jueves, 14 de septiembre de 2017

Clarín me genera orgullo

Por Martín Estévez

Acaban de llamarme de Clarín para decirme que el sábado empiezo a trabajar en el diario. Aunque finja que no me genera gran cosa, es una buena posibilidad para saber si sirvo en esto del periodismo deportivo. No estoy de acuerdo con la ideología de la empresa, pero supongo que hay que adaptarse, ¿no? Tampoco uno puede andar renunciando a Clarín porque el diario sea cómplice de injusticias.

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Ayer, 24 de abril de 2004, cubrí mi primer partido: San Martín de Burzaco contra Sacachispas. Al entrar al estadio, dos gordos grandotes se me pusieron enfrente y me dijeron: “Sabemos quién sos”. Yo no pensé que la fama llegaba tan rápido.

—Ya te vimos acá otras veces, estamos vendiendo rifas para una camiseta —me “explicaron”.

—Pero yo no vine nunca, no tengo plata... —respondí con los anteojos empañados.

—Dale, cómo no vas a tener 3 pesos, danos 3 pesos y después te cuidamos todo el partido, así trabajás tranquilo. 

Además de cuatro boletos de colectivo a 75 centavos, entonces, pagué 3 pesos de extorsión. Sin contar la llamada desde el celular de Tati (al diario, cuando terminó el partido) y el cagazo que me pegué, de los 20 pesos que me dio Clarín, me quedaron 14. Algo es algo. 

Ah: ganó Sacachispas 2 a 1 y en el diario salieron cuatro líneas. 

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Al principio sólo cubría partidos del ascenso, ahora me designaron para los entrenamientos de Lanús. Empiezo mañana, pero hoy me pidieron que investigue algo: varios socios denunciaron que la barra brava los echó de una asamblea. Me pasan el teléfono de un dirigente del club y lo llamo:

—Mirá, Martín Estévez —me dice después de dos preguntas—. Son todas mentiras, es un tema sin importancia. Si querés trabajar tranquilo en el club, lo mejor es que no se publique nada. Ya tengo tu nombre y no creo que quieras que se lo pase a nadie.

Y cortó. Salí corriendo a contárselo al editor de la página.

—Eran sólo unas líneas, así que no te preocupes, no ponemos nada —me “explica”—. Buscamos algo de otro equipo y listo.

—¡Pero yo mañana tengo que ir al entrenamiento! ¿Cómo hago?

—Andá, andá tranquilo, y si pasa algo nos avisás.

Fui, y no pasó nada. Pero durante los primeros tres meses, por las dudas, no le dije mi nombre a nadie.

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Los pasantes no pueden firmar notas. Trabajan como burros y sus nombres no salen en ningún lado. Clarín se evita problemas legales: intenta no dejar rastros de que estuvimos ahí.

El 26 de junio era el último día en que un periodista llamado Néstor Straimel trabajaba en el diario. Esa tarde, Almagro ascendió a Primera y el cronista tuvo problemas para volver a la redacción. Él estaba a cargo de ese partido.

—Vos, ¿estás libre? —me preguntó y ni siquiera me dejó 
responder—. Necesitamos 62 líneas sobre la historia de Almagro en una hora, ¿te animás?

Tampoco me dejó responder: sólo me dijo sobre qué documento había que tipear. Cuarenta minutos después, había terminado. No es que sea veloz: es que era de noche y la redacción está en Constitución. No quería irme tan tarde.

Al otro día, cuando me desperté, Tati me dijo que le había gustado mi texto, pero yo no entendía cómo sabía qué nota había escrito. Y, después de verla, tampoco supe qué palabras borró Straimel para, en vez de las 62 líneas, usar 61.


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Me llevó semanas lograr que los demás pasantes entendieran que yo no era familiar de Straimel. Que no había acomodo. Se hizo evidente, porque Clarín me exprimía: hubo días en los que, por 20 pesos, a la mañana iba al entrenamiento de Lanús, a la tarde escribía sobre otros clubes y a la noche me quedaba cubriendo la Liga Nacional de básquet.

Un viernes, a eso de las 23:30, un editor maltrató a otro pasante, Julián Villadangos, porque había entendido mal qué cantidad de líneas correspondían a cada partido. Lo hizo sentir mal. Recién ahí descubrí mi primer límite: el sábado entregué mi credencial de la Liga Nacional y no volví a cubrir básquet.

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En esos 13 meses de pasantía no vi la final de Roland Garros entre Gaudio y Coria porque me mandaron a recorrer bares a las 7 de la mañana; entrevisté a Diego Milito y a Lisandro López; y cubrí un triunfo de Racing sobre Independiente el día de mi cumpleaños.

Conocí buenas personas (Ariel Scher, Eduardo Menegazzi, Adrián Maladesky) y soporté a otras. Al no tener computadoras propias, usábamos las de periodistas que no estaban. Y cuando alguno aparecía, tenías que buscar otra. El peor era Horacio Pagani: directamente te apoyaba el bolso sobre el teclado, como para que no tardaras más de veinte segundos en irte.

