Por Martín Estévez
Debería tener las manos manchadas con sangre, pero ni eso. Nunca pensé que iba a poder hacerlo, pero lo hice. Acabo de matar a una persona. Y no a cualquier persona. Acabo de matar a alguien a quien adoré. Me siento Mark Chapman, el fanático enloquecido que asesinó a John Lennon. Lo hice, lo hice, por fin lo hice. Y sé por qué lo hice. Que Dios me perdone: acabo de matar al Piojo López.
Para los que no lo saben, antes de morir el tipo jugó a la pelota. Bastante bien. Me hice fanático suyo en 1996. Él llevaba casi cuatro años en Racing, pero en el 96 la rompió. En Racing y en la selección. Y se fue. Se fue de una manera exageradamente memorable: tenía que mudarse a España para jugar en su nuevo club, pero le-pidió-por-favor-dale-dale-dale-dejame al presidente del Valencia, le rogó que le permitiera volver a Avellaneda un ratito más, un partido más, porque Racing jugaba contra el Boca de Maradona y él no podía irse así, con la triste derrota que había sufrido contra Newell’s un mes antes.
Se fue de una manera exageradamente memorable porque metió un gol sobre el final y Racing ganó 1-0, y Boca y Maradona y Caniggia se quedaron sin campeonato, y él se subió al arco y saludó a todos llorando, moviendo las manecitas, y de ahí se fue directo a tomarse un avión que lo mantendría una década lejos.
Todo eso me hizo mal. Tocó una parte frágil de mi cerebro. Me conmocionó. Comencé a seguir su carrera con una intensidad injustificada. Yo tenía 12 años, estaba en 7º grado, y antes de que mis compañeros sugirieran un distintivo de egresados (esos dibujos plastificados que se colgaban los que terminaban la primaria), dejé en claro que no iba a usar otra cosa durante el año que una foto del Piojo enganchada en mi ropa. Se ve que en el colegio ya me sabían peligroso, porque nadie me lo cuestionó.
Miren la foto que está ahí arriba y díganme, con una mano en el corazón, si no les da una mezcla de pena y pánico: miren mi obesidad creciente, el buzo que parece un mantel, la mirada perdida observando con desdén al fotógrafo de turno. Quisiera que nunca nadie hubiera visto esta foto que me humilla; pero si no la hubieran visto, jamás entenderían por qué lo acabo de matar. Miren: yo era ése de ahí. Ése.
Los que me conocen (los que creían conocerme antes de lo que acabo de hacer) ya lo saben: recortaba cada noticia suya y la pegaba delicadamente en un libro de actas, negro y de tapa dura, en el que obsesivamente detallaba sus estadísticas, sus momentos memorables, su forma de respirar. Cuando yo jugaba a la pelota, me negaba a pegarle con mi pierna hábil, la derecha: quería ser zurdo como él.
Jugó en España, en Italia, en México. Jugó dos Mundiales, también. Jugó 812 partidos en su carrera. Lo sé porque los conté. Lo sé porque los tengo en el libro de actas negro y de tapa dura. Lo sé porque los tengo en una libretita que computa sus partidos, goles, calificaciones recibidas y su promedio de gol. Lo sé porque figuran en el blog que creé en su homenaje, y al que perfeccioné durante dos años.
Lo más demencial que hice ya lo conté en este blog: durante su etapa en México, cuando yo ya era una persona grande que trabajaba y tenía barba, sus goles sólo podía verlos a las dos de la mañana en un programa llamado ESPN Report. Y como yo tenía (tenía) que grabar todos sus goles, estaba entre las 2 y las 3 de la mañana despierto, con el control de la videograbadora en la mano, esperando, si había suerte, que anunciaran los goles argentinos en el exterior. Muchas veces no los pasaban, y yo me quedaba angustiado pensando que ese gol quedaría para siempre en el olvido, que yo no lo había registrado, que la vida era un poco más triste.
Tuve las camisetas de sus clubes, las medias de sus clubes, me hice remeras con sus fotos, practiqué la tonada cordobesa: todas las estupideces que hacen las adolescentes enamoradas de un cantante de pop barato. El problema era que yo crecía, que mis obligaciones aumentaban, pero cada partido suyo igual detenía el mundo, me obligaba a verlo, o a seguirlo por internet, o a imaginarlo.
En febrero de 2007, tanto tiempo después de su despedida, anunció que volvía a Racing. Lo había prometido. Yo lloraba, pero no de emoción: horas antes (se los juro, horas antes), mi primera novia me había dejado para siempre. Nunca había estado tan triste como cuando fui a la conferencia de prensa a ver un sueño cumplirse, y ese sueño no me importaba nada.
Jugó un año en Racing y se fue a terminar su carrera a Estados Unidos. ¡A Estados Unidos! Y lo seguí, claro. Me hice hincha de equipos ridículos como Kansas City Wizards o Colorado Rapids. Grité en diferido su último gol: fue cuando apareció “López: ¡goal!” en la página de internet de Colorado durante una serie de penales. Ni siquiera salió en el diario al otro día: no le importaba a nadie.
