Por Martín Estévez
Las
personas necesitamos grupos de pertenencia. Sentir que somos parte de algo. Es una de las ideas básicas de la psicología. Los amigos, la escuela, el trabajo,
el barrio o hasta nuestro signo del zodiaco nos hacen creer que tenemos puntos
en común con otros y nos evitan la tristeza de estar solos. Mi principal problema
en 1999 era que tenía un solo grupo de pertenencia: Racing. No, no. Miento: el
principal problema era que Racing había dejado de existir.
Era gordo, anteojudo, usaba aparatos fijos y pelo largo. No tenía amigos. Había
terminado 9° grado y empezaría el Polimodal en otra escuela. Mi primo Matías ya
tenía 19 años e iniciaba su vida de adulto. Yo estaba solo. Por eso Racing era tan
importante para mí: ocupaba mi tiempo libre, me permitía escapar mentalmente de mi
habitación y pensar en Avellaneda, compartía con un millón de personas el deseo
de que once tipos patearan bien. Hoy puedo explicarlo, así que cuidado los que estén orgullosos de
que su hijo es fanático de un club: lo está usando para tapar vacíos.
En aquellos tiempos, Racing
venía para la mierda: 33 años sin ser campeón y muchos problemas económicos. El
cuchillazo llegó el 4 de marzo. Liliana Ripoll, que manejaba las cuentas del
club, dijo ante las cámaras “Racing Club Asociación Civil ha dejado de existir”.
Ay ay ay, pensé yo. ¿Y ahora?
Lo
que siguió fueron días legendarios: conmoción en distintos sectores
sociales, hinchas llenando un estadio en donde nadie jugaba y presión hasta que reabrieron el club. El problema era que Racing debía 32 millones de
dólares y, de algún lado, esa plata tenía que salir.
Yo,
que había viajado hasta Rosario para acompañar al equipo cuando volvió a jugar,
no podía quedarme de brazos cruzados. Y enseguida entendí cómo ayudaría.
Se
había abierto una cuenta bancaria para depositar plata y ayudar a pagar las
deudas. Como ningún dirigente era confiable, se hizo a nombre de dos ídolos del
club: Gustavo Costas y “Teté” Quiroz. No solamente decidí invertir casi todo
mi capital ($10), sino que, durante varios días, me acerqué uno por uno a mis
nuevos compañeros de escuela para explicarles la situación y pedirles una
colaboración.
Tuve
buena recepción: entre moneda y moneda, juntamos $9,66. Para que tengan una
idea, con esa plata podrían haber comprado 96 bolsas de palitos salados, que
salían $0,10. Pero apostaron por Racing. Sinceramente, me sentí un poco conmovido.
El
23 de abril entré por primera vez a un banco, encaré al cajero del Bank Boston
y le dije:
–Vengo
a depositar esto a la cuenta 012-02766705.
“Esto”
eran 133 monedas, incluyendo las 56 de un centavo que donó Marcelo. El cajero puso mala cara.
–Es
para Racing –le dije.
–¿Cuánto
hay? –me preguntó.
–Diecinueve
con sesenta y seis.
Ni
las contó. Sonrió, llenó un formulario, me dio el comprobante y me deseó buen día.
Aquel año de Racing no fue sencillo: en los siguientes siete meses perdió
3-0 contra Estudiantes, 4-0 contra Boca, 4-0 contra San Lorenzo, 4-0 contra
River, 4-0 contra Cruzeiro y 7-0 contra Palmeiras. Sí: 7 a 0.
Para no aburrirlos más, les resumo: la
historia tuvo doble final feliz. Racing tardó doce años, pero en 2010
terminó de pagar su deuda y su existencia dejó de correr peligro. Y yo, durante
aquel 1999, conocí a Nicolás, Lucas, Marcelo y Juan Manuel, y formé mi primer
grupo de amigos.
¿Por
qué cuento todo esto? Porque soy agradecido; y creo que este es el mejor
homenaje que puedo hacerles a esos compañeros, casi todos hinchas de otros
clubes, que vieron en mis ojos una súplica irresistible. Que entendieron que,
si moría Racing, ese chico de 14 años se quedaba sin grupo de pertenencia.
Estoy
seguro, segurísimo, que sin esos $19,66 que juntamos, Racing no hubiera
subsistido. Que la situación, en un momento, era angustiante. Muy angustiante. Que los números no
cerraban por ninguna parte y que todo dependía de la palabra del juez que
llevaba la causa. Que el juez dependía de un contador. Que lo que el contador
le dijera al juez dependía de la cantidad de plata que hubiera en esa cuenta. Y que, cuando el contador pidió el saldo, gracias a nosotros, en vez de ver la
pequeñísima suma de “$1.999.980,34”, vio un inmenso “$2.000.000”, llamó al juez
y le dijo:
–Tranquilo,
doctor: Racing Club Asociación Civil puede seguir existiendo.