Los milagros cambian de forma. Se adecúan a nuestra edad, a nuestras ideas y también a nuestra realidad. Hoy, mi milagro tiene las manos de mi abuelo.
Lejos, a semanas de distancia del milagro de la recuperación, de la salud, de la supervivencia, mi milagro es ver a Víctor sobre ruedas, bajo el sol, sonriendo. Habiendo tantos milagros celestiales, sí, elijo uno tan terrenal. Uno que parece cada vez más milagro.
Hoy mi abuelo se sentó una, dos, tres veces. Llegó a levantar la frente, a balbucear un "parece que sí". Se redescubrió sentado, alto como antes, mirando al mundo en vertical. Se tocó sus orejas, su nariz, su pelo. Se alimentó de su propia emoción mientras yo era espectador privilegiado de su vida. Víctor, hoy, siguió soñando.
Por unas horas, por unos días, quizá por todo este año fatal que me nació invertido, mi milagro no será volar, ni justicia, ni barniz. No será social, ni complejo, ni gigante. Mi milagro será el mismo que sueña este hombre que nació hace 84 años, que se sentó tres veces y gracias al que, hoy y pese a este insulto de la realidad, puedo soñar milagros.
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1 comentario:
Mi abuelo tenía 84 cuando me miro por última vez el 1° de junio del 2006. Mi abuelo era tanto mi abuelo que tardo en irse porque sabía lo mucho que me costaban las despedidas. A días de que me encuentre incredula ante sus cuatro años de ausencia, me encuentro con tus palabras enreveradas. Increible, pero nada casual.
Como siempre, me quito el bombin ante su nada modesto arte de las palbras.
Saludos
La pioja
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