sábado, 2 de octubre de 2010

Burum bum bum

Por Martín Estévez

Quería en este texto contar mi primer recuerdo, y enseguida me di cuenta de algo: no sé cuál es mi primer recuerdo. A eso le llamo una pésima manera de arrancar un texto.

Lo que pasa es que es difícil saber exactamente qué recordamos. A veces nos parece que sabemos cosas de cuando éramos muy chicos, pero en realidad nos las contaron. O creemos no recordar nada de nuestra infancia, hasta que de pronto aparece una historia que "no recordábamos recordar". Para peor, la edad no tiene nada que ver: mi hermana Gaby dice que recuerda cosas que le pasaron a los 2 años; y mi prima Chuna no tiene la menor idea de qué le pasó antes de cumplir 13.

Yo tengo imágenes borrosas de cuando tenía 4, 5 años: rezar el padre nuestro arrodillado al borde de una cama o cagarme encima en prescolar. Creo recordar la sonrisa dulce de una compañera de jardín, tal vez llamada Fabiana, y las cucarachas que reinaban en mi casa de la calle Sarandí. O ir a visitar a mis abuelos, sin saber que estaba yéndome a vivir con ellos.  También guardé fragmentos de mi cumpleaños de 5, especialmente la parte en que la policía se llevó a mi papá, justo después de que él había descubierto que yo era de Racing. 

Sin embargo, el primer recuerdo nítido, las primeras fotos en buena resolución de mi memoria, se remontan a un partido de fútbol: Argentina-Camerún del Mundial '90. Más precisamente, a un grito:  

—¡¿Por qué él puede faltar a la escuela y yo no?! –se quejó Gaby. 

—Porque es su primer Mundial –le respondió Tati, que además de ser mi mamá ya entendía todo. 

El que no entendía era yo: no sabía qué era un Mundial. Antes de aquel mediodía, a mí me gustaban los Superamigos y los Autos Locos. El fútbol era algo que sólo había escuchado nombrar y que, si alguna vez había visto en televisión, no me había llamado la atención. Pero ahí estaban Diego y Matías, primos dirigentes de mi masculinidad, para hacerme entender que lo que estaba por venir era importante. 

Camerún me sonaba más a una golosina rara que a un país, y en eso pensaba mientras mi abuelo Víctor cantaba “Burum bum bum, burum bum bum, yo soy el hincha de Camerún” y sonreía esperando complicidad. Hacía referencia a unos chistes de Clemente publicados durante el Mundial ’82, de los que yo tampoco tenía ni idea. 

De pronto, mirando la tele, Camerún empezó a ser algo más para mí: una camiseta verde y hermosa; y un tipo con un peinado increíble llamado Makanaky. Pero yo tenía 6 años y me costaba concentrarme en el partido; me distraía comiendo galletitas y pensando en qué lindo era pasar una tarde de viernes en casa. 

En ese momento no supe que estaba viviendo lo que sería, para siempre, mi primer recuerdo. No podía imaginarme que, a partir de ahí, cada vez que yo apuntara hacia el pasado, mi memoria llegaría como límite a la canción de aquel Mundial, a la televisión en el rincón, a mi abuelo cantando burum bum bum

Y menos todavía podía saber que ese partido, en el que todo estaba preparado para una fiesta celeste y blanca, reflejaría tan pero tan bien lo que pasaría en los siguientes años de mi vida. Porque ese mediodía, la puta madre, Argentina perdió 1 a 0.


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• Esta historia forma parte del libro Lo hago para que me quieran

1 comentario:

Anónimo dijo...

Genio!!! gracias por existir!!!!
Te quiero!!!!!