Por Martín Estévez
Acá me duele. Acá y no quiero decírselo a nadie, ni quejarme, ni gritar. Acá, en las cuadras que caminamos los dos, en las noches que no perdimos, en tus tristezas. Me duele el momento en que algo empezó a salir mal y no supimos cambiarlo. Me duele tu voz tan neutral, me duele este viento que no nos silba ninguna canción. Me duele este segundo, y éste, y éste.
Me duele que esto no salga, me duele que escribir ya no me alivie. No sé si llorar con nadie es más verdad, pero debería serlo. Ver la pantalla borrosa de horror, de sonrisas humilladas por la realidad, de inmensa falta de consuelo. Desmoronado de a poquito, roto, destripado mi mundo y lo que tenía y lo que quería tener. Solo y pesado y apático, despreciable, gris.
Tantas palabras de mierda y tan inútiles, tantas palabras que no sirven para vivir. Tanto cemento, tanta pretensión y tanta nada. El cuchillazo de querer abrazarte. Pero vos allá, y yo acá. Todo tan mal. Hice un barquito para vos, y es de papel, y no navega, y se rompe. Lo hice para vos y me duele no dártelo, me duele verlo, me duele haberlo hecho.
Me duele no saber cómo empezar de nuevo, me duele no querer empezar. Encadenado a repetirme, a arruinarme, a insultarme de nuevo. Divorciado de mí. Áspero. Estúpido egocéntrico, lleno de violencia reprimida, y tan pero tan pero tan vulgarmente triste: no sos mucho más que nada. Corré a abrazarla o tené la humildad suficiente para aprender de este dolor tan insoportable, de estas lágrimas espesas, de este ahogo perpetuo. Y hacelo en silencio.
martes, 13 de marzo de 2012
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