Eso fue hace ya cuatro años: se retiró en 2010. En todo aquel tiempo, lo conocí, me saqué una foto con él, le hice una bandera, lo entrevisté por teléfono, le conté que lo admiraba y me dijo: “No te hubieras molestado en decir palabras tan lindas”. En todo aquel tiempo, crecí y me obsesioné con los recortes, con las cronologías, con completar todas las cosas que se pudieran completar. Me obsesioné con el pasado.
Hoy decidí terminar con todo eso. Me siento ridículo subiendo al facebook fotos de un tipo que ya no juega. Me siento anacrónico, antiguo, me siento gastado. Ese Martín, el que a las 2:51 de la mañana sufría porque quedaban nueve minutos de chances para grabar el gol al Cruz Azul, ya no existe más. Ese gordito triste de la foto es un poco parte de mí, pero ya no soy yo.
Sé que cuando subo una foto del Piojo López doy una imagen como la de Gaby cuando escucha Xuxa, la de Tati cuando insiste en juntar a sus compañeros de la primaria, la de Juanca guardando discos de los Beatles sin abrir. Parece que viene de familia esto de aferrarse al pasado aunque el pasado no nos haga bien, aunque nos detenga en un lugar donde no queremos detenernos, aunque no nos haga felices.
Así que lo hago un poco por mí, y un poco por ellos. Y un poco por todos los que estamos detenidos en momentos de nuestras vidas que nos marcaron. Salgamos de ahí. Huyamos. Vivamos.
No es un día cualquiera ni un momento cualquiera. Hoy, justo hoy, Claudio López cumple 40 años. Y yo ya bailo alegre alrededor de los 30. Ya no escucho Los Chakales, ni me gusta la chica que me gustaba a los 12 años, ni me cocina Fanny. Ya no uso buzos que parecen un mantel, ni grabo goles ajenos, ni quiero ser el más y mejor fanático de nadie.
Soy éste que soy ahora, y éste no quiere seguir escribiendo sobre partidos viejos, actualizando blogs de deportistas retirados, perdiendo el tiempo en otros porque me da miedo arriesgar ese tiempo estando conmigo.
Hoy, 17 de julio de 2014, declaro oficialmente mi independencia del Piojo López, de sus goles grabados en video, de sus recortes, de sus noticias, de las notas que le hagan. Me declaro libre del que fui a los 12 años, del que vivía a través de los demás, del que tenía (tenía) que hacer cosas sin saber por qué las hacía.
Elimino a su fantasma. Me lo saco de encima, lo borro de mi presente, nunca más será una obligación para mí. No más blog, no más recortes, no más estadísticas. No más fanatismos absurdos. Por fin, por fin puedo, por fin no duele, por fin aprendí. Por fin puedo desencadenarme, cortarlo en pedacitos, puedo agarrar el diario con su última carrera (porque ahora es piloto de autos) y destrozar las páginas con mis dientes, sin siquiera preocuparme por el puesto en que terminó. Escucho las sirenas de mi inconciente, los pasos de los guardiacárceles de mi pasado, pero vengan a buscarme, hagan lo que quieran de mí: no me importa, no me arrepiento. Hoy, hoy carajo, por fin y para siempre: hoy maté al Piojo López.
jueves, 17 de julio de 2014
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4 comentarios:
Seguramente, con esa sensibilidad que te caracteriza, quedes libre de culpa y cargo. Has sido un valiente Martín, estos delitos no son fáciles de cometer. Y vos lo hiciste. Felicitaciones.
A mi me pasó algo parecido pero con Ubeda!!
"Ir a la cancha es una mierda" y este son geniales jaja
¿Tenés alguna fan page o lugar donde escribas? para seguirte
Saludos de otro hincha de Racing
Fernanda: Como siempre, muchas gracias.
Fernando: Además de en este blog, escribo en otros dos (Derrota digna e Historia Universal para principiantes); y algunos de mis textos los imprimimos junto a mis compañeros como cuentos a través de la editorial autogestionada Etiopía Cultura Libre.
Gracias por escribir, me pusiste de buen humor.
Empiezo a devorarme el blog. Leí este y los dos de arriba y me siento tan carcano que me da ganas de tener que usar lentes y haber sido metódico en coleccionar. Yo también adoraba a este pibe, y también por esas cosas locas logré estar en un vestuario con grabador en mano. Justo Pasarella lo había convocado. Ganamos 2 a 0 Newell's y él se erró mil goles. Increíble, pero me salió preguntarle casi en tono cómplice, buena onda: "los goles te los estás guardando para la selección?" Yo tenía menos de 20, no estaba ni para repreguntar o aclarar o rematar la pregunta con flores. Todavía me arrepiento. Me miró un segundo de más y me caseteó una respuesta de alegría por la convocatoria. ¡Perdón Claudio, te sigo desde el Torneo Centenario!
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