Días después del final del contrato, a Sebastián Fernández y a mí nos contrataron durante tres meses más para escribir “productos especiales” junto a dos pasantes de la camada anterior. Primero hicimos un libro sobre la historia de Estudiantes en 45 días; después, uno sobre tenis argentino en 30; y al final, uno sobre un corredor de autos en 15. Y otra vez adiós.

El teléfono volvió a sonar en enero de 2006: me llamaron para comenzar de urgencia la guía del Torneo Clausura que iba a publicar el diario. No se sabía cuánto me pagarían, pero necesitaban que arrancara enseguida.

Así que al otro día estuve en la redacción trabajando para la guía y, cuando me fui, me dijeron que esperara un llamado de recursos humanos para firmar el contrato antes de volver, así todo se hacía prolijamente.

Nunca más me llamó nadie.

Ni de recursos humanos, ni de la redacción, ni los dos editores que me hicieron trabajar ese día (Sergio, Daniel: estuvieron muy mal). No solamente no me pagaron el día sino que, cuando salió la guía, había dos textos míos a los que no les habían modificado ni una sola línea. Clarín, el gran diario argentino.

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En mayo de 2010 mi vida era un caos: tenía dos trabajos que casi no me daban plata, mi abuelo estaba enfermo, iba a la facultad, hacía teatro y tenía una relación de pareja conflictiva. Una tarde me llamó Ariel Scher y me dijo que existía la chance de volver a Clarín: otra vez un contrato temporal, más que nada para trabajar los fines de semana. Necesitaba una respuesta urgente.

Corté, lo pensamos quince minutos con Tamara y lo llamé: bueno, dale, Ariel, cuándo empiezo.

Dos días antes de empezar, murió mi abuelo. 

Pensé que volver al diario me iba a ayudar, que encontraría viejos conocidos y nuevos desafíos, pero nada de eso pasó. Encontré periodistas cinco años más viejos y cinco años más aburguesados. Encontré nuevos compañeros que me veían más como competencia que como un amigo potencial. Me encontré triste e incómodo en un medio gris, del que ya no me separaban diferencias ideológicas, sino un abismo insalvable.

Esa vez sí tuve acomodo: no sé por qué, pero Ariel Scher hizo lo posible para que yo fuera feliz. Me dio libertades, me eligió para cubrir a Racing y, especialmente, conversó mucho conmigo.

Igual, dos meses después de entrar ya me sentía ahogado y no tenía ningún otro trabajo, apenas una chance dando vueltas. ¿Qué iba a hacer, entonces? ¿Tampoco uno puede andar renunciando a Clarín porque el diario sea cómplice de injusticias, no?

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El 3 de agosto de 2010 caminé decidido hasta el correo y por fin lo hice: renuncié a medios de comunicación que me den asco, a trabajos en los que me maltraten, a quedarme estancado por conformismo barato.

Renuncié a empresas que no me paguen el día trabajado, al miedo a quedar fuera del sistema, a ser cómplice de la explotación, las mentiras y las injusticias.

Renuncié al monstruo gigante que ensucia la realidad argentina desde hace décadas, al que nos miente todos los días, al que oculta con sus páginas la sangre de los que luchan.

El 3 de agosto de 2010, con orgullo y para siempre, renuncié a Clarín.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Para mí ya eras un capo hace unos 12 años, cuando te conocí acompañando a mi pequeño hijo a una visita a tu lugar de trabajo. Creo que a Lauti, aún con sus 9 o 10 añitos, le pareció lo mismo. Le ofreciste una larga charla sobre lo que implica la profesión de periodista deportivo, ya que él ya tenía curiosidad por el tema. No le hablaste como a un tonto, ni usaste palabras que no estuvieran al alcance de su comprensión y sin saberlo, tiraste botella al mar que navegó por su mente muchos años. Ya sabés que siguió tus pasos en materia de estudios. Seguis siendo un gran ejemplo. Un capo, como siempre. Gracias!

Sebastian Roman dijo...

Me parece cualquiera mal que la ultima entrada sea esta, de septiembre. Venias haciendo una por mes a principio de año y creaste la expectativa de que sigamos leyendo, al menos, una nueva entrada por mes. Exijo que en estos 45 dias que le quedan al 2017, escribas las cinco entradas que faltan para el promedio de una por mes, correspondientes a los meses de: junio, julio, octubre, noviembre y diciembre. En septiembre hiciste dos pero la de "¿Qué onda, che, cómo se lee este blog?" no cuenta, es un robo.

Martín Estévez dijo...

A la mamá de Lautaro: gracias, muchas gracias por recordar tan bien esa tarde. Me da esperanzas de que cada día en el que hacemos todo lo posible por ser justos va a tener una recompensa tan linda como aquel.

Sebastián: de haber sabido que alguien estaba esperando un texto, lo habría escrito más rápido. Vengo demorado porque estoy preparando mi primer libro (va a ser gratuito, libre y comunitario) pero eso no es excusa si hay un lector y ese lector está esperando. Me comprometo a retomar pronto la historia, que quedó allá por el año 2004.