Por Martín Estévez
Dos de cada tres personas no están contentas con su sexualidad. Escucharon bien: dos de cada tres. Yo tengo 510 amigos en facebook, o sea que 340 sufren por algún conflicto vinculado al sexo, pero ninguno habla de eso. Cuentan sus asuntos familiares, económicos, laborales, psicológicos, hasta suben fotos de su abuelo en terapia intensiva. Pero de sexo, nada. Ese silencio, ese aislamiento, es parte importantísima del problema: hay que empezar a hablar sobre sexo. Y, ya que nadie se anima, arranco yo.
Vaginismo, impotencia, dolor en la penetración, falta de deseo, exceso de deseo, no llegar a un orgasmo, no saber qué es un orgasmo, no tener con quién estar, culpa al masturbarnos, falta de lubricación, hongos vaginales, HPV, frigidez, curiosidad de estar con más personas, bisexualidad, vergüenza de nuestro cuerpo, enfermedades venéreas, virginidad, represiones, recuerdos traumáticos, fantasías no cumplidas, angustia porque hace mucho (o nunca) nos revolcamos con alguien.
Todo eso, sépanlo, le pasa a todo el mundo. No me hacen falta estadísticas: todos mis amigos, y amigas, me han contado alguna angustia. ¡Y cómo les costó! Personas que al principio parecen sexópatas desenfrenados, o al menos satisfechos, terminan desahogando su tormento. El truco que uso para desatarlos es siempre el mismo: empiezo contando yo.
Alguno dirá que, en realidad, se habla de sexo todo el tiempo. Y es cierto, pero casi siempre son mentiras. ¡En cuántas reuniones de amigas escuché grandes hazañas sexuales! Y luego, en la intimidad, ellas terminan al borde del llanto soltando verdades, avergonzadas como si hubieran asesinado un conejo. La mayoría de los hombres, en cambio, ni se esfuerzan en mentir: directamente eluden hablar sobre el placer y se dedican a comentar tamaños de tetas o a fingir que les gusta el fútbol.
Yo fui eyaculador precoz. En serio. Me di cuenta a los 18 años, cuando intenté tener mis primeras relaciones sexuales. Sé que muchos de ustedes ya se están riendo o sintiendo repulsión. Sé que las mujeres de más de 50 años piensan que soy un desubicado. Y tal vez lo sea, pero eso no importa. Lo que importa es que este texto puede servir: si sos de los que sufren por su sexualidad, para ver que no sos el único. Y si no sufrís, para saber que la mayoría de tus conocidos sí sufren, y que podés ayudarlos.
La eyaculación precoz es la imposibilidad de controlar la salida de semen durante una relación sexual. Pero mi inconveniente, más que ese, era el silencio. En mi casa jamás se habló de sexo y yo no tenía amigos. Supe entonces que un problema que no se puede contar se convierte en una sombra que cada día crece más. Que te invade. Que te encierra.
Yo tenía todas las de perder: había sido operado del pene, sabía poco sobre sexo, era torpe para manejar mi cuerpo y mi pareja tampoco tenía experiencia. Un combo terrible.
Por eso, a los 18 años, me vi sentado en el consultorio del doctor Juan Pablo Aguirre, el mismo que me había operado, sorprendido ante mi visita.
—Es normal que las primeras relaciones sexuales sean difíciles —intentó tranquilizarme—. La eyaculación precoz casi nunca es un problema físico, sino de aprendizaje. Suele pasar que los hombres, cuando son chicos, tienen que masturbarse rápido para que nadie los vea. Entonces, en lugar de retener la eyaculación, la apuran. Eso genera que se debilite el músculo que sirve para controlarla.
¿A que no sabían eso? Bueno, yo tampoco. El doctor Aguirre me dijo también que tuviera paciencia y ordenó un tratamiento de tres partes. Primero, que tomara una droga llamada sertralina durante veinte días. Segundo, que cada vez que fuera al baño cortara el chorro todas las veces que pudiera, para ejercitar ese bendito músculo. Tercero, que leyera un libro.
—Conseguite “El Tao del sexo y del amor”. Es muy bueno, pero no le prestes atención a todo, porque dice cosas como que, cuando eyaculás, te morís un poco. Y eso no es verdad.
Lo miré con miedo.
—No, mejor no, a ver si todavía es peor —dijo él—. Mejor comprate “El hombre multiorgásmico”. Es más sencillo, pero te puede salir un poco caro.
Necesitaba plata para comprar las pastillas y el libro, pero además necesitaba coraje para entrar en farmacias y librerías. Y más que plata y coraje, necesitaba un buen lugar para esconder esas cosas en mi casa, donde vivía con mis abuelos, mi mamá y mi hermana.
Sólo podía hablar del tema con mi novia, y hasta ahí. Nos costaba mucho. Me sentía solo, con un problema gigante, con vergüenza. Pero, por favor, no sientan pena por el chico que fui hace catorce años: preocúpense porque, ahora mismo, dos de cada tres personas que conocen sufren algo parecido y no lo pueden contar. Eso es lo importante.
¡Hay tanto por aprender! Que la penetración es apenas una partecita de la sexualidad, que a todos nos gustan cosas distintas, que una mujer casi nunca llega a un orgasmo sin masturbarse o sin estar en una posición determinada, que lo que muestran las películas pornográficas es mentira, que la sexualidad es tan compleja porque tiene más relación con nuestro cerebro que con nuestro pene o vagina.
Yo no podía cojer (cojer, sí, no estoy diciendo nada malo) porque no me funcionaba bien un músculo, pero también porque me ponía nervioso, porque era torpe, porque no había abrazado ni acariciado a casi nadie, porque no tenía experiencia, porque mi cerebro pensaba en otras cosas.
La represión que tenemos sobre el sexo es tan grande que, mientras escribo esto, también estoy incómodo. Me preocupa qué pensará Tati, o Elvi, o mis conocidos cuando lean esto. Si se enojarán, o se burlarán, o pensarán que siempre digo cosas terribles. Qué mierda es esa parte de la sociedad, qué horrible que algo tan lindo como el placer sexual tengamos que ocultarlo, o sufrirlo.
¿Por qué otras cosas que nos dan placer físico, como rascarnos, comer o recibir masajes, son aceptadas; y acariciar una entrepierna, besar un pecho o lamer una oreja genera escándalo en la mesa familiar? No pretendo mostrar mis nalgas en medio de un almuerzo, sino que las personas puedan decir “estoy mal porque mi novio no me toca” sin que las miren con rechazo.
Ojalá este texto sirva para que alguien, aunque sea una persona, se anime a contar su problema. En facebook, o a algún amigo, o si hace falta escríbanme un mensaje privado, pero cuéntenlo. Por ustedes, pero también para que otros se animen a contarlo. Empecemos a romper este tabú que permite que se muestren muchos culos en televisión, pero no permite que disfrutemos de nuestra sexualidad.
Mientras ustedes piensan sobre esto, yo les prometo retomar pronto el tema, porque la historia no termina acá. Después de meses y meses de pastillas, de orinar por partes y de leer libros raros, por fin superé el problema. Pero entonces, recién entonces, me di cuenta de algo terrible. De que la eyaculación precoz estaba ocultando otro problema mucho peor. Descubrí, y les juro que es verdad, que era impotente.
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2 comentarios:
Tus lectores estábamos esperando este texto hace tiempo. Gracias.
Lo hago para que me quieran.
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