y seguía jugando. ¿Cómo no se va a bancar las patadas ahora? Cuando se hacía de noche, los pibes se iban y él seguía pateando solo, en mi portón, hasta que mi suegra salía a retarlo".

En la Escuela N° 66 pasé dos días tratando de descubrir cosas. Supe que Messi era extremadamente callado; sólo quería que llegara el recreo para patear una plasticola, porque no les permitían llevar pelotas. No es un dato simpático: parece imposible que un chico tan silencioso y obsesionado no estuviera sufriendo.

Sus maestras (Viviana Kosciuk, Silvana Suárez, Andrea Sosa) sólo recordaban su flequillo, que era chiquito y callado, y que los varones se peleaban por tenerlo en su equipo. Le decían Piqui; nadie recuerda por qué.



Su papá, Jorge, sabía que era un futbolista excelente. El club del barrio, Grandoli, ganó todo gracias a Lío. Cuenta la leyenda que, una vez, Jorge no pudo pagar los 2 pesos de entrada para verlo jugar y no lo dejaron pasar. Esa misma tarde decidió que no jugara más ahí.

Después, ya en Newell's, descubrieron que estaba creciendo poco y quedaría pequeño si no hacía un tratamiento. En Buenos Aires era gratis, pero no había plata para viajar. En Rosario salía 900 pesos por mes. Newell's y la metalúrgica Acindar se comprometieron a pagar los gastos, pero bicicleteaban a los Messi, les daban cuotas de 300 pesos cada tanto. Y Jorge, otra vez, se enojó y lo sacó del club.

El resto es conocido: consiguió una prueba en Barcelona y se quedó allá cuando tenía apenas 13 años. Lío aprendió a inyectarse, solo, las hormonas de crecimiento. Todos los días. Lejos de su club, de su escuela, de su familia, de su calle Lavalleja. Pobre santo.

Después, para los injustos de siempre, sumó tres manchas: no ganar los Mundiales 2010, 2014 y 2018. Pero, para los que nos importan más las personas que los futbolistas, también sumó tres manchas: fue condenado por evadir impuestos; mostró poco compromiso político con su país; y se sacó una foto con Macri.

Reconozco que alguna vez me calenté para la mierda con él. Casi dejo de quererlo. Pero... ¿qué demonios le podemos pedir a Messi?

Un pibito amamantado por una vecina porque sus viejos tenían que laburar, ignorado por el Estado ante una enfermedad, inadvertido en la escuela, decepcionado por sus clubes, alejado de su familia para hacer un tratamiento, para no quedar pequeño. Ese es Lionel Messi.

¿Messi sabía que evadía impuestos? Según la Justicia española, no. Y si lo sabía, ya se sentó en un banquillo, fue enjuiciado frente al planeta y condenado a pagar más de lo que evadió. Para mí es suficiente. Y además... ¿desde cuándo no pagarle al Estado español, que jamás se disculpó por asesinar a nuestra población durante 300 años, es tan grave? ¿No vive Europa, incluso ahora, explotando al resto de los continentes?

Sigamos: ¿Messi no tiene compromiso político? Es cierto. ¿Y cómo hace alguien que a los 13 años se va sabiendo poco y nada gracias a un sistema educativo nefasto, para aprender en Barcelona qué postura tomar, cómo ayudar realmente (más allá de donaciones esporádicas) a su antiguo país? Exigirle a Messi que haga desde allá lo que muy pocos intentamos acá me resulta injustísimo.

La otra mancha: ¿Messi se sacó una foto con Macri? ¡Pero también con Cristina, amig@s! Busquen, busquen: Messi se la pasa evitando a los políticos. En 15 años le sacaron apenas dos fotos por decisión grupal: la Selección aceptó ser recibida por la presidenta después del Mundial 2014; y decidió apoyar la candidatura de Buenos Aires para los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018. ¿Qué tenía que hacer Messi? ¿Ir contra todos sus compañeros, darles una trompada a los presidentes y salir corriendo? ¿Cuánto le pedimos, no?

¿Sabemos las veces que se negó? ¿Los mensajitos que los asesores de Macri le mandan para manipularlo todos los días? ¿Sabemos que con su pareja, Antonela, publicaron un tweet para difundir una marcha contra Macri por el ajuste en discapacidad? ¿Sabemos que Macri le pidió ser invitado a su casamiento en 2017 y él le dijo "no"? ¿Esas cosas no nos las cuenta nadie, no es cierto?


Yo no digo que Messi sea la mejor persona del mundo, pero el sistema lo formó para que terminara enfermo por falta de hormonas, robando o trabajando en situación precaria. Para que fuera un explotado más. Y él hizo todo lo que pudo para evitarlo.

Un pibito callado y pobre que llega a ser el mejor futbolista del siglo podría transformarse en amigo de los injustos (como Carlos Tevez) o en un soberbio insoportable. Pero Lío, pero Piqui, pero el rosarino sin hormonas sigue fijándose bien con quién se junta, declarando con humildad, recordando a quién le debe su poca o mucha felicidad.

¿Cómo lo sé? Aprendí en el barrio La Bajada que, un día, Lío descubrió que nadie iba a poder llevarlo al club a jugar a la pelota. Él no se quejaba nunca, pero esa vez entró a la casa de su abuela Celia y se lo contó llorando.

Me parece estar viéndolos ahora. Ella le acarició la cara, le secó dos lágrimas y le dijo: 

Tranquilo, hijito, yo te voy a llevar a jugar a la pelota hasta que me muera. 

Desde ese día caminaron juntos 30 cuadras para que él pudiera jugar a la pelota. Hasta que ella murió.

Creo que por eso lo quiero: porque el enanito rosarino, en cada uno de los 671 goles que metió hasta hoy, levanta las manos y señala hacia arriba, haciendo fuerza para recordar, para no olvidar, para ser justo. Para agradecerle cada cuadra hecha, con dolor de piernas y con amor de verdad, a su abuela Celia.



(La nota escrita en 2006 podés leerla acá)