Baba está bien. La cuidamos, no la hacemos enojar y la abrazamos. Piensa mucho en vos. No dejamos la casa sola y cerramos con llave y con trabita. Sí, Babu, les damos de comer a Pancho y a Homero.
Ya nadie escucha a Los Andes. No es lo mismo sin vos, ¿sabés? Todavía no nos animamos a comer un asado todos juntos, porque ya no estamos todos, y porque nos da ganas de llorar.
Tus hijas también están bien. Las dos tuvieron que irse algunos días muy lejos para poder gritar de dolor sin que nadie las viera. Yo todavía no puedo gritar, así que mientras te escribo esta carta lloro despacito y sin hacer ruido, para que nadie se despierte.
Sigo olvidándome cosas cada vez que salgo, y vuelvo, pero ya no hay nadie que me repita que eso trae mala suerte. Sigo acumulando diarios debajo del teléfono, pero ya nadie me avisa cuando son demasiados.
Desde que te moriste siento mucho dolor y mucho frío. Se supone que se va a pasar con el tiempo. Vos viste morir a muchos amigos, a mucha familia. Cada vez entiendo más por qué pasabas tanto tiempo callado: los extrañabas.
Todos los recuerdos que eran nuestros ahora son sólo míos. Quisiera creer en Dios y en que algún día los recordaremos juntos, pero no me sale. Ahora sos solamente estas imágenes en mi cabeza, y fotos, y cosas inservibles. Yo quiero darte la mano, Babu, y preguntarte si va a llover. Yo quiero darte un beso en la mejilla y contarte lo mucho que te quise.
Sí, de verdad Baba está bien. Y tus hijas, y Alberto. Yo no, ya sabés que no sé mentir. Pero voy a seguir, no te preocupes: alguien tiene que hacerlo. Alguien tiene que contarle a cada uno de los que pisen esta casa quién viajó desde Ucrania para construirla con sus manos y su voluntad. Alguien tiene que guardar los recuerdos que eran nuestros y que hoy, aunque me pese, me ahogue y me atormente, hoy son solamente míos.
Te extraña...
Tu nieto, Martín